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– Ponte tú en el lugar de un hombre blanco de Ohio al que habían puesto a trabajar con dos nativos americanos de la tribu de los nez perce, ésos que llevaban colgantes en la nariz. Se figuraban que yo no sabía ni ponerme de cuclillas… Y el caso es que tenían razón.

Los chicos se echaron a reír a carcajadas y Alex le dedicó una sonrisa llena de afecto.

– ¿Acabasteis siendo amigos? -preguntó ella.

– ¿La verdad?

Ella asintió con la cabeza.

– No. No se puede luchar contra ciertos prejuicios. Mi jefe me asignó a otro equipo diferente, también nez perces. Con ellos sí acabé trabando una buena amistad.

Hablando y hablando, se había terminado la carne. Se acercó el pastel y lo devoró casi de un solo bocado. Cuando miró a los chicos, vio que seguían riéndose.

– ¿Sabéis una cosa, chicos? Si las cosas no os van mejor en los próximos días, tengo una idea que creo que os gustaría, aunque sería un trabajo más duro que el de ahora y no sé si Alex os dejaría hacerlo.

– ¿Es para extinguir incendios? -preguntaron los dos a coro, con sus ojos de carbón luciendo como estrellas.

– Eso nunca lo permitiría -dijo Alex muy seria.

– No, no es tan peligroso -replicó Cal con una sonrisa-. Todos los años, el parque se llena de malas hierbas que absorben la humedad y el agua, robándosela a las plantas nativas, que acaban por marchitarse. Peor aún, son tóxicas para los caballos. La especie más perniciosa es el cardo amarillo.

Mika asintió con la cabeza.

– Nosotros tenemos una mala hierba como ésa en el poblado y tenemos que arrancarla antes de sembrar para que no eche a perder las cosechas.

– Es verdad -intervino Alex-. Se llama el cardo del almizcle, es de color violeta e infecta los pastos. Mis hermanos y yo tenemos que ir a quitarlos con las excavadoras antes de que empiecen a echar flores.

Cada vez que ella abría la boca, Cal aprendía algo nuevo de ella y se daba cuenta de que no era la niña mimada y consentida que él se había figurado.

Sí, ella quizá había sido algo impulsiva en ocasiones, pero empezaba a preguntarse si su animadversión inicial hacia Alex no tendría que ver con la experiencia que le había llevado a dejar Ohio cuando la novia de su hermano puso inesperadamente los ojos en él e intentó seducirle.

– ¿Quiere que le ayudemos a quitar esas malas hierbas? -preguntó Mika, sacando a Cal de sus pensamientos.

– Bueno, si queréis… Ya han empezado a brotar en las laderas de los caminos y en las praderas de Tuolumne Meadows. La próxima semana vendrá a Yosemite un grupo especial del estado para ayudarnos a exterminar la plaga. El año pasado invirtieron cerca de dos mil horas.

– Se extiende con gran rapidez -comentó Alex.

– Sí, supone un gran esfuerzo. Vosotros dos podrías formar parte de un equipo con otros muchachos de vuestra misma edad y trabajar allí unas horas. Uno de los monitores podría venir a recogeros, traeros de vuelta y proporcionaros la comida.

Los chicos estaban emocionados.

– Es una idea genial -dijo ella de repente.

En ese momento, Cal vio a la Alex ilusionada y entusiasmada que pensó no volver a ver nunca más.

– ¿Por qué no os vais ahora a dormir? Seguiremos hablando de ello por la mañana durante el desayuno -dijo Cal.

– ¿Te vas a quedar aquí esta noche? -exclamó ella, sorprendida.

– Sí. Estoy agotado y no me siento con ánimo de volver con el coche a estas horas. ¿A qué hora tienes intención de levantarte?

– Bueno… quedé con los chicos para desayunar a las nueve. A esa hora se desayuna más tranquilo, ya se han marchado la mayoría los turistas.

– Me parece una decisión muy sensata -dijo él, dejando un par de billetes sobre la mesa-. ¿Está Lonan contigo?

– No. Se ha tomado un día libre.

– Entonces, vamos. Os acompañaré a las cabañas y les daré las buenas noches a los chicos.

