Bueno, eso no era del todo cierto. Una parte de ella tenía muchas ganas de gritar su furia y clavar sus uñas en las mejillas de él.
– ¿Qué diablos estás haciendo aquí?- masculló al cabo.
Victoria hizo acopio de todo su orgullo y le devolvió una mirada desafiante. -Yo soy la institutriz perdida.
Helena le pegó a Victoria en la cadera. -Será mejor que le llames “mi lord” si de verdad valoras tu posición, muchacha. Él es un conde, y tú harías bien en no olvidarlo.
– Soy muy consciente de lo que es.
Helena sacudió la cabeza en la dirección de Robert. -¿Conoces a esta muchacha?
– La conozco.
Le tomó toda la voluntad de Victoria para no encogerse ante el hielo en su voz. Ella era más sabia ahora que hacía siete años. Y más fuerte, también. Ella se puso de pie, erguida, lo miró a los ojos, y dijo: -Robert.
– Eso es buena manera de saludar,- él arrastró las palabras.
– ¿Qué significa todo esto?-Preguntó Helena. -¿Quién es ella? Que estás… -Su cabeza pasó de Victoria a Robert. -¿Ella te llamó Robert?
Robert ni una sola vez apartó los ojos de Victoria. -Será mejor que te vayas, Helena.
– Por supuesto que no. -Ella cruzó sus brazos.
– Helena-, repitió, con voz baja mezclada con una clara advertencia.
Victoria escuchó la furia velada de su voz, pero aparentemente Helena no se daba cuenta, porque ella dijo: -No me puedo imaginar lo que tendría que decir de esto… esta persona en una institutriz.
Robert se volvió a Helena y rugió,-¡He dicho que nos dejes!
Ella parpadeó. -No sé la salida.
– A la derecha, dos a la izquierda, y derecha otra vez.
Helena abrió la boca como si quisiera decir algo más, entonces, evidentemente, se lo pensó mejor. Dirigió una última mirada desagradable a Victoria y abandonó la escena.
Victoria estaba más que tentada a seguirla. -A la derecha, dos izquierdas, y otra vez a la derecha-, susurró para sí misma.
– No vas a ninguna parte-, ladró Robert.
Su tono imperioso fue suficiente para convencer a Victoria de que era inútil intentar siquiera una conversación cortés con él. -Si me disculpa-, dijo, pasando junto a él.
Su mano cayó sobre su brazo como si fuera una tormenta. -¡Vuelve aquí, Victoria!
– No me des órdenes,- se explotó girando hacia él. -Y no me hables en ese tono de voz.
– Por Dios-, se burló. -Tales demandas de respeto parece extraño viniendo de una mujer cuya idea de la fe…
– ¡Basta!-, Gritó ella. No estaba segura de lo que estaba hablando, pero ella no podía soportar escuchar el tono mordaz de la voz. -¡De una vez, basta!
Sorprendentemente, lo hizo. Él parecía bastante conmocionado por su arrebato. Victoria no se sorprendió. La muchacha que había conocido hace siete años nunca había gritado así. Ella nunca había tenido motivos para ello. Ella tiró de su brazo diciendo: -Por favor, déjame en paz.
– No quiero.
Victoria levantó la cabeza sorprendida. -¿Qué has dicho?
Él se encogió de hombros y aseguró con rudeza. -Me encuentro bien interesados en lo que me perdí hace siete años. Estás muy bonita.
Su boca se abrió. -Como si yo fuera…
– Yo no me apresuraría a rechazarme-, me interrumpió. -Por supuesto que no podrías esperar una propuesta de matrimonio, pero no hay amenaza de ser desheredado. Y yo, querida, soy terriblemente rico.
El padre de él la había llamado “mi querida. Y él había usado el mismo tono condescendiente. Victoria se tragó las ganas de escupirle en el rostro y dijo: -Qué conveniente para ti.
Él siguió como si no la hubiera oído. -Debo decir que nunca pensé que nos volveríamos a encontrar en estas circunstancias.
