– Me gustaría ir, pero uno de los botánicos va a dar una charla a los muchachos y tengo que estar con ellos.
– Entonces vendré a recogerte después de la charla.
Alex pareció dudar y eso le inquietó. Podía ser porque ya no significase nada para ella, pero también podía ser porque estuviese luchando consigo misma para no romper la promesa que le había hecho de dejarle en paz.
– Tendré que consultarlo con Lonan. No sé qué planes tendrá.
«Alex, Alex. ¿Cuánto daño te he hecho?», pensó él con tristeza.
– Ya me dirás -dijo Cal, mientras Lusio y Mika se acercaban a ellos-. ¡Eh, chicos! Esta mañana os llevaré en mi camioneta. ¡Venga! ¡Arriba!
Los dos muchachos sonrieron. Al menos había alguien que se sentía feliz de verlo.
– ¿Señor Telford? -dijo Alex llamando a la puerta del despacho del superintendente.
Bill Telford se levantó de la silla y salió a recibirla.
– ¿Qué es eso de señor Telford? Quedamos en que me llamarías por mi nombre, ¿no?
– Bueno, pensé que no sería muy correcto hacerlo delante de las personas de su departamento.
– Venga, pasa y siéntate -dijo señalando una mesita con dos butacas pequeñas.
– Gracias.
Telford se sentó frente a ella.
– No te he pedido que vinieras para hablarte de tu proyecto. Vance me dijo que era mejor que te dejase llevar la iniciativa con tu grupo de voluntarios y lo comprendo perfectamente. Disculpa si he podido inmiscuirme en tus asuntos.
– No hay nada que perdonar -replicó ella con mucha cordialidad.
– Gracias, Alex -dijo Bill mirándola fijamente-. Como ves, no hay mucha gente en mi departamento. De hecho, la única persona en la que realmente confío es en mi ayudante, Melanie Sharp, a quien me traje de Washington, D.C. Lleva conmigo ya ocho años. Sin embargo, ahora parece que la voy a perder porque se va a casar y se va a ir a vivir a Virginia.
– Lo siento. Cuando mi padre perdió a su ayudante tardó mucho en encontrar otra persona que la reemplazara.
– Sabía que lo entenderías. Cuando has llegado a confiar en alguien, es un trastorno verte privado de esa persona. Y ponerte a buscar a otra digna de ese puesto es un engorro. Es como salir en tu primera cita con una mujer.
– Sé por experiencia a lo que se refiere -dijo Alex sin poder evitar una sonrisa.
– He tenido un par de citas desde que se murió mi esposa y sé muy bien lo que digo.
Alex comenzó a ver a Telford con mejores ojos, con más simpatía.
– Siento lo de su esposa. Debe de haber sido muy duro para usted superar su pérdida.
– Ciertamente. Por suerte, tengo dos hijos y un trabajo que adoro. Mi único problema es encontrar a la persona adecuada que ocupe ese pequeño despacho que hay pegado al mío. ¿Qué planes tienes para cuando acabes el verano y tus chicos regresen a Nuevo México?
– Seguir con lo que he venido haciendo hasta ahora: trabajar en Hearth & Home en mi tiempo libre.
– ¿Hay algún hombre esperándote en Albuquerque?
– No.
– Te lo pregunto porque me gustaría saber si estarías dispuesta a trabajar para mí. Eres la clase de mujer que ando buscando: independiente y con iniciativa.
Un año antes habría dado saltos de alegría al oír una proposición como ésa, pero desde entonces había habido un cambio muy importante en su vida y la respuesta tenía que ser no. No podía estar cerca de Cal.
– Me siento muy halagada de que haya pensado en mí para ese puesto. Es un verdadero honor.
– Pero… -dijo él con una triste sonrisa.
– Me temo que la respuesta tiene que ser no. Estoy tratando aún de poner en orden mi vida. Aceptar ese trabajo supondría tener que dedicarle todo mi tiempo.
– Entiendo -dijo él, asintiendo con la cabeza-. Pero me siento decepcionado. De nada me sirvió todo lo que hice para tratar de que te quedaras la otra noche en el Ahwahnee y poder hablar contigo.
