– Por favor -dijo él con sus ojos azules clavados en ella-, vete a mi casa con los chicos y llámame al llegar allí. Yo telefonearé a Cindy. Ella se encargará de llevarte a Sugar Pines.
– ¿Y tú? ¿Cuándo vas a volver? -le preguntó ella.
– No lo sé… Tal vez, cuando venga uno de mis compañeros.
– Ten cuidado, Cal. Esa clase de gente suele ser muy peligrosa.
– Tú también, Alex. Si esos desalmados piensan que los chicos o tú sabéis algo, podéis estar en peligro. Ten cuidado y no confíes en nadie. Y, sobre todo, conduce con prudencia.
Alex tuvo la impresión de que él sabía mucho más de lo que parecía.
– Yo te iba a decir lo mismo. Pórtate bien, chico. Y cuida de Cal -le dijo Alex a Sergei, rascándole detrás de las orejas.
El perro trató de seguirla, pero se lo impidió la correa. Alex oyó sus ladridos lastimeros que parecían decirle que no se fuera. Sintió en su espalda la mirada de Cal pero siguió caminando con los chicos en dirección al aparcamiento.
Una vez en el coche de Cal, arrancó el motor en dirección a Yosemite Valley.
– ¿Sabéis que habéis sido los héroes de la jornada?
– Nosotros no hemos hecho nada -murmuró Mika.
– ¿Ah, no? ¿Y qué habría pasado si no hubierais rastreado esa zona después del trabajo? Los restos de esos osos habrían tardado mucho tiempo en encontrarse. De esta forma, existe alguna posibilidad de que Cal u otro ranger pueda detener a los culpables.
Escuchó entonces a los chicos hablar en voz baja entre ellos, en la parte de atrás del coche.
– ¿Qué pasa, chicos?
– Lusio y yo acabamos de recordar algo de cuando estuvimos en Tenaya Lake.
– ¿Sí?
– ¿Conoces a Steve?
– Creo que no podré olvidarle fácilmente.
– Cuando abrió la mochila para sacar su repelente contra los insectos, debió de equivocarse de compartimento y vimos que llevaba un spray para osos. Al darse cuenta de su error, cerró la cremallera muy deprisa.
– Creíamos que esas cosas sólo las llevaban los monitores -dijo Lusio.
– Tal vez el señor Thorn las llevaba para los chicos -dijo Alex con fingida ingenuidad.
– Entonces Steve debió haber llevado para todo el grupo. Llegamos a contar al menos seis frascos -dijo Lusio-. No nos pareció entonces nada importante, pero cuando encontramos esos osos y Cal nos dijo que ese spray se usaba para someterlos, nos dio que pensar.
– Me alegro de que me lo digáis. Se lo contaré a Cal.
Dos horas más tarde dejó a los chicos en Curry Village. Querían tomar unos tacos en el restaurante antes de volver a Sugar Pines. Alex les dijo que se divirtieran, sabiendo que serían incapaces de decir nada sobre lo que habían visto en Tuolumne Meadows.
Al llegar a la casa de Cal, dejó el coche y le telefoneó para decirle que había llegado.
– Me alegro de que hayas llegado bien. Cindy irá a recogerte en unos minutos. Deja las llaves del coche en la encimera de la cocina y cierra la puerta con llave cuando salgas. Alex -dijo Cal con voz grave-, me gustaría hablar contigo más despacio, pero estamos ahora en el curso de una investigación. Hasta luego.
Y colgó antes de que ella pudiera decirle nada sobre su conversación con los muchachos. Mientras esperaba en la calle a que viniera Cindy a recogerla, decidió informar a Vance de los hechos de esa tarde. Pero el jefe Rossiter no respondió y ella le dejó un mensaje de voz, diciéndole que la llamara lo antes posible.
Al poco, llegó Cindy y Alex subió en su camioneta. Pusieron rumbo al albergue de la estación de esquí. Tras unos minutos de silencio, Cindy se dirigió a ella.
– ¿Qué está pasando entre el ranger Hollis y tú? Es la primera vez que he visto a alguien conduciendo el coche de Cal.
Alex se pensó muy bien la respuesta. Cal quería mantener en secreto el asunto de los osos.
