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Aquella musiquilla rala me hizo apartarme instantáneamente de los versos apócrifos de 'The Streets of Laredo'que me rondaban, esa melodía no se me había ido del todo en ningún momento pese a mis sustos y alarmas, y ahora, al ver a De la Garza tragando agua azulada, se me había cruzado una tercera versión, yo creo: a las baladas se les ponen cuantas letras se quiera y yo había escuchado la de Laredo y Armagh convertida en 'Doc Holliday'por el capricho de algún cantante olvidado, el cual hacía contar su historia, con esa música, a quien acompañó a Wyatt Earp en el O K Corral, en el famoso duelo o más bien batalla campal entre bandas, el tahúr tuberculoso y alcohólico licenciado en Medicina (o era en Odontología, como Dick Dearlove) y buen conocedor de Shakespeare, o así al menos lo presentaron en la mejor película que sobre ellos yo he visto, sobre Earp y Holliday en la ciudad de Tombstone, que no en Laredo ni desde luego en esa desconocida Armagh de Irlanda: 'But here I am now alone and forsaken, with death in my lungs I am dying today', y eso mismo podía estarse diciendo Rafael de la Garza con sus propias palabras siempre más chuscas y zafias, aunque él no moría por la enfermedad de la tos y el pañuelo en la boca y los esputos sanguinolentos, sino por inundación o encharcamiento, 'Pero aquí estoy ahora solo y abandonado, con la muerte en mis pulmones me estoy hoy muriendo'.

El pasodoble ratonero molestó a Reresby o incluso lo irritó, y no me extrañó lo más mínimo porque también a mí me sacó de quicio.

What's this shit?—dijo, a la vez que yo pensaba: '¿Otra vez esto?'.

El sonido insistente hizo que interrumpiera sus golpes y las inmersiones de De la Garza en la taza. Entonces lo cacheó rápidamente y con malos modos en busca del portátil impertinente, y cuando se lo encontró en un bolsillo de la chaqueta rapera lo cogió, lo miró con perplejidad e ira y lo estampó contra una pared con todas sus fuerzas, el aparato saltó hecho pedazos y la españolada cesó al instante. 'Al menos ya no va a ahogarlo', pensé, 'por ahora', y además me di cuenta de que cuanto no fuera la espada yo lo veía como menos peligroso, menos mortal, tal vez era sólo que para un estrangulamiento o un ahogamiento se necesita algo de tiempo, aunque sea poco, y ese tiempo da tiempo a intervenir a otro que tendría que ser yo, pero cómo, nadie más había en aquel lugar y tampoco intentaba entrar nadie, y se habrían encontrado todos con la puerta atrancada y habrían supuesto que no estaba en uso aquel lavabo; mientras que para la decapitación o el tajo no se requiere ningún lapso de tiempo, y si Tupra no hubiera frenado a la primera la hoja, la cabeza del agregado estaría ya cercenada y caída al suelo, y él sería dos partes, o no sería. Así que yo vigilaba con aprensión lo que hacía Reresby pero también echaba ojeadas a su abrigo colgado, sabía ahora que allí se guardaba el arma temible de los lansquenetes y que podía volver por ella en cualquier arrebato o enconamiento, desenvainarla de nuevo y blandiría.

A continuación Tupra agarró a Rafita por las solapas o más bien por la pechera e hizo con él casi lo mismo que con su telefonillo, quiero decir que lo lanzó contra una pared, y vi cómo una de las extrañas barras cilíndricas que sobresalían se le clavaba en la espalda. Por suerte eran romas, pero aun así hubo de dolerle sobremanera, en el impulso de Tupra no hubo reservas. Tras darse contra ella De la Garza se desplomó, con un aullido muy derrotado y sin aire. La camisa se le había salido de los pantalones y entonces descubrí con estupor —fue también con vergüenza, o era casi pena— que el diplomático llevaba en el ombligo incrustada una joya, como un pequeño brillante o acaso una perla, seguramente baratijas, imitaciones, falsos. 'Santo cielo', pensé, 'quiere sentirse modernísimo a toda costa y no le han bastado el pendiente de zíngara y la redecilla, ¿llevará puesto eso siempre, hasta en la Embajada, o sólo cuando se disfrace para salir de farra?' Tupra volvió a cogerlo y lo levantó, agarrado siempre de la pechera, lo arrastró hacia atrás y lo lanzó otra vez contra la barra metálica de los tullidos, era la fija, tuve la sensación de que se le hincaba ahora en los omóplatos. De la Garza era un títere, un saco, estaba todo mojado y manchado de azul, con brechas en la barbilla y la frente y un corte en un pómulo, uno sfregio, la ropa toda descompuesta y con varios rotos, y sus gritos eran muy débiles, apenas el incontenible gemido cada vez que su espalda chocaba contra aquella barra, porque Reresby siguió con lo mismo, muy sostenida y rápidamente: lo levantaba, lo alejaba un poco de la pared y lo arrojaba contra el ariete, debía de estarle rompiendo costillas si es que no le producía lesiones internas de mayor consecuencia, retumbaba entera la caja torácica del agregado y su interior crujía, y a cada impacto era como si el aliento se le secase. Reresby lo hizo en total cinco veces, como si las contara, con paciencia y disciplina, como quien se lo tiene trazado. De la Garza no se defendió en ningún momento (ni ya podía encogerse, ni taparse los oídos), no sé, supongo que uno nota cuándo no puede hacerlo, cuándo la fuerza y la determinación del otro —o el número, si son varios otros; o las armas, si está uno inerme— son tan superiores que sólo cabe esperar que se canse o que decida acabar del todo, también Rafita pensaría en la espada con temor y algo de esperanza durante las arremetidas, durante su paliza, como quizá Emilio Marés en los campos de Ronda una vez que vio venírsele encima primero las banderillas y la pica luego: 'Lo están haciendo. Lo están haciendo en serio estos hijos de puta, malas bestias', debió de pensar entonces. 'Me están toreando como si fuera un toro, lo mejor será que me entren a matar cuanto antes y que no fallen, que no tengan que darme puntilla con lo que se les ocurra, porque son capaces de utilizar un clavo.'