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– Lokita se niega a ir a ninguna parte, Alex.

Si Lonan no podía hacerse con él, era señal de que el chico era muy testarudo.

– Voy para allá.

Nada más colgar, llamó por teléfono a Cal. Tenía que pedirle permiso para poder llevar al chico al hospital. Después de todo, el coche que conducía era suyo.

– ¿Alex? -contestó Cal con un tono algo molesto-. No conseguía hablar contigo, estabas comunicando todo el rato.

– Lo siento. Estaba… hablando por el móvil con Lonan.

– Después del susto que nos hemos llevado todos, no deberías haberte ido sola… Te noto preocupada. ¿Ha pasado algo?

Alex le contó lo de la apendicitis de Lokita.

– Me reuniré contigo en la clínica -dijo Cal-. Y procura tener el teléfono disponible.

– Descuida -dijo ella reconfortada por su amabilidad.

Pero no podía olvidar el problema de Lokita. Tenía que llamar a sus padres y decirles lo que estaba pasando. Ellos eran los únicos que podían hacerle entrar en razón.

O eso pensaba. Cuando llegó allí después de media hora, lo encontró sentado en la sala de recepción junto a Lonan. Parecía muy enfadado y no quiso ni mirarla. Lonan y ella intercambiaron una mirada de complicidad y luego Alex le dijo que podía irse, que ella se haría cargo del chico. Lonan pareció aliviado y le deseó suerte antes de salir de la clínica del albergue para reunirse con el resto del grupo.

– ¿Has hablado con tus padres? -le dijo Alex al chico.

– Sí.

– ¿No te dijeron ellos que tenías que ir al hospital?

– Sí. Pero yo les dije que no -replicó Lokita.

– Estás tratando de demostrar lo valiente que eres, ¿verdad? -el chico apretó los labios sin responder-. Mira, Lokita, a todo el mundo le dan miedo los hospitales. Si de verdad quieres demostrar a todos que eres un valiente, lo que tienes que hacer precisamente es ir al hospital.

– Alex tiene razón -dijo una voz profunda y familiar detrás de ella.

La presencia de Cal pareció animar al chico. Los chicos zunis sentían cierta aprensión hacia la medicina occidental.

– A mí también me operaron de apendicitis cuando tenía tu edad.

– ¿De verdad? -exclamó el chico sorprendido.

– Sí. Fue todo muy rápido. Me volví a casa el mismo día. Si quieres puedes ver la cicatriz. Es pequeña, pero me gusta enseñarla como prueba de mi valor.

– ¿Vendría usted conmigo, ranger Hollis? -dijo el chico mirándole de arriba abajo.

Cal le dedicó al chico una sonrisa que se le quedaría grabada a Alex toda la vida.

– Naturalmente. Y Alex también. Los dos estaremos contigo.

– De acuerdo, entonces -dijo el chico.

Cal tenía un don especial con los chicos y sabía ganarse su confianza. Salieron los tres de la clínica. Cal sentó a Lokita en el asiento de atrás del coche y Alex se sentó delante. Cal puso el vehículo en marcha en dirección a Merced.

– ¿Dónde está Sergei?

– Lo dejé con Jeff. Pasará la noche en su casa.

Alex trató de entretener a Lokita para que no pensase en el hospital y le contó lo del incidente en Hetch Hetchy con pelos y señales.

– Debías haber visto a Sergei espantando a los osos con su aullido salvaje. Te habría gustado.

– Lokita… -intervino Cal-. ¿Te he contado alguna vez que los osos negros pueden correr hasta a cincuenta kilómetros por hora? Pues te aseguro que esos osos salieron huyendo de allí a más de sesenta por hora.

Alex soltó una carcajada, recordando la imagen del oso huyendo despavorido.

– Ése es nuestro Sergei.

Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de lo que había dicho. Miró a Cal fijamente. Y lo que vio en su mirada le produjo la misma sensación eléctrica que la primera vez que se conocieron.