– Él tenía cosas que hacer y no podía hacerse cargo de los chicos. Me pidió que los trajera yo en su coche. Que luego le recogería a él algún compañero.
– No me refiero sólo a hoy.
– ¡Ah!
– Desde que estoy trabajando aquí, creo que siempre ha habido algo entre vosotros dos, pero nunca he conseguido averiguar qué era.
– No hay nada que averiguar. Solía acompañar a mi padre cuando venía al parque. No me siento orgullosa de admitir que fui una especie de pesadilla para él, pero ya hemos firmado las paces.
– ¿Sabes lo que le pasó a su esposa?
– Sí. Supongo que debió de ser algo terrible. ¿Eras amiga de ella?
– Bastante, para el poco tiempo que tuvimos para conocernos -contestó Cindy, y luego añadió tras una cierta vacilación-: Voy a decirte una cosa, pero, por favor, no quiero que te la tomes a maclass="underline" Leeann estaba muy preocupada por ti.
Vaya. Eso era una novedad.
– ¿A qué te refieres?
– Había oído hablar de ti y pensaba que tal vez tú tenías la culpa de que él tardara tanto en decidirse a casarse con ella.
– ¿Yo? -dijo Alex, echándose a reír para ocultar su amargura-. ¡La hija caprichosa del senador! Si tardó en casarse con ella no fue por culpa mía. El hecho es que se casó con ella.
– Eso es verdad.
Alex aún estaba confusa por esa revelación cuando llegaron a Sugar Pines.
Antes de abrir la puerta, se volvió hacia Cindy.
– ¿Te gustaría ir a comer una día de la semana que viene al Yosemite Lodge? Yo invito. Me gustaría corresponderte por la amabilidad que has tenido trayéndome aquí.
– Me encantaría. Podíamos ir a nadar primero.
– Genial. ¿Qué día te viene mejor?
– ¿Qué tal el miércoles? Es mi día libre.
– Perfecto. Te llamaré para confirmártelo. Gracias por traerme.
Entró en el albergue de la estación de esquí, feliz de ver a Lusio y Mika que habían vuelto ya de la ciudad. Sheila, la directora, que estaba cruzando el vestíbulo en ese momento, le dijo que la presentación del ranger Farr estaba a punto de comenzar.
– ¿Ha llegado la prometida de Lonan?
– Sí. Los dos están fuera con el resto de los chicos, esperando a que empiece la presentación.
Alex tuvo el tiempo justo de comer algo en la cocina antes de unirse a ellos. Aunque se sentía feliz por ver allí a Mankanita, no podía apartar de su mente las imágenes de los osos descuartizados por algún desalmado cruel y sin escrúpulos. Quizá Cal estuviese ahora en peligro.
Recordó todo lo que él le había contado y por qué la había rechazado durante esos años. Empezaba a creerle. Él no le mentiría nunca.
Y luego estaba lo que le había dicho Cindy sobre Leeann. Era todo muy complicado. Necesitaba estar sola, pero eso no era posible en ese momento. Todo el mundo estaba esperándola. Iba a resultar difícil salir allí, aparentando que no pasaba nada, pero no le quedaba otra solución. Los chicos dependían de ella.
CAPÍTULO 09
ANTES de entrar en el despacho del jefe para asistir a la reunión que Vance había convocado ese sábado, Cal y Sergei se pasaron por el despacho del ranger Sims. Cal esperaba que el jefe de seguridad hubiera conseguido alguna información sobre dos antiguos casos sin resolver referentes a mutilaciones de osos y que podrían serle de mucha ayuda para esclarecer los últimos sucesos.
Al entrar en el despacho, se encontró también a Jeff. Ambos jefes se aprestaron a saludarle.
– Estábamos hablando sobre lo que encontraron ayer esos chicos.
– Un asunto muy feo, Jeff.
– ¿Cómo has llegado tan rápido, Cal? -preguntó Sims.
– Vance envió esta mañana un helicóptero para traernos a los investigadores y a mí de Bishop.
– A este asunto se le ha dado la máxima prioridad. Ahora, será mejor que vayamos a ver a Bill.
Los tres hombres salieron del despacho y enfilaron el pasillo.
– Hacía años que no veía a tantos rangers juntos -susurró Jeff.