Cal colgó y le devolvió a Alex el teléfono.
– Bueno, con excepción de Lokita, todo está en orden, pero no estaremos tranquilos del todo hasta que hablemos con Chase.
– Yo conozco a uno que va a dormir esta noche como un bendito -dijo ella con una sonrisa.
– Quédate con él un minuto. Voy al estudio a ver si he recibido algún correo electrónico.
Estaba tan adorable, sentada allí en el suelo junto al perro, que tuvo que reprimir la tentación de sentarse a su lado.
– Has sido una enfermera excelente.
– Gracias, doctor.
Alex miró a Sergei. Estaba totalmente dormido. Le pareció que entraba un poco de frío por el suelo. Tomó una de las toallas de baño y se la puso al animal por encima.
– Ya no creo que se despierte -dijo Alex en voz baja, cuando Cal volvió a la cocina-. ¿Te importaría llevarme al campamento? Quiero ver a los chicos. Si los familiares han oído la noticia del terremoto en algún informativo, estarán preocupados y me gustaría tranquilizarles.
– No te preocupes -dijo él-. Lonan ya se habrá encargado de eso. No podemos salir todavía.
– ¿Te ha mandado algún informe de daños y heridos? ¿Se ha desprendido alguna roca con el temblor?
– Ninguna. El parque ha tenido mucha suerte esta vez.
– Me alegro. Sergei no pareció asustarse.
– No. En todo caso, estaba ya muy adormilado -dijo él con la voz apagada, como distante.
Alex se preguntó si el terremoto habría despertado en él viejos recuerdos de la muerte de su esposa en algún desastre natural del parque.
Vio con sorpresa que Cal abría un armarito y sacaba dos copas y la botella de vino francés que ella le había llevado aquella tarde a la torre de observación. Después de descorcharla, sirvió un poco de vino y le dio una copa.
– Pensé que éste sería el momento perfecto para brindar por un nuevo comienzo.
Ya no cabía duda: ya no era el de antes.
– Por el nuevo biólogo jefe de Yosemite -dijo ella. Chocó la copa con la suya y sintió el suave roce de sus dedos-. ¡Mmm… qué bien sabe!
Después de vaciar las copas, Cal las dejó en la encimera y la miró fijamente.
– No me refería a ese tipo de comienzo, sino al nuestro -dijo Cal con la voz llena de emoción.
– ¡Ah!, ¿te referías también a mi trabajo en el parque? Sí, creo que los dos hemos conseguido algo que veníamos queriendo hacer desde hacía tiempo.
Cal se sentó en una silla y apoyó la cabeza entre las manos, con los codos en las rodillas.
– Es posible que tengas razón, pero yo estoy hablando de nosotros como personas. Mientras esperamos noticias de Chase, hay una cosa muy importante que quiero decirte.
Lo que había habido entre ellos en el pasado no podía llamarse una relación. Pero ella ya no vivía en aquel mundo de fantasía. Por mucho que encontrase a Cal el hombre más deseable del mundo, había descubierto que ella no representaba nada en su vida. Ese honor le había correspondido a Leeann.
– ¿Qué tienes que contarme?
– Te debo una disculpa.
– ¿Una disculpa? -exclamó sorprendida-. ¿Por qué?
– Por los prejuicios tan estúpidos que me hice de ti.
– ¿Te refieres quizá a esa niña mimada e insensata, hija del senador de Nuevo México a la que tenías que soportar cada vez que tu jefe te ordenaba que acompañaras a su padre por el parque? Pues era la verdad.
– No, no es cierto. Eso es precisamente lo que estoy tratando de decirte.
– Cal, ya hemos tratado este asunto, no le demos más vueltas.
– No es exactamente de eso de lo que quiero hablarte. ¿Te he contado alguna vez por qué me hice ranger?
Aquello la sorprendió. Nunca había confiado en ella.
– Si mal no recuerdo, me dijiste que estabas cansado de asomarte a la ventana de la granja de tus padres y no ver más que la llanura y el horizonte por todas partes.
