Pero entonces la tragedia los golpeó con fuerza, y el conde falleció cuando su carro volcó en una noche de lluvia torrencial. A la tierna edad de diez años, Damien se encontró con un título. La familia apenas tuvo tiempo para afligirse cuando para sorpresa de todo el mundo, Lady Westborough descubrió que estaba otra vez embarazada. Y en la primavera de 1787, dio a luz a un último hijo. El esfuerzo la agotó, y nunca recobró las fuerzas. Y así, cansada e irritable, por no mencionar que muy preocupada por las finanzas familiares, echó un vistazo a su séptimo hijo, suspiró, y dijo, "Supongo que lo llamaremos simplemente John. Estoy demasiado cansada para pensar en algo mejor."
Y después de aquella entrada un tanto desfavorable en el mundo, John fue-a falta de un término mejor-olvidado.
Su familia tenía poca paciencia con él, y pasó mucho más tiempo en compañía de sus tutores que con la de sus parientes. Fue enviado a Eton y Oxford, no porque se preocuparan por su educación, sino más bien porque era lo que las buenas familias hacían por sus hijos, hasta por los más jóvenes que eran irrelevantes en cuanto al linaje dinástico.
En 1808, sin embargo, cuando John estaba en su último año en Oxford, se le presentó una oportunidad. Inglaterra se encontraba inmersa en una batalla política y militar en la península ibérica, y hombres de todas las clases sociales se precipitaban a alistarse en el ejército. John vio la carrera militar como un área donde un hombre podía labrarse un futuro, y le propuso la idea a su hermano. Damien accedió, viéndolo como una forma de librarse honrosamente de seguir encargándose de su hermano, y compró una comisión para John.
El servicio militar parecía una buena alternativa para él. Era un jinete excelente y bastante bueno tanto con la espada como con las armas de fuego. Corrió algunos riesgos que sabía que debería haber evitado, pero en medio de los horrores de la guerra, se hizo evidente que posiblemente no había modo de que pudiera sobrevivir a la carnicería. Y si por un giro del destino lograba salir del conflicto con el cuerpo intacto, sabía que su alma no tendría tanta suerte.
Pasaron cuatro años, y John sorprendentemente seguía esquivando la muerte. Y entonces, recibió una bala en la rodilla y se encontró en un barco de regreso a Inglaterra. Inglaterra dulce, verde y pacífica. De alguna manera no le parecía verdadera. El tiempo pasó rápidamente mientras su pierna sanaba, pero la verdad era que recordaba muy poco de la convalecencia. Se pasó la mayor parte del tiempo borracho, incapaz de hacerse a la idea de ser un lisiado.
Entonces, y para su sorpresa, se le otorgó el titulo de barón por su valor; una ironía después de todos aquellos años en que su familia le recordaba que no era un lord. Fue un momento decisivo para él, y comprendió que ahora tenía algo sustancial que dejar a una futura generación. Con una renovada sensación de que su vida tenía una finalidad, decidió encarrilarla.
Cuatro años después de alistarse cojeaba, pero al menos lo hacía en su propio país. El final de la guerra había llegado para él un poco antes de lo esperado, así que había vendido su comisión y con el dinero obtenido comenzó a invertir. Sus inversiones resultaron ser sumamente provechosas, y después de tan sólo cinco años, había reunido dinero suficiente para comprar una pequeña propiedad en el campo.
Finalmente el día anterior había decidido encargarse de explorar el perímetro de su propiedad cuando se topó con Lady Arabella Blydon. Había pensado en su encuentro con ella durante algún tiempo. Seguramente debería acercarse a Westonbirt y disculparse con ella por su grosero comportamiento. Dios sabía que ella no acudiría a Bletchford Manor [1] después del modo en que él la había tratado.
John se estremeció. Definitivamente iba a tener que pensar en un nuevo nombre para el lugar.
Era una residencia agradable. Y confortable. Lujosa sin llegar a ser palaciega, y podía ser fácilmente atendida por un reducido personal, lo cual era una suerte para él, puesto que no podía permitirse emplear a un gran número de criados.
Así que allí estaba. Vivía en un hogar de su única propiedad, no en un lugar que sabía que nunca sería suyo debido a la existencia de cinco hermanos mayores. Y tenía unos buenos ingresos; agradablemente mermados ahora que había comprado una casa, pero confiaba justificadamente en sus capacidades financieras después de sus éxitos recientes.
John comprobó su reloj de bolsillo. Eran las dos y media de la tarde, un buen momento para examinar algunos de los campos del oeste y estudiar la posibilidad de cultivarlos. Deseaba convertir "el-inminentemente-rebautizado-con-un-nombre-menos-espantoso" Bletchford Manor en un lugar tan fructífero como fuera posible. Un rápido vistazo al exterior a través de la ventana le dijo que hoy no se repetiría el chaparrón del día anterior y abandonó su estudio, con la intención de subir a coger su sombrero.
No llegó muy lejos antes de que Buxton, el anciano mayordomo que adquirió junto con la casa, lo detuviera.
"Tiene una visita, milord," le anunció.
Sorprendido, John se detuvo. "¿Quién es, Buxton?"
"El Duque de Ashbourne, milord. Me tomé la libertad de hacerlo pasar al salón azul. "
John sonrió. "Ashbourne está aquí. Espléndido." No se había percatado de que su viejo amigo del ejército vivía tan cerca cuando compró Bletchford Manor, pero esto era una ventaja añadida. Giró y se disponía a descender los pocos escalones que había logrado subir, antes de hacer un alto, desconcertado. "Infiernos, Buxton," gimió. "¿Dónde está el salón azul?"
"Segunda puerta a su izquierda, milord."
John caminó por el vestíbulo y abrió la puerta. Tal y como pensaba, no había ni un solo retazo de azul en el cuarto. Alex se apoyaba contra el marco de una ventana, mirando los campos que lindaban con su propia finca.
"¿Tratando de imaginar cómo convencerme de que el huerto de manzanas del linde cae en tu lado de la propiedad?" bromeó John.
Alex se giró. "Blackwood. Es un condenado placer volver a verte. Y el huerto está en mi lado de la propiedad."
John enarcó una ceja. "Tal vez he estado tratando de imaginar como birlártelo."
Alex sonrió. "¿Cómo estás? ¿Y por qué no me has visitado para saludarme? Ni siquiera sabía que habías comprado este lugar hasta que Belle me lo dijo ayer por la tarde."
Así que la llamaban Belle. Eso lo satisfizo. Y ella les había hablado de él. John se sintió absurdamente feliz por ello, aunque dudaba que ella hubiera tenido algo agradable que decir. "Pareces olvidar que se supone que uno no se presenta de visita en la residencia de un duque a menos que el duque lo haya invitado primero."
"Bueno, Blackwood, creía que estábamos por encima de las trivialidades de la etiqueta a estas alturas. Un hombre que ha salvado mi vida es bienvenido de visita en cualquier momento que le plazca."
John enrojeció ligeramente, recordando la vez en que había disparado a un hombre que iba a apuñalar a Alex por la espalda. "Cualquiera habría hecho lo mismo," dijo suavemente.
Una comisura de la boca de Alex se alzó al recordar a los hombres que habían embestido a John cuando inutilizó a su atacante. John había recibido una cuchillada en el brazo por su valentía. "No", dijo Alex, finalmente. "No creo que cualquiera hubiera hecho lo mismo." Se enderezó. "Pero basta de hablar de la guerra. Prefiero no extenderme sobre el tema. ¿Cómo estás?"
John hizo un ademán hacia un sillón, y Alex se sentó.