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– Opino igual que tú, Cal. Ha sido un trabajo excelente. Llegaré enseguida con el equipo de investigadores de Nate.

Nada más colgar, Cal le dio un abrazo al perro.

– Buen trabajo, Sergei. Eres un gran chico.

Sacó del bolsillo unas golosinas y se las dio como premio. Mientras esperaba, telefoneó a Lonan y le contó lo que habían encontrado.

– Lonan, ¿podrías hacerme el favor de cuidar a Mika y Lusio cuando regresen hoy de Meadows? Tengo que quedarme aquí a seguir con la investigación. Aún no he llamado a Alex, pero me gustaría volver con ella a Hetch Hetchy para que me enseñe por dónde anduvo Ralph durante la excursión. Quizá no llegue a tiempo para cenar con el grupo.

– No te preocupes, Cal. Yo me encargaré de todo.

– Te lo agradezco, Lonan.

A los pocos minutos llegó un helicóptero. Venía también Vance. Una vez que la zona hubo sido completamente rastreada, todo el mundo se apresuró a felicitar a Sergei.

Al jefe se le veía especialmente contento.

– Puede que no hayamos capturado aún a los delincuentes, pero tenemos las armas del delito. ¿Sabes lo que esto significa? Telford tiene ahora la justificación que buscaba para conseguir que le aprueben en el presupuesto una partida especial para adquirir más perros como Sergei.

Eso era una gran noticia, pero Cal tenía la mente puesta sólo en Alex.

– Vance, si no te parece mal, pensaba ir con Alex a Hetch Hetchy para que me enseñe dónde estuvo con su grupo. Lonan se va a hacer cargo de los chicos hasta que ella vuelva. Tal vez haya otro alijo parecido escondido allí, o quizá encontremos más cadáveres de osos. Si es así, Sergei nos ayudará a localizarlos.

– Adelante, Cal, pero ten mucho cuidado. Nadie sabe lo que pueden hacer esos criminales si se sienten acorralados.

– Lo sé muy bien, Vance. No te preocupes.

Subió a la camioneta con Sergei y llamó por teléfono a Alex. A esa hora ya estaría levantada. Contestó al tercer tono de llamada.

– ¿Hola?

– Soy Cal.

– ¿Pasa algo malo? -dijo ella tras un largo silencio.

Siempre igual. ¿Cuándo se le quitaría esa costumbre de pensar siempre en alguna desgracia?

– No. Te llamo porque necesito tu ayuda. Se trata de un asunto oficial. Pero debes saber que no tienes por qué hacerlo. No es una orden -se produjo otro silencio-. ¿Alex?

– Yo… no me comporté muy bien contigo anoche. Lo siento.

Cal sintió que el corazón le latía fuertemente.

– No tienes de qué disculparte. Yo soy el culpable de todo. Mi abuelo solía decirme que, cuando hablaba, ponía una cara que parecía que quería comerme el mundo, pero que luego no era nadie -Cal oyó complacido su risa al otro lado de la línea-. Voy a llevar a Sergei esta mañana a Hetch Hetchy para hacer unos trabajos de campo con él. Si te vinieras con nosotros, podrías enseñarme por dónde estuvo Ralph con su grupo y a dónde se fue cuando os separasteis. Podríamos echar una ojeada por toda la zona.

– ¿Y qué me dices de los chicos?

– Lonan se hará cargo de ellos hasta que regresemos. Me reuniré contigo en el Evergreen Lodge. Comeremos allí antes de salir hacia Hetch Hetchy. Tráete la mochila y agua.

– Pero Lonan tiene que llevarse hoy el microbús.

– Pídele que te lleve a las oficinas centrales ahora. Beth te dará las llaves de mi casa. Tengo un duplicado de las llaves del coche en la cocina, en el cajón de la izquierda. Podrás venir en el Xterra. Tiene el depósito lleno.

– Está bien. Nos veremos allí. ¿Dónde estás ahora?

– Acabo de salir de Tenaya Lake. Te lo contaré todo más tarde.