– ¿Quiere decir que planeó poner nuestras mesas juntas… para poder hablar conmigo?
– Sí. Y lo de sacar fotos no fue más que una manera de entretenerte para que te quedaras más tiempo. Me ha impresionado tanto lo que has hecho en este parque que decidí adelantarme antes de que se te ocurriera la idea de hacerte ranger.
– No -contestó ella-. Valoro mucho mi libertad y mi independencia. Adoro este parque, pero no querría verme atada a él.
Alex había pensado, de hecho, no volver más a Yosemite. Le traía demasiados recuerdos dolorosos.
– Serías una ranger excelente. Vance opina igual que yo.
– Son los dos muy amables.
– Digamos que sabemos reconocer lo que es bueno en cuanto lo vemos -dijo Telford con una sonrisa-. Te agradezco que hayas sido tan sincera. Bien, una vez aclaradas las cosas, vayamos al Yosemite Lodge, tenemos una mesa reservada para comer. Estoy ansioso por escuchar de primera mano cómo lo están pasando tus voluntarios.
Alex le siguió hasta puerta, conmovida por su amabilidad y cordialidad. Al salir del despacho vio a Cal. No supo si llegó a verla con Telford, pero pudo ver en su rostro una expresión tan dura como el granito.
Cal tenía un montón de informes que revisar, pero después de una hora no fue capaz de seguir concentrado y miró el reloj. Alex y Telford debían de haber terminado ya su almuerzo.
Veía al superintendente como un cazador furtivo que se había adentrado en su territorio. A menos, claro, que Alex sintiera algo por él. Pero no podía imaginar que se interesara por un cincuentón cuyos hijos tenían sólo un par de años menos que ella.
– Vamos, amigo -dijo Cal, levantándose de la mesa-. Es hora de entrar en acción, le guste a ella o no.
Le puso la correa a Sergei y se dirigieron a la camioneta. Ya no necesitaba la jaula y saltó con agilidad a la parte delantera junto a él.
Se dirigió a casa, entró en el garaje y cambió la camioneta por su Xterra azul. Puso a Sergei en el asiento trasero y arrancó el coche en dirección al aparcamiento de Yosemite Lodge. Al llegar, vio que el microbús de Alex no estaba allí. Tuvo el presentimiento de que habría vuelto a la estación de esquí y se dirigió a Sugar Pines.
El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando al llegar allí la vio bajando del vehículo. Ralph Thorn salía en ese momento del albergue y se dirigía a ella casi corriendo. Alex no podía ir a ninguna parte sin tener a un hombre pegado a ella.
Cal se acercó a ellos y saludó a Thorn con un gesto. Creyó ver por un instante en su mirada una sombra de hostilidad.
– Buenas tardes.
Alex se dio la vuelta al oír su voz. Cal vio en ella una mezcla de sorpresa y satisfacción.
– Necesito hablar con usted, señorita Harcourt. No tardaremos. La estaré esperando junto a mi coche.
Cal se volvió hacia el coche y aprovechó para hacer una llamada a uno de sus colaboradores. Colgó muy sonriente al ver llegar a Alex, tras terminar de forma rápida su conversación con Thorn.
– ¿Les ha pasado algo a los muchachos?
– Que yo sepa, todos están bien. Iba a hacer mi ronda de la tarde. Será la primera excursión de Sergei sin tener que ir en su jaula. ¿Te gustaría ver a Mika y Lusio en acción, antes de traerlos de vuelta al campamento?
A pesar de sus dudas iniciales, creyó ver en la luz inconfundible de sus ojos verde esmeralda que estaba deseando ir con ellos.
– Tal vez no sean muy abiertos ni comunicativos, pero como a todos los chicos, les gustará presumir, delante de ti, de lo bien que saben hacer las cosas.
– Les sacaré unas fotos con Sergei para enviárselas a sus familias. Dame un par de minutos para ir a la habitación a por la cámara.
Aún llevaba la misma ropa con que la había visto por la mañana. Eso significaba que no se había arreglado especialmente para ir a ver a Telford. Se sintió más reconfortado. Estaba decidido a contarle de una vez todo lo que debería haberle dicho hacía años.