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Él sonrió aún más ampliamente.

Ella se apartó aún más lejos y cayó al suelo.

Robert de inmediato se puso en pie y le ofreció su mano. -¿Quieres un poco de ayuda?

– ¡NO!- Victoria se incorporó, recogió su manta, y se marchó a otro árbol. Se acomodó con la esperanza que él entendería la indirecta, pero dudaba que realmente lo hiciera.

No, por supuesto que él no. -Nunca me dijiste lo que estabas escrito.- Pronunció mientras se sentaba a su lado.

– ¡Oh, por el amor de Dios!- Ella empujó el cuaderno en sus manos. -Léelo si es necesario hacerlo.

Echó un vistazo a las directrices y alzó una ceja. -Los planes de lecciones.

– Yo soy una gobernanta.- Fue quizá el tono más sarcástico que había usado nunca.

– Estás muy bien-, reflexionó.

Ella puso los ojos en blanco.

– ¿Cómo sabes cómo ser una institutriz?-, él preguntó. -No es como si uno pudiera asistir a la escuela de institutrices.

Victoria cerró los ojos por un momento, tratando de luchar contra la ola de nostalgia. Ese era exactamente el tipo de pregunta que Robert habría preguntado cuando eran más jóvenes. -No sé cómo otros lo hacen-, respondió finalmente. -Pero trato de emular a mi madre. Ella nos enseñaba a Ellie y a mí antes de morir. Y después me hice cargo de la educación de Ellie hasta que ya no me quedó nada más que enseñar.

– No me puedo imaginar que te hayas quedado sin cosas para enseñar.

Victoria sonrió. -Cuando Ellie cumplió los diez años, ella me estaba enseñando matemáticas. Ella siempre ha sido…-se interrumpió, horrorizada por lo cómoda que se había sentido con él en estos últimos minutos. Ella se puso rígida y dijo: -No tiene importancia.

Una de las esquinas de la boca de Robert se levantó en una sonrisa de complicidad, como si supiera exactamente lo que ella había estado pensando. Él volvió a mirar su cuaderno y volvió una página. -Obviamente, te enorgulleces de lo que haces-, dijo. -Pensé que odiabas esta posición.

– Sí es cierto. Pero eso no significa que voy a hacer menos de lo que puedo. Eso sería injusto para Neville.

– Neville es un malcriado.

– Sí, pero se merece una buena educación.

Él la miró, sorprendido por sus convicciones. Ella era una hermosa intrigante cuyo único criterio para casarse era que el marido tuviera una fortuna. Y, sin embargo ella trabajaba duro para asegurarse de que un niño detestable recibiera una buena educación.

Le entregó el cuaderno de nuevo a ella. -Ojalá hubiera tenido una institutriz como tú.

– Probablemente fuiste peor que Neville-, replicó ella. Pero sonreía mientras lo decía.

Su corazón saltó, y él tuvo que recordarse que no le gustaba, que estaba allí para seducirla y arruinarla. -No me puedo imaginar que haya algo mal en un chico que con un poco de disciplina no se pueda reparar.

– Si sólo fuera tan fácil. Lady Hollingwood me ha prohibido disciplinarlo.

– Lady H es una cabeza hueca, como mi joven prima Harriet suele a decir.

– ¿Por qué has venido a la fiesta de su casa, entonces? Ella quedó anonadada que un conde asistiera.

– No lo sé. -Hizo una pausa y se inclinó hacia delante. -Pero estoy contento de haberlo hecho.

Ella no se movió durante unos segundos, no lo hubiera podido hacer ni siquiera si su vida dependiera de ello. Podía sentir su aliento en la mejilla, que era dolorosamente familiar. -No hagas eso-, susurró.

– ¿Esto? -Él se inclinó hacia adelante, y sus labios rozaron la mejilla como una ligera caricia de una pluma.

– No hagas eso-, dijo ella secamente, recordando la angustia por su abandono tantos años antes. No necesitaba un corazón roto nuevamente. Ni siquiera estaba completamente remendado desde su último encuentro. Ella se apartó y se levantó, diciendo: -Tengo que atender a Neville. No se sabe qué tipo de problemas va a meterse.