CAPÍTULO 11

ALEX sintió un cosquilleo en la nariz. Levantó la mano y encontró otra mano. Abrió los ojos. La luz de la mañana se filtraba por la persiana del cuarto del hospital. Luego vio a Cal llevándose el dedo índice a los labios.

– Shh… No despertemos a Lokita.

Tardó un minuto en volver en sí. La apendicectomía había sido un éxito y le habían llevado a la habitación la noche anterior. La celadora había colocado una litera plegable a cada lado de la cama de Lokita, pero Cal había movido su litera para estar junto a ella.

– Sólo te pido que me escuches -dijo él implorante.

Eso era todo lo que tenía que hacer, se dijo ella, mientras sentía el corazón retumbando.

– Hay algo que tienes que saber, Alex. Cuando te estaba besando aquella tarde en la torre de observación, deseaba que fueras mía para siempre. Pero por las razones que ya te he explicado, no dejé que mis sentimientos afloraran.

– Cal…

– Es la verdad -su voz temblaba ligeramente y hablaba con una seriedad como ella nunca le había oído antes-. Te amo, Alex. He estado locamente enamorado de ti desde hace mucho, mucho tiempo.

Cuando ella abrió la boca para hablar, él levantó la mano para impedírselo.

– Desde la primera vez que viniste al parque con tu padre, comprendí que no podría olvidarte nunca. La noche en el Ahwahnee, cuando estabas sentada a la mesa del comedor con tus muchachos, se notaba el amor que sentías por todos ellos. Comprendí entonces que daría cualquier cosa por conseguir que tú me amases de esa forma.

– Yo te amo así, Cal. He estado enamorada de ti desde que te conocí. Siempre lo has sabido.

Era una dicha y una bendición para ella poder decir por fin esas palabras.

No pudo decir más, embriagada por el amor que sentía hacia él. Le pasó el brazo por el cuello y lo atrajo hacia sí para demostrarle lo que significaba para ella. Cal la besó sin ninguna reserva y ella recibió su beso sin inhibiciones, como una liberación.

– No puedo controlarme, Alex, te deseo demasiado. Si seguimos moviéndonos así, echaremos abajo las literas.

– No te preocupes por eso, Cal -dijo ella, acariciándole el pelo con las manos.

– No me tientes, Alex. Cuando el médico dé de alta a Lokita, nos lo llevaremos a mi casa un par de días hasta que se recupere. Allí podremos tener algunos momentos de intimidad. ¿Qué te parece?

– Creo que ya sabes la respuesta.

Se abrazaron con fervor, como ella no había experimentado en su vida. Amaba a Cal con toda su alma y todo su cuerpo y no quería que hubiera ningún obstáculo que le impidiera demostrárselo. Estaban ajenos a la realidad hasta que oyeron unos pasos por el pasillo. Se abrió la puerta y Alex se apartó instintivamente de él.

– El doctor está ahora haciendo la ronda por la planta -dijo la enfermera mientras examinaba a Lokita-. Vendrá en un minuto.

Con la cara colorada, Alex se puso de pie temblorosa y se fue al cuarto de baño a refrescarse. Cuando salió, vio que se habían llevado las literas. El cirujano, un hombre de mediana edad, estaba al pie de la cama hablando con Cal.

– Lokita está respondiendo bien al tratamiento. No creo que se pueda producir ya ninguna complicación. El chico está deseando irse a casa, así que no veo ninguna razón para no darle el alta a mediodía -añadió el doctor dándole a Lokita unas palmaditas cariñosas en el hombro-. En unos pocos días estarás como nuevo, chico.

– Gracias -respondió Lokita.

– De nada, chico.

Cal acompañó al médico a la puerta, mientras Alex se pasaba al otro lado de la cama.

– ¿Cómo te sientes ahora? -le preguntó ella.

– Un poco raro.

– Estoy muy orgullosa de ti, has sido muy valiente.

El chico parecía algo avergonzado.

– Cal me ha dicho que podría quedarme en su casa esta noche. ¿Te parece bien, Alex?

– Claro que sí. Yo también me voy a quedar contigo.

– ¿Pueden venir los chicos a verme?