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Ella volvió de sus pensamientos al ver a Cal de nuevo en el coche mirándola con gesto preocupado.

– Sí. Estaba relajándome un poco.

Cal no dijo nada pero creyó detectar cierta tensión en ella. Aprovechando la ausencia de tráfico, hizo un giro de ciento ochenta grados y volvió hacia atrás en dirección norte.

En un par de minutos llegaron al campamento. Estaba plagado de turistas que se disponían a hacer una excursión por la senda del Glen Aulin. Nada más aparcar el coche, Alex se bajó y se puso a mirar alrededor en busca de los chicos, mientras Cal le abría la puerta de atrás a Sergei y le ponía la correa.

– Su zona de trabajo está en las praderas de ahí arriba, a la derecha de esa hilera de árboles.

Cal la condujo hacia allí por entre los matorrales hasta llegar a un pinar, desde el que se divisaba una ladera salpicada de flores silvestres. Sería difícil encontrar un paisaje de montaña de una belleza tan impresionante. Sergei debió de pensar lo mismo y echó a correr. Nadie habría pensado que tenía una herida reciente en una pata.

Vieron a media docena de voluntarios trabajando en seis zonas diferentes. Llevaban un sombrero de paja y unos guantes de caucho. Estaban arrancando afanosamente las malas hierbas de la pradera. Había que destruir aquellos cardos amarillos antes de que esparciesen sus semillas por todo el parque. Una vez arrancadas se metían en unas bolsas de plástico dobles y se llevaban a un lado de la carretera para que vinieran los camiones a recogerlas. Alex contó hasta setenta de aquellas bolsas repartidas por el campo.

Cal saludó al pasar al monitor que estaba al cargo de los chicos y siguió su camino. Alex estaba cada vez más preocupada porque seguían sin ver a Mika y a Lusio.

– ¿Dónde crees que pueden estar?

– Su turno ya ha terminado, así que probablemente se habrán ido al río a refrescarse después del trabajo. Vamos allí a comprobarlo.

Sí, hacía mucho calor. Cuando Alex apretó el paso para ponerse a su altura, el perro empezó a ladrar y a tirar de la correa. De repente, Mika y Lusio llegaron corriendo. Venían con los sombreros de paja puestos y los guantes metidos en el bolsillo de atrás de los pantalones. Ella esperó que se acercaran a saludarla con una sonrisa, pero vio que venían con una cara muy seria. Sin duda, había pasado algo malo.

Tan pronto se acercaron, Sergei se puso a olerles y a ladrar muy excitado.

– ¿Qué te pasa, amigo? -le dijo Cal, apartándole de los chicos.

– Venga a ver lo que acabamos de encontrar -dijo Mika.

– ¿Qué pasa, Lusio? -preguntó Alex al otro chico que permanecía callado.

– Nada bueno.

Los chicos parecían muy afectados, por lo que Alex dedujo que algo grave debía de haber ocurrido. El perro tiraba cada vez con más fuerza de la correa como si quisiera romperla mientras se adentraban por la parte más profunda del bosque. Sergei lanzó de repente un aullido tan escalofriante como sólo un animal podía dar. Fue entonces cuando Alex vio los cuerpos sin vida de los tres osos, abiertos en canal.

– Mira, Alex -dijo Mika-. Le han cortado las patas.

– Y el cazador se ha llevado todos los dientes -añadió Lusio, asintiendo con la cabeza.

Alex se quedó boquiabierta. La visión era propia de una película de terror.

– No me lo puedo creer -dijo ella con una mezcla de rabia e indignación.

Cal se puso en cuclillas a examinar con gesto sombrío los restos de los pobres animales. Luego sacó el móvil del bolsillo para informar del suceso a las oficinas del parque mientras Sergei seguía olfateando alrededor.

Después de colgar, miró a Alex con cara de circunstancias.

– Chase va a llamar al departamento de investigación del Servicio de Parques Nacionales. Enviarán a un par de agentes especiales de la región del Pacífico Oeste y a varios federales del departamento de Pesca y Caza de California.