– Creo que no te dije la verdad -confesó él, dejándola aún más confusa que antes-. Yo adoraba la granja. No podía imaginar vivir en otro sitio mejor. Amaba a mis padres y a mis tres hermanos, sobre todo al mayor, Jack. Él era mi ídolo. Pero sucedió algo la noche antes de casarse que me obligó a marcharme de casa.
»Era la víspera de su boda. Iba a ser la boda del año en Cincinnati. Los hijos de dos destacadas familias contraían matrimonio. Cuando entré aquella noche en el garaje, vi que estaba allí Helen, su prometida. Había sido un año la reina de la belleza en el instituto y era la mujer más caprichosa y testaruda que he visto en mi vida. Pero Jack se había enamorado locamente de ella. Supuse que estaría esperando a Jack y le dije que él y mis otros hermanos estaban aún en el hotel, en la celebración. Cuando salí del coche, ella se acercó a mí. Había estado bebiendo y me pasó los brazos alrededor del cuello. Al principio pensé que se trataría de una broma, pero cuando intentó besarme y me dijo que yo era el hermano que de verdad le gustaba, sentí tal rechazo que la empujé hacia atrás, me fui corriendo a casa y entré en el baño a vomitar.
Alex no necesitaba escuchar más para saber lo que quería decirle. Apartó la cabeza de Sergei suavemente de su pierna, para que no se despertase, se puso de pie y se dirigió a la puerta. Pero cuando se disponía a abrirla, notó las manos de Cal en los hombros.
– Comprendo tu reacción, Alex -le susurró él al oído-. Pero no debes irte hasta que lo hayas oído todo.
Ella se dio la vuelta para apartar sus brazos de ella y le miró a los ojos.
– Está bien, Cal. Me hago cargo. Lo que pasó aquella noche en la torre de observación fue algo que tú ya habías vivido. No hacen falta más detalles. Llamaré a Lonan para que venga a recogerme a la oficina central, así no tendrás que dejar a Sergei solo.
– No he terminado aún -dijo él mirándola fijamente.
– Pero yo sí.
– Si es eso lo que quieres, te llevaré al albergue ahora mismo, pero un día tendrás que oír el resto.
Una vez en la camioneta, Cal abrió la puerta del garaje con el mando a distancia. Alex sintió cómo la miraba de soslayo. En pocos minutos llegaron al aparcamiento de Sugar Pines. Se sorprendió al ver todavía a chicos jugando fuera, pero parecía que se disponían a entrar ya al edificio.
– ¿No es ése el Dodge de Bill Telford?
– Sí, parece que sí.
– Espero que no haya pasado nada malo -dijo ella con el ceño fruncido.
– Vamos a verlo. Así saldremos de dudas.
Ella se bajó de la camioneta de un salto y se dirigió corriendo hacia el grupo de adultos que estaba allí reunido, entre los que observó que no estaba Ralph.
– Hola, Bill. ¿Hay algún problema?
– No, no. Le dije a Vance que vendría aquí a tranquilizar a los voluntarios. De paso les he hablado a los chicos sobre las medidas de seguridad del parque y he contestado a todas sus preguntas.
– ¿Ha habido muchas?
– Sí. La verdad es que ha sido una jornada interesante.
– Espero que hayan apreciado el privilegio de poder hablar cara a cara con el «superintendón», como a Nicky Rossiter le gusta llamarle -dijo ella con una sonrisa.
– Es muy gracioso. El parque no sería el mismo sin ese niño -replicó Telford.
– Con un padre como Vance, probablemente, será un buen ranger cuando sea mayor.
– Dalo por seguro.
Telford la miró fijamente y su expresión risueña pareció tornarse de pronto más grave.
– Esperaba haberte encontrado antes por aquí, pero parece que el ranger Hollis y tú estáis muy ocupados.
– Le pedí a Alex que me ayudara -dijo Cal, avanzando un par de pasos.
– Sergei se hizo un corte muy profundo en una pata con un trozo de vidrio -dijo Alex.
– Sí, me lo dijeron los chicos. ¡Qué mala suerte!
Ella creyó advertir una extraña tensión entre Cal y él que la hacía sentirse incómoda entre los dos hombres.