– Tuve la esperanza que nunca sucediera-, replicó ella.
– La institutriz-, dijo, usando un tono extrañamente reflexivo de la voz. -Una posición interesante y precaria en esta casa. Ni familia ni sierva.
Victoria giró los ojos. -No tengo dudas sobre lo bien informado que estés, al igual que yo, sobre “la precaria posición” de una institutriz.
Él ladeó la cabeza de una manera aparentemente amistosa. -¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto? Me parece bastante divertido que la elite de Inglaterra le está confiando la educación moral de sus hijos.
– Indudablemente puedo hacer un mejor trabajo que tú.
Soltó una risa brusca. -Pero nunca fingí ser bueno y puro. Nunca simulé ser el sueño de un hombre joven. -Se inclinó hacia delante y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Su tacto era suavemente escalofriante. -Nunca he pretendido ser un ángel.
– Sí-dijo en voz alta se atragantó. -Tú lo hiciste. Eras todo lo que yo había soñado, todo lo que había querido. Y todo lo único que quería…
Sus ojos brillaban peligrosamente cuando él la atrajo hacia sí. -¿Qué es lo que quería, Victoria?
Giró la cabeza hacia un lado, negándose a contestarle.
Él la soltó bruscamente. -Supongo que no hay ningún punto en reiterar todas mis esperanzas tontas.
Ella se rió sordamente. -¿Tus esperanzas? Bueno, siento mucho que no fueras capaz de acostarte conmigo. Eso debió haberte, sin duda, roto tu corazón.
Se inclinó hacia delante, con los ojos amenazantes. -Nunca es demasiado tarde para soñar, ¿verdad?
– Esto es un sueño que nunca ceras cumplido.
Se encogió de hombros, con una expresión diciéndole que no le importaba mucho lo uno u lo otro.
– Dios, yo significaba tan poco para ti, ¿no es cierto?-Susurró.
Robert la miró fijamente, sin poder dar crédito a sus palabras. Ella había significado todo para él. Todo. Le había prometido la luna, y estaba decidido a cumplirlo. Él la había amado tanto que habría encontrado la manera de sacar esa esfera del cielo y servírsela en un plato si se lo hubiera exigido.
Pero ella nunca realmente lo había amado. Ella había amado tan sólo la idea de casarse con un conde rico. -Torie…-, dijo, preparándose para retrucar.
Pero ella nunca le dio la oportunidad. -¡No me llames Torie!- explotó.
– Me parece recordar que yo era el único que te di ese apodo en particular-, le recordó.
– Tú perdiste cualquier derecho hace siete años.
– ¿Perdí los derechos?-, Dijo, apenas podía creer que ella estaba tratando de echarle la culpa a él. Los recuerdos de esa noche patética atravesaron su cabeza. Él la había esperado en el aire de la noche fría. Esperado más de una hora, cada fibra de su ser vivo con amor, deseo y esperanza. Y ella había ido simplemente a dormir. Ido a dormir sin importarle nada de él.
Furia explotó en su cuerpo, y él la atrajo hacia sí, con las manos mordiendo su carne. -Parece que has olvidado convenientemente los hechos de nuestra relación, Torie.
Tiró de su brazo librándose del agarre de él con una fuerza que lo sorprendió. -He dicho que no me llames así. Yo ya no soy “ella”. No lo he sido durante años.
Sus labios retorcidos con perverso humor. -¿Y quién eres, entonces?
Ella lo miró por un momento, obviamente tratando de decidir si quería o no contestar su pregunta. Finalmente dijo: -Yo soy la Señorita Lyndon. O en estos días soy más comúnmente sólo Lyndon. Ni siquiera ya soy Victoria.
Sus ojos recorrieron su rostro, no conociendo exactamente lo que veía. Había una cierta fuerza en ella que no estaba presente a los diecisiete años. Y sus ojos tenían una dureza que lo desconcertó. -Tienes razón-, dijo encogiéndose de hombros fingiéndose aburrido. -Tú no eres Torie. Tú probablemente nunca lo hayas sido.