– ¡Hola, Alex! ¿Puedes llevarnos a casa de Roberta?
Volvió la cabeza y vio a Nicky y a Roberta delante de la puerta.
– ¡Hola! ¡Pero si sois vosotros! Claro que sí. Subid.
– Gracias. Hace demasiado calor fuera.
Se sentaron a su lado y se abrocharon los cinturones de seguridad. Ella cerró las puertas y puso el vehículo en marcha.
– ¿Qué andabais haciendo por aquí, chicos?
– Papá nos trajo a nadar -dijo Roberta.
– Pero hace demasiado calor -añadió Nicky-. Así que nos vamos a ir a su casa a jugar.
– ¡Qué bien! Pero tenéis que decirme cómo se va. Nunca he estado en casa de Roberta.
Ellos la fueron guiando por las calles, hasta llegar a la casa de Chase Jarvis.
– ¡Mira, ahí está mamá!
Alex paró en frente de la casa. Annie Jarvis se acercó a ellos. Después de lo que había sucedido con Cal, Alex no tenía ganas de hablar con nadie, pero no quería parecer maleducada. Por otra parte, la madre de Roberta era arqueóloga y podría aprovechar la ocasión para conseguir arrancarle el compromiso de darles una charla a los chicos. Apagó el motor y los tres se bajaron del microbús.
– Has sido muy amable trayendo a los niños a casa -dijo Annie-. Espero que no hayas tenido que desviarte mucho de tu camino.
– Bueno, iba sólo a Sugar Pines, a ver cómo estaban los chicos.
– Chase dice que ya están empezando a encajar en el parque y a llevarse bien con los de los demás grupos.
– Sí, les encanta este parque -replicó Alex-. Cada día que pasa los veo más identificados e integrados con las personas. Por eso quieren conocerte, Annie. Después de haber oído las historias del jefe Dick Sam, sienten una gran curiosidad por los petroglifos de estos lugares.
– Sí, Roberta me lo dijo. Pensaba llamarte la próxima semana.
– ¿Podrías darles una charla?
– Claro que sí. El próximo jueves estoy libre.
– Cuento contigo, entonces. Gracias.
– ¿Te gusta la limonada de menta? -le preguntó Roberta-. Nicky y yo vamos a prepararla.
– Me encantaría.
Los niños entraron corriendo en la casa.
– Te vi pasar hace un rato en la camioneta de Cal Hollis -dijo Annie mirando a Alex con mucho interés-. No quiero meterme en lo que no me llaman, pero algo está pasando entre vosotros. Chase y yo pasamos por una historia parecida.
– Cal no ha tenido ningún tipo de amnesia como Chase -dijo Alex suspirando.
– Te sorprendería saber el tiempo que estuve sin poder aceptar la situación. Más de diez años.
– Tuvo que ser muy difícil para los dos.
– Estuve a punto de perderlo. Tenía demasiado orgullo para seguir aguantando.
– Vuestra historia fue diferente, Annie. Cuando Chase se recuperó, recordó que te amaba. Pero Cal nunca me ha amado. Se casó con Leeann.
– Chase me dijo que empezaste a venir al parque con tu padre hace seis años. ¿Quieres decirme que en todo ese tiempo él no demostró el menor interés por ti?
Alex contuvo el aliento. Había estado sometida a tanta tensión en las últimas horas que resultaba ahora un alivio poder hablar con alguien, y sabía que podía confiar en Annie.
– Cal siempre parecía estar interesado por mí, pero nunca me lo demostró. Tuve que ser yo la que tratase de descubrirlo. Fue un acto del que aún me siento avergonzada.
En unas pocas palabras, Alex le contó lo sucedido aquella tarde en la torre de observación.
– Y después de eso, fue cuando se casó. ¿No es eso lo que quieres decirme? -dijo Annie.
Ella asintió con la cabeza.
– Entonces, ¿por qué te ha estado rondando desde que empezaste tu trabajo de voluntariado?
– Porque ahora ya no tiene a Leeann y supone que puede tener una aventura conmigo.
– ¿Te ha dicho él que es eso lo que quiere de ti?
– Me dijo que me deseaba y que yo era para él algo más que una amiga, pero yo no quise oír nada más.
