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El regreso de Belle a casa no fue mucho más veloz que el de John. No estaba acostumbrada a pasear sin zapatos, y tuvo la sensación de que su pie derecho se las arregló para encontrar todos y cada uno de los afilados guijarros y de las raíces de árboles que poblaban el estrecho camino. Y además, estaba el problema de su bota izquierda, que tenía un pequeño tacón, lo que la dejaba ligeramente desequilibrada y la obligaba a cojear.

Y cada tambaleante paso que daba le recordaba a John Blackwood. El horroroso John Blackwood.

Belle comenzó a murmurar cada una de las palabrotas que había oído decir a su hermano, por casualidad, delante de ella. Su diatriba duró tan sólo unos segundos, porque Ned por lo general tenía bastante cuidado con su lengua cerca de su hermana. Habiéndose quedado sin palabrotas, Belle comenzó con los insultos, pero "Desgraciado, desgraciado," simplemente no le pareció lo bastante rotundo.

"¡Maldición!" exclamó, cuando su pie aterrizó sobre un guijarro especialmente agudo. Este contratiempo resultó ser su perdición, y sintió una ardiente lágrima rodar por su rostro cuando cerró los ojos con fuerza para contener el dolor.

"No vas a echarte a llorar por un pequeño guijarro," se reprendió a si misma. "Y por supuesto no vas a echarte a llorar por culpa de ese espantoso hombre."

Pero ya estaba llorando, y no podía detenerse. No podía entender como un hombre podía ser tan encantador durante un minuto y tan insultante al siguiente. Ella le gustaba-sabia que lo hacía. Era evidente, en el modo en que había bromeado con ella y había cuidado de su pie. Y, si bien, no había sido demasiado comunicativo cuando ella le había preguntado sobre la guerra, tampoco la había ignorado por completo. No se habría abierto a ella en absoluto si ella no le gustara aunque sólo fuera un poco.

Belle se inclinó, cogió el ofensivo guijarro, y lo lanzó con fuerza contra los árboles. Ya bastaba de llanto, ahora era el momento de estudiar este problema detenidamente, de forma racional, para entender por qué su personalidad había cambiado tan repentinamente.

No, decidió Belle, por primera vez en su vida no quería ser sensata y racional. No le importaba ser práctica y pragmática. Lo único que quería era estar enfadada.

Y lo estaba. Estaba furiosa.

Cuando Belle llegó a Westonbirt, sus lagrimas se habían secado, y se recreaba tramando mentalmente toda clase de planes de venganza contra John. En realidad, no esperaba llevar a la práctica ninguno de ellos, pero el mero acto de planificarlos le levantaba el ánimo.

Recorrió con paso lento el gran vestíbulo y estaba casi junto a la curvada escalera cuando Emma la llamó desde un salón cercano. "¿Eres tú, Belle?"

Belle desanduvo el camino hasta la puerta abierta del salón, asomó la cabeza, y saludó.

Emma estaba sentada sobre un sofá con los libros de contabilidad extendidos encima de una mesa delante de ella. Arqueó las cejas ante el aspecto despeinado de Belle. "¿Dónde has estado?"

"He salido a dar un paseo."

"¿Con un solo zapato? "

"Es la última moda."

"O una historia muy larga."

"No muy larga, pero si muy poco elegante."

"Los pies descalzos por lo general lo son."

Belle puso los ojos en blanco. Emma era conocida por chapotear por el agua, cubierta hasta las rodillas de barro para llegar hasta su lugar de pesca favorito.

"¿Y desde cuándo te has convertido en el paradigma del buen gusto y el decoro?"

"Desde…, oh, no importa, simplemente entra y siéntate conmigo. Estoy a punto de volverme loca."

"¿De verdad? Bueno, eso suena interesante."

Emma suspiró. "No te burles. Alex no me deja salir de este maldito salón por temor a mi delicado estado."

"Podrías mirarlo desde un punto de vista positivo y verlo como un signo de su eterno amor y devoción," sugirió Belle.

"O simplemente podría estrangularlo. Si por él fuera, estaría confinada en mi cama hasta que el bebé llegara. Date cuenta de cómo es que me ha prohibido montar a caballo sola."

"¿Puede hacer eso?"

"¿Qué?"

"Prohibírtelo."