– Es propenso-, murmuró.

– ¡Neville! ¡Neville!

El muchacho llegó galopando. -¿Sí, Lyndon? -, Dijo con insolencia.

Victoria apretó los dientes por un momento, tratando de ignorar su grosería. Había renunciado hacía mucho a que la llamara señorita Lyndon. -Neville, que…

Pero ella no llegó a terminar su frase, porque en el espacio de un segundo, Robert se puso de pie y se ciernió sobre el muchacho. -¿Qué has dicho? -, exigió. -¿Cómo has llamado a tu institutriz?

Neville abrió la boca sorprendido. -La llamé… Yo la llamaba…

– Usted acaba de llamarla Lyndon, ¿no es cierto?

– Sí, señor, lo hice.

– ¿Se da cuenta jovencito que es una falta de respeto?

Esta vez fue la boca de Victoria la que se abrió.

– No, señor, no lo hice.

– La Señorita Lyndon trabaja muy duro para cuidar de usted y darle una educación, ¿no es así?

Neville trató de hablar, pero no salió nada.

– A partir de ahora se dirigirá a ella como Señorita Lyndon. ¿Entendido?

En este punto Neville estaba mirando a Robert con una expresión que oscilaba entre el asombro y el terror. Él asintió con la cabeza vigorosamente.

– Bien-dijo Robert con firmeza. -Ahora estrechemos la mano.

– ¿Es-estrechar su mano, señor?

– Sí. Al darme la mano, oficialmente prometes responder a la señorita Lyndon correctamente, y un caballero nunca reniega de sus promesas, ¿verdad?

Neville metió la manita hacia adelante. -No, señor.

Los dos hombres se estrecharon la mano y, a continuación, Robert le dio al muchacho una palmadita en la espalda. -Anda de nuevo a la guardería, Neville. La señorita Lyndon te seguirá en un momento.

Neville casi salió corriendo a la casa, dejando a Victoria con la boca abierta por completo. Se volvió hacia Robert, casi estupefacta. -Lo que hizo… ¿Cómo lo hiciste…?

Robert sonrió. -Sólo te ofrecí un poco de ayuda. Espero que no te importe.

– ¡No!-, Dijo Victoria con gran emoción. -No, no me importa. Gracias. Gracias.

– Ha sido un placer, te lo aseguro.

– Será mejor que vaya a ver a Neville.- Victoria dio varios pasos hacia la casa, se dio la vuelta, su expresión todavía aturdida. -¡Gracias!

Robert se apoyó contra el tronco del árbol, totalmente satisfecho con su progreso. Victoria no podía dejar de darle las gracias. Fue una situación completamente satisfactoria.

Tendría que haber disciplinado hace siglos al muchacho.

Capítulo 6

Un día entero pasó hasta que Victoria volvió a verlo. Un día completo de espera, de preguntarse, de soñar con él, aun cuando sabía que era absolutamente incorrecto.

Robert Kemble le había roto el corazón una vez, y ella no tenía razones para creer que no lo volvería a hacer.

Robert.

Ella debía que dejar de pensar en él de esa manera. Era el conde de Macclesfield, y su título dictaba su comportamiento en una forma que ella nunca podría aspirar a entender.

Esa había sido la razón por la que la había rechazado, el motivo por el cual nunca había considerado seriamente la posibilidad de casarse con la hija de un vicario pobre. Fue probablemente la razón por la que había mentido. Victoria, durante los últimos años, había aprendido que seducir a jóvenes inocentes se consideraba una especie de deporte entre los nobles. Robert no había hecho más que seguir las reglas de su mundo.

Su mundo. No el suyo.

Y sin embargo, había resuelto sus problemas con Neville. Desde luego, no tenía por qué hacerlo. El joven ahora la trataba como si fuera la reina. Victoria nunca había tenido un día tan tranquilo en toda su carrera.

Oh, ella sabía que los héroes tenían que matar a dragones como se citaban en los versos y todo eso, pero tal vez, sólo tal vez, todo lo que se necesitaba era un héroe para que enseñara a comportarse a un difícil niño de cinco años de edad.