Alex se puso de pie pero desvió la mirada, confundida, y se dirigió a la salida con los dos muchachos. Cal la siguió, disfrutando de la vista. Llevaba unos vaqueros y un suéter de algodón de color café tostado metido por dentro de los pantalones. No era precisamente un conjunto muy favorecedor, pero a ella, con la silueta tan femenina que tenía, le sentaba de maravilla.

Ya fuera, caminaron hacia las cabañas. Alex fue llamando a cada puerta. Cuando uno de los muchachos abría, Cal entraba y charlaba un rato con ellos y les preguntaba si necesitaban alguna cosa. Ellos parecían muy contentos de verlo y le hacían montones de preguntas. Todos querían ver a Sergei, por lo que tuvo que prometer a todos que después del desayuno le verían haciendo un par de trucos.

Cuando acabó la ronda, se encontró al fin a solas con Alex.

– ¿Dónde está tu cabaña?

– Es la siguiente de abajo.

Cal rogó al cielo que le diese un pretexto para no tener que despedirse de ella tan pronto.

– Tengo que darle de comer a Sergei antes de acostarme. ¿Por qué no vienes conmigo? Se alegrará de verte.

– Sí, me vendrá bien dar un paseo.

Se dirigieron hacia el aparcamiento. Sus brazos se tocaron un par de veces y ella sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Hacía ya más de un año de aquella escena de la torre. Había sido una experiencia que aún no había podido olvidar.

– ¿Qué has hecho hoy con tu grupo?

Cal le había dicho que quería que su proyecto fuera un éxito. Hasta ahí podía entenderlo, pero lo que no comprendía era ese repentino interés que demostraba por todo lo relacionado con ella. Nunca se había comportado así antes.

– Hace unas noches estaba con uno de los monitores, algo pesado por cierto, y me propuso que llevase a los chicos a Tenaya Lake para que fuesen haciendo amistad con los de su grupo. Hemos estado caminando por allí admirando ese paisaje tan maravilloso, y parece que, en general, la idea ha funcionado, si exceptuamos algunos casos como el de Lusio y Mika.

Cuando llegaron a la camioneta, Cal abrió la puerta de atrás, ató a Sergei con la correa y le puso el agua y la comida.

– ¿Qué monitor era ése?

– Ralph Thorn.

– ¿Uno con el pelo trigueño?

– Sólo un viejo granjero como tú lo describiría así.

– ¿Y cómo lo describirías tú? -dijo él con una sonrisa.

– No sé. No lo he pensado realmente.

No era del todo verdad. Ralph le había parecido al principio un joven apuesto y simpático, pero su comportamiento en el lago la había decepcionado. Se había ido con uno de los muchachos de su grupo que se había portado mal con Mika y Lusio y no había vuelto hasta varias horas después, dejándole sola con los dos grupos. No podía entenderlo y pensaba informar de ello al jefe Rossiter.

– Estuvo aquí el año pasado -dijo Cal, como si hablara consigo mismo.

– Sí, eso me dijo. Y que observó algunas diferencias entre tu anterior jefe y tú.

– Bueno, yo soy unos años más joven que Paul. Me alegro de que se diera cuenta.

– No creo que se refiriera a eso -dijo Alex, echándose a reír.

Cal era tan atractivo que ningún hombre querría que le compararan con él.

– ¿A qué crees tú entonces que se refería?

– Creo que se sorprendió de verte con Sergei.

– Bueno, a algunas personas les dan miedo los perros.

– No, si van acompañados de un ranger federal. Los chicos dicen que se sienten más seguros sabiendo que le llevas contigo a todas partes.

– ¿Sientes tú lo mismo? -preguntó él.

– Siempre me he sentido segura contigo. Los que no se sentirán tan seguros serán los osos cuando vean a Sergei.

Cal sonrió complacido y sus dientes blancos parecieron brillar en la noche. Estaba irresistible.

– ¿Sabías que, si fui a Redding a conseguir un perro como Sergei, fue gracias a ti?

Cal estaba desconocido. Ella no esperaba tantas concesiones por su parte.