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– A ningún ser vivo le gusta.

– Eso no admite discusión, señorita.

Cal vivía en las montañas, pero ella sabía que no eran suficientes para aliviar el dolor que sentía por la ausencia de Leeann.

– Te he pedido el desayuno.

– ¿Cómo sabías lo que quería?

– He pedido lo mismo para todos.

– ¡Vaya! ¡Con lo que me gustan las sorpresas! -replicó él arqueando una ceja.

No, no le gustaban, al menos de ella. Pero habían decidido ser amigos. Si quería respetar el pacto, tenía que comportarse como si se acabasen de conocer.

– Para ti es fácil decirlo, habrás comido aquí más de cien veces.

– Me declaro culpable de los cargos -dijo él con una sonrisa.

Alex se dio la vuelta en busca de alguna mesa libre cerca de su grupo y casi se tropezó con el monitor pelma del pelo negro de punta.

– Hola, Alex -dijo el hombre con una mirada descarada-. Por si no lo recuerdas, soy Brock.

– Tenía tu nombre en la punta de la lengua. ¿Has venido aquí a sacar fotos? Es un día perfecto.

– Eso es justo lo que pensé cuando me levanté esta mañana. ¿Te gustaría hacer una excursión conmigo a Lembert Dome?

– Te agradezco la invitación, pero me temo que no voy a poder. Estoy aquí con mi grupo.

Brock miró a Cal, que estaba ayudando a la camarera a distribuir los platos en la mesa.

– Es la segunda vez que te veo por aquí con ese ranger. Si tienes algo con él, dímelo ahora.

Tanto él como Ralph parecían obsesionados con Cal. ¿Por qué? Le irritaba su tono agresivo. No entendía cómo le habían contratado como monitor.

– No, no hay nada entre nosotros. Ha sido sólo una coincidencia. Ahora, si me disculpas, voy a desayunar.

– ¿Te importaría si me siento a tu lado mientras pido el mío?

No era el momento de hacer una escena.

– No faltaría más.

Alex se dirigió a la mesa donde Cal estaba esperándola.

– ¿Ranger Hollis? Éste es Brock. Seguramente le recordarás. Estuvo en el curso de orientación. Trabaja en Crane Flat. Lo siento, no recuerdo tu apellido.

– Giolas.

– Siéntate, Brock -dijo Cal, estrechándole la mano-. ¿Cómo va todo por el campamento?

– No me puedo quejar.

Al poco de sentarse, la camarera le sirvió el desayuno. Todos se pusieron a desayunar.

– ¿Y que te ha traído por Yosemite? -le preguntó Cal.

– El paisaje.

– Brock es un fotógrafo independiente, ¿sabes?, un free lance -intervino Alex, ante la clara de satisfacción de Brock, que parecía muy orgulloso de que lo recordara.

– Aquí siempre tendrás algo que fotografiar -dijo Cal.

Cuando Alex se terminó la tortilla echó una ojeada a los muchachos y vio que habían terminado ya todos de desayunar y que estaban ansiosos por ponerse en marcha.

– Si me disculpáis, los chicos están ya preparados para subir al microbús -dijo ella levantándose de la mesa-. Ha sido un placer volver a verte, Brock.

– Lo mismo digo.

Alex había pagado antes la factura y salió de la cafetería con los chicos. Había encontrado la excusa perfecta para perder de vista a Brock. Cal debió de leerle el pensamiento porque no hizo la menor objeción.

Cuando los muchachos dejaron sus cosas en el maletero del microbús y se sentaron en sus sitios, Alex abrió su mochila y les entregó los teléfonos móviles.

– Durante el trayecto podéis llamar a vuestras familias. Echó luego un vistazo por la ventanilla y vio a Lusio y a Mika junto a la camioneta de Cal, esperándole. Se bajó del microbús y se acercó a ellos.

– El ranger Hollis os llevará con él a Sugar Pines. Si no estoy allí cuando lleguéis, llamadme por teléfono y yo iré a recogeros. Aquí tenéis vuestros móviles.

Mientras se los estaba dando, vio a Brock saliendo de la cafetería en dirección a un Nissan Sentra blanco. Cuando se marchó, Cal salió de la cafetería y se dirigió a ellos.