– ¿Qué van a hacer? -preguntó Lusio.

– Descubrir al autor o autores de esta masacre y luego presentar un pliego de cargos por violación de la ley para la conservación de la naturaleza. Eso significa que los criminales irán a la cárcel.

– Eso está bien -dijo Mika asintiendo con la cabeza.

– ¿Quién haría una cosa así? -dijo Alex mirando a Cal-. Y sobre todo, ¿por qué?

– Es un gran negocio. A los monstruos que han perpetrado esta matanza les supondrá unos ingresos de más de treinta mil dólares. Las patas de oso se cotizan en algunos mercados a mil dólares la pieza. Se usan para hacer sopas que en algunos sitios se consideran una exquisitez. Otros creen que es un gran remedio para los trastornos respiratorios y gastrointestinales. Los dientes y las garras se usan para hacer ceniceros y joyas.

Alex se sintió enferma con sólo pensarlo.

– La crueldad es algo que nuca he podido entender. ¿Y cómo consiguieron someter a los osos?

– Primero los atraen con comida, para luego someterlos con un spray tranquilizante -dijo Cal.

– ¡Seguro que robaron también los tranquilizantes! -exclamó Lusio.

– Es muy probable, Lusio. Quien hace estas cosas no tiene conciencia. La medicina china tradicional tiene una gran demanda de este tipo de piezas. Son productos muy populares en los países asiáticos. Cada vez estamos encontrando más esqueletos de osos desperdigados por los bosques del país. La población de osos negros asiáticos ha disminuido drásticamente en los últimos años y, como consecuencia, nuestros osos se han convertido en su nuevo objetivo.

Alex estaba consternada por la masacre. En la cultura zuni, los animales eran sagrados, así que podía imaginarse cómo debían de sentirse los chicos.

– Pero, ¿por qué los abrieron en canal?

– Para extraerles la vesícula biliar. Los países del Pacífico usan la bilis del oso negro como panacea curativa. Se utiliza como remedio contra el cáncer y otros tratamientos. Se seca, se muele y se vende por gramos. Puede cotizarse más que la cocaína. También se consume mezclado con bebidas alcohólicas, como el vodka. Una vesícula biliar puede reportar un beneficio de más de cinco mil dólares.

– Las muertes han sido recientes -dijo Lusio-. Quizá fue hace dos noches.

– Sí, opino igual -dijo Cal-. Lo harían por la noche para escabullirse en la oscuridad. Una vesícula biliar es del tamaño del dedo gordo de una persona y se puede camuflar en cualquier frasco pequeño dentro de una mochila, mezclado con otras cosas, sin que nadie se dé cuenta.

– El delincuente podría estar ahora paseando por Yosemite, preparando su siguiente fechoría.

Alex sintió un escalofrío y una sensación de repugnancia al escuchar el comentario de Mika.

– ¿Alex? Si estás bien, me gustaría que te llevaras a los chicos a casa.

– Sí, estoy bien -dijo ella tratando de aparentar serenidad.

– En ese caso, me quedaré un rato. No quiero que os perdáis esta noche la charla del ranger Farr sobre el ciclo del agua en el parque. Expertos del mundo entero vienen aquí todos los años a estudiar nuestros neveros.

Alex comprendió que la sugerencia de Cal era una orden velada.

– Supongo que querrás que Sergei se quede contigo, ¿verdad?

– Sí, esto forma parte de su entrenamiento.

Cal se acercó a los chicos y les dio unas palmaditas en el hombro.

– Enhorabuena, chicos. Sois muy observadores. Hoy había aquí muchas personas, pero ninguna se dio cuenta de nada. Sólo vosotros os fijasteis en esto. Os merecéis una recompensa.

Alex se sintió emocionada, sabía lo que esas palabras significaban para los chicos.

– Me gustaría que me hicierais otro favor -prosiguió Cal-. No le digáis a nadie lo que habéis visto aquí. Ni siquiera a Lonan. Debemos comportarnos como si nada hubiera pasado para que los culpables no desconfíen.

Cal metió la mano en el bolsillo y le dio un juego de llaves a Alex.