Colgó antes de que ella pudiera cambiar de opinión. De camino hacia el otro extremo del parque, llamó a Jeff para informarle de todo. El hallazgo de Sergei había sido una gran noticia, pero el que Alex hubiese accedido a reunirse con él había sido casi un milagro.

Después de pasar por la presa de O'Shaughnessy, Alex se sintió fascinada por la belleza de las flores silvestres que dominaban la vegetación de las praderas y por las cataratas de Wapama Falls.

Era una ironía que fuese a estar a solas con él en aquel lugar. Ahora que por fin había conseguido su deseo, parecía como si se despertase de una pesadilla. Pero había decidido seguir el consejo de Annie. Le dejaría hablar para que terminara de explicarle lo que había tratado de decirle la noche anterior, aunque no creía que eso pudiera cambiar las cosas.

Cuando llegó al Evergreen Lodge, la estaba esperando. Cal le contó lo que Sergei había descubierto en Tenaya Lake. Tal vez Ralph y Steve tuvieran algo que ver con el alijo de herramientas, o tal vez no.

Poco a poco, recorrieron el área donde Ralph se había separado de su grupo y se había ausentado.

– Llevamos un buen rato caminando -dijo Cal-. Descansemos un poco.

Ella se sentó en un lado de un viejo tronco caído y Cal se sentó a horcajadas en el otro extremo. Sacaron unas botellas de agua de las mochilas y se pusieron a beber.

– Este lugar tiene un encanto especial -dijo Alex contemplando el paisaje-. ¿Has visto esa vieja película llamada El bosque encantado?

– No, pero he oído a algunos turistas mayores hablar de ella -replicó él mirándola fijamente.

– A mi madre le gustan mucho las películas de los años cuarenta. Yo he visto muchas con ella. Como la de aquel niño que se perdía en el bosque y un anciano le acogía en la casa que se había hecho dentro de una secuoya. Yo pensaba lo emocionante que tendría que ser vivir en el hueco de un árbol. Cuando mi padre me trajo por primera vez al parque, nos fuimos a ver las secuoyas gigantes, porque él sabía lo que significaban para mí. Fue así como empecé a enamorarme de Yosemite.

– Cuando viniste aquí por primera vez con tu padre, no había ranger en todo el parque que no hablase de la hija tan guapa y sexy que tenía el senador Harcourt. También decían otras cosas que te habrían hecho sonrojar. ¿Cuántos rangers iban detrás de ti, Alex?

– ¿De veras quieres saberlo? -dijo ella echando otro trago de agua de la botella.

– Supongo que muchos -replicó él, con sarcasmo, al ver que ella trataba de eludir la respuesta.

– Pero sólo había uno que me importaba. Él me miraba, pero eso era todo lo que hacía.

– ¿Y sabes por qué? -dijo Cal con expresión enigmática.

Alex vertió un poco de agua en el morro de Sergei y se quedó mirando cómo se relamía.

– Ya sé que tenías tus razones para obrar de ese modo. Pero yo, por desgracia, las ignoraba. Y ahora, si te parece, me gustaría cambiar de tema, ¿de acuerdo?

– No hasta que termine -dijo él pasando una pierna hacia el otro lado del tronco y poniéndose de pie-. Después de lo que Helen le hizo a mi hermano, yo tenía miedo. Jack y yo éramos muy parecidos y tenía la impresión de que sería sólo cuestión de tiempo que conociese a una mujer que pretendiese dominarme. Cuando empecé a trabajar en Idaho, tuve relación con algunas mujeres, pero procuraba siempre elegirlas para que fueran sencillas y algo frívolas.

– ¿Para que pudieras olvidarlas más fácilmente?

– Sí, podríamos decir que sí. Después de hacerme ranger, me asignaron al Parque Nacional de las Montañas Rocosas, donde conocí a Leeann. Ella era de mi edad y adoraba su profesión. Pasamos juntos muy buenos momentos. Si no me hubieran transferido tan pronto a este parque, nos habríamos casado allí y quizá hubiéramos sido felices.