– Señorita Harcourt, ¿le podemos llamar Cal al ranger Hollis? Él nos dijo que sí.

– Podéis hacerlo, pero sólo cuando estéis a solas con él.

– Prometo devolvértelos sanos y salvos -dijo él, abriendo la portezuela para que subieran a la camioneta.

– Tienen suerte de estar contigo.

– Es conmovedor el cariño que les tienes.

– Son tan nobles y sensibles… -dijo ella con un nudo en la garganta-. Los quiero mucho.

– Salta a la vista. De lo contrario, no te habrías aventurado a venir a este lugar salvaje con un grupo de chicos que no han salido nunca de su casa.

– Gracias por haber venido aquí a verlos, Cal.

Unas horas después, el microbús llegó al área de Curry Village. Los muchachos tenían ya hambre, querían quedarse a comer allí y luego ir a ver un poco la zona. Cuando todos se bajaron y ella estaba a punto de cerrar la puerta del microbús, Nicky Rossiter y Roberta Jarvis se presentaron allí. El hijo del jefe tenía ocho años y Roberta era cuatro años mayor que él.

– ¡Hola, Alex! -dijeron los dos niños a coro.

– Hola, ¿qué tal? ¿Cómo vosotros por aquí?

– Acabamos de comer. Hemos tomado unos tacos.

– Aquí hacen muy bien los tacos, ¿verdad? -ellos asintieron con la cabeza-. ¿Adónde vais?

– A la oficina central -respondió Nicky-. Nuestros papás están en una reunión.

– Y tu mamá, ¿dónde está?

– En casa durmiendo la siesta, aprovechando que mi hermanito Parker está dormido.

– Seguro que lo necesita. ¿Y tu madre, Roberta?

– Se fue el viernes a San Francisco a ver mis abuelos. Volverá esta noche.

– ¿Querrías decirle que me gustaría presentarle a mi grupo de voluntarios? A ellos les encantaría que tu madre les enseñase algunas cosas de arqueología.

– Por supuesto. A ella también le encantaría. Le diré que te llame.

– Gracias. Estoy en el albergue de la estación de esquí de Sugar Pines.

– Sí, lo sé.

Alex se fijó entonces en Nicky y le pareció que la miraba con ojos implorantes.

– ¿Podríamos dar una vuelta en su microbús?

– Estaba a punto de preguntaros si os gustaría montaros. Subid -los niños no se hicieron de rogar-. Sentaos donde queráis, pero abrocharos el cinturón de seguridad.

– ¡Qué bien! -exclamó Nicky-. Siempre he tenido la ilusión de montar en un coche como éste.

– ¿Queréis ir directamente a las oficinas o preferís que hagamos antes un tour guiado por el valle? -dijo Alex sonriendo.

– ¡Un tour! Y que dure mucho. Tenemos que esperar a que nuestros padres salgan de sus reuniones.

– A mí también me tocaba esperar al mío. ¿Os habéis abrochado ya los cinturones?

– ¡Sí!

– Muy bien. Pero, antes que nada, tenemos que pedir permiso a vuestros padres.

Apretó la tecla del móvil que tenía configurada con el número de teléfono del jefe Rossiter, pero no hubo respuesta. Decidió dejar entonces un mensaje diciendo que los niños estaban con ella y que estarían de vuelta en la oficina central en veinte minutos.

Puso en marcha el vehículo y conectó el micrófono de manos libres.

– Damas y caballeros, bienvenidos a bordo del expreso de H & H. ¿Qué cosas fabulosas hay en Yosemite? Yo se lo diré: docenas de praderas incomparables, más de un centenar de lagos, cascadas tan altas como un rascacielos de doscientos pisos, árboles del tamaño de un cohete espacial y montañas tan grandes como… montañas. Hay incluso playas. Es más grande que muchos países de Europa y casi del tamaño de Rhode Island.

– ¡Bien! -gritaron los niños muy entusiasmados, sintiéndose unos turistas adultos.

– Hoy tenemos dos personas muy importantes entre nosotros, Nicky y Roberta. El padre de Nicky es el jefe de todo el parque y el de Roberta es el ayudante jefe de todo el parque. Ahora vamos a hacer un recorrido por Yosemite Valley, así que siéntense todos y a disfrutar.