– Yo tampoco quería oír nada más de Chase. Pero mis padres me aconsejaron que no me dejara dominar por mi orgullo. Decidí seguir su consejo y ya ves, ahora soy la mujer más feliz del mundo. Poca gente lo sabe aún, pero estamos esperando otro bebé.
– ¡Oh, eso es maravilloso, Annie! Roberta debe de estar loca de alegría.
– Pues figúrate nosotros -dijo Annie sonriendo-. Parece un milagro. A Chase le dijeron que después de las secuelas que le habían quedado de su enfermedad, no podría volver a ser padre. Pero ya ves, hemos vuelto a desafiar al destino.
Alex, muy emocionada, felicitó efusivamente a su amiga con un abrazo.
– Te digo una cosa, Alex. Con lo reservado que es Cal, nunca te habría llevado a su casa a la vista de todos si no sintiera algo profundo por ti. Ahora está dispuesto a hablar en serio contigo y creo que deberías escucharle. Si al final no resulta nada de ello, al menos podrás decir que has hecho todo lo que estaba en tu mano. Y te sentirás mejor contigo misma.
– ¡Venga, venid a probarla! -exclamó Roberta desde el porche.
– ¡Ya vamos, cariño! -dijo su madre subiendo con Alex las escaleras del porche.
– ¡Mmm, esta limonada con menta está deliciosa! -afirmó Alex probando un sorbo.
– Gracias. Mi nana me la enseñó a preparar.
– Me he enterado de que vas a tener un hermanito o una hermanita muy pronto. ¿Ya sabes cómo lo vais a llamar?
– Si es niña le pondremos Maggie -dijo Roberta con los ojos radiantes de felicidad.
– Me gusta. Es un nombre muy bonito. ¿Y si es niño?
– Le llamarán Yosemite Sam -replicó Nicky.
A Annie y a Alex se les saltaron las lágrimas de tanto reír. Alex no podía haberse imaginado pasar una tarde tan divertida después de su amarga conversación con Cal.
CAPÍTULO 10
CAL no consiguió conciliar el sueño y se levantó de la cama a las dos de la mañana. Habría hecho cualquier cosa por poder hablar con Alex, pero no eran horas para molestarla, y además tenía ganas de llevar a cabo alguna investigación por su cuenta.
Preparó un par de huevos con beicon para desayunar, se los tomó con dos tazas de café caliente y salió con Sergei en dirección a Tenaya Lake. Si llegaba antes de la salida del sol, podría explorar la zona donde Ralph Thorn había perdido supuestamente el teléfono móvil.
Llegó a la zona de los pinares a las cuatro y media. Se puso a rastrear la zona por cuadrículas para no dejarse un lugar sin examinar. Sergei le seguía de cerca olfateándolo todo. De pronto, Sergei lanzó un aullido y tiró de la correa, como tratando de llegar a algo que había olido.
– ¿Has olfateado el rastro de algún oso? ¡Vamos!
Cal subió corriendo hacia la montaña, tratando de seguir el ritmo de Sergei, que ladraba desaforadamente. Al cabo de unos cuantos metros el perro se puso a escarbar con las patas muy excitado.
Cal encendió la linterna e iluminó la zona, pero no vio el menor rastro de osos. Se agachó para retirar algunas ramas y entonces vio un par de bolsas grandes camufladas.
– ¡Vaya, mira lo que tenemos aquí!
Mientras el perro seguía ladrando, Cal abrió una de ellas y descubrió unos frascos de spray para osos. Cuando abrió la segunda y vio el contenido, sacó el móvil y llamó inmediatamente a Chase.
– Perdona que te moleste a estas horas intempestivas, pero Sergei ha descubierto algo que va a acelerar la investigación.
– ¿Dónde estás?
Cal le dio las coordenadas de la zona.
– No he querido tocar nada para no borrar las huellas dactilares, pero he podido ver varios frascos de spray para osos, una docena de punzones, sierras, alicates… En fin, un juego completo de herramientas con las que descuartizar sin problemas al oso más grande del parque. Hay también varios cuchillos de caza con la hoja manchada aún de sangre. Creo que sin Sergei, nunca lo habríamos encontrado.