"Bueno, no, él no me da órdenes como la mayor parte de hombres hacen con sus mujeres, pero me dejó bastante claro que se sentiría extremadamente angustiado cada vez que sacara a Boston de paseo, y maldición, lo amo demasiado para preocuparlo así. Algunas veces lo más sencillo es complacerlo."

"Mmm," murmuró Belle. "¿Te apetece un poco de té? Estoy un poco destemplada." Se levantó y llamó para que viniera una criada.

"No, gracias, pero pídelo para ti."

Una criada entró silenciosamente y Emma ordenó que trajera una bandeja de té. "Ah, y ¿puede decirle, por favor, a la señora Goode que me reuniré con ella para hablar del menú de esta noche dentro de una hora? Tendremos un invitado, así que creo que deberíamos preparar algo especial."

La criada asintió y abandonó el salón.

"¿Quién cena con nosotros esta noche?" preguntó Belle.

"John Blackwood, el vecino con quien te tropezaste hace unos días. Alex lo invitó ayer. ¿No lo recuerdas? Me parece que hablamos de ello durante el té. "

Belle sintió que el corazón se le hundía como una piedra en el estomago. Había olvidado por completo los planes para la cena. "Supongo que lo olvidé," dijo, deseando que ya estuviera aquí su té para poderse esconder la cara tras la taza. Notaba un desagradable aumento de temperatura en sus mejillas.

Si Emma notó el rubor de Belle, no hizo comentario alguno al respecto. Belle inmediatamente comenzó a hablar de la última moda de París, y las dos damas continuaron con el tema hasta mucho después de que el té llegara.

Belle se vistió con particular esmero esa noche, sabiendo muy bien que John era la razón de su desvelo. Eligió un sencillo vestido de corte imperio, de seda azul hielo que hacía juego con sus ojos y se peinó el cabello en un flojo recogido en lo alto de la cabeza, dejando unos tenues rizos sueltos para enmarcar su rostro. Un hilo de perlas y un par de pendientes a juego completó el atuendo, y, satisfecha con su aspecto, se dirigió abajo.

Emma y Alex ya estaban en el salón esperando a que John llegara. Belle apenas había tenido tiempo de sentarse cuando el mayordomo entró el cuarto.

"Lord Blackwood."

Belle levantó la mirada cuando Norwood terminó de entonar el nombre de John. Alex se puso en pie y dio un par de zancadas hasta la puerta para saludar a su amigo. "Blackwood, que bueno verte de nuevo. "

John saludó con la cabeza y sonrió. Belle se sintió irritada por el hecho de que él se viera sumamente apuesto en su traje de noche.

"Permite que te presente a mi esposa." Alex condujo a John hasta el sofá donde Emma estaba sentada.

"Cómo está usted, su Excelencia," murmuró John cortésmente, depositando un rápido beso en el dorso de su mano.

"Oh, por favor, no puedo aguantar tanto protocolo en mi propia casa. Por favor llámeme Emma. Alex me ha asegurado que es usted un amigo muy especial para él, así que no creo que necesitemos ser tan formales."

John sonrió a Emma, decidiendo que Alex había disfrutado de su acostumbrada buena suerte cuando se puso a buscar esposa. "Entonces usted debe llamarme John."

"Y, por supuesto, ya conoces a Belle," continuó Alex.

John se giró hacia Belle y tomó su mano. Una feroz oleada de calor viajó por su brazo, pero ella se obligó a no retirar la mano. Él no tenía porqué saber cómo la afectaba. Pero cuando se llevó su mano a los labios y la besó suavemente, no fue capaz de controlar el rubor que se extendió por sus mejillas.

"Es, en efecto, un placer verla de nuevo, lady Arabella," dijo él, sosteniendo todavía su mano en la suya.

"Po-por favor, llámeme Belle," tartamudeó ella, odiándose por perder la calma.

John finalmente liberó su mano y sonrió. "Le traje un regalo." Le tendió una caja atada con una cinta.

"No tenía por qué. Gracias." Curiosa, Belle desató el lazo y levantó la tapa. Dentro encontró su bota ligeramente embarrada. Sofocó la risa cuando la sacó de la caja. "Tenía una ampolla," explicó, girándose hacia Alex y Emma. "Era realmente dolorosa, y me quité la bota… " Su voz se extinguió.