Victoria lo miró fijamente antes de volver al muchacho. -Neville-, dijo, su voz que sonaba extraña a sus oídos. -Estoy segura que el conde no está interesado en nuestros juegos de color.
Robert sonrió lentamente. -Estoy interesado en todo lo que haces.
Victoria tomó la mano de Neville. -En realidad no deberíamos entretener a su señoría. Estoy segura de que tiene muchas cosas importantes que hacer. Cosas que no nos involucran.
Neville no se movió. Miró a Robert y le preguntó: -¿Está usted casado?
Victoria tosió y se las arregló para salir del paso diciendo -, Neville, estoy segura de que no es de nuestra incumbencia
– No, Neville, yo no lo estoy-respondió Robert.
El chico ladeó la cabeza. -Tal vez deberías pedírselo a la señorita Lyndon. Entonces, puede venir a vivir aquí con nosotros.
Robert lo miró como si estuviera tratando realmente de no reír. -Ya se lo pedí una vez.
– Oh, Dios.- Victoria se quejó. La vida no podía complicarse mucho más después de eso.
– ¿En serio?-, Dijo Neville.
Robert se encogió de hombros. -Ella no me quería.
Neville volvió si cabeza hacia Victoria. -¿Usted le ha dicho que no?- Su voz se convirtió en un grito horrorizado en la última palabra.
– Y-y-yo-Victoria balbuceaba, incapaz de decir una palabra.
– ¿Señorita Lyndon?- Robert la pinchó, evidentemente divirtiéndose como no lo había hecho en muchos años.
– Yo no dije…¡Por el amor de Dios.- Victoria le dirigió a Robert, una expresión feroz. -Debería avergonzarse de sí mismo, mi lord.
– ¿Avergonzarme?- Dijo con fingida inocencia.
– Usar a un niño para satisfacer sus… su…
– ¿Mi qué?
– Su necesidad de hacerme daño. Es inconcebible.
– ¿Por qué, señorita Lyndon, me ha insultado usted creyendo que me rebajaría a esos niveles.
– No hay necesidad de rebajarse-, dijo con frialdad-.Usted siempre ha estado en algún lugar entre el fango y el infierno.
– ¿Ha dicho el infierno?- Gritó Neville.
Robert comenzó a temblar de risa silenciosa.
– Neville, vamos a volver a la casa en este instante-, dijo Victoria con firmeza.
– ¡Pero mis colores! Quiero terminar con el verde.
Cogió su mano y empezó a tironearlo hacia la casa. -Tendremos el té en el salón verde.- Victoria no se molestó en mirar hacia atrás. Lo último que quería ver era Robert encorvado sobre sí por la risa.
Si la intención de Robert era torturarla hasta la locura, pensó con ironía Victoria más tarde ese día, estaba haciendo un trabajo bastante bueno.
Nunca se imaginó que se atrevería a buscarla en su cuarto otra vez, ella le había dejado muy en claro que tal comportamiento era inaceptable. Pero, obviamente, a él no le importaba, porque a la una en punto, mientras que Neville estaba tomando su lección equitación, él se metió en su cuarto sin la mínima culpa.
– Robert-exclamó Victoria.
– ¿Estas ocupada?- Le preguntó, su rostro era la viva imagen de la inocencia mientras cerraba la puerta detrás de él.
– Ocupada- estuvo a punto de chillar.-¡Fuera!
– Si no querías compañía, deberías haber cerrado con llave la puerta.
– Puedes estar seguro de que voy a adoptar ese hábito en el futuro.- Victoria hizo una pausa, tratando no tensar sus mandíbulas, sin tener éxito. -¿Qué estás haciendo aquí?- masculló finalmente.
Levantó un plato. -Trayéndote un pedazo de pastel de chocolate. Sé lo mucho que te encanta, y yo no creo que lady H sea la clase de dama que comparta sus golosinas con la institutriz.
– Robert, tienes que irte.
Él le hizo caso omiso. -Aunque no puedo imaginar que lady H. no sepa que tú eres mucho más bella que ella, y yo no dudaría que ella intentara hacerte engordar.
– ¿Te has vuelto loco?
– En realidad, Victoria, eres muy desagradecida. Muy malos modales. Me sorprende de ti.
Victoria creía estar en medio de un sueño muy extraño. Esa podría ser la única explicación. ¿Robert, dando conferencias sobre como comportarse?
– Debo estar loca-, murmuró. -Si a ti no te falta un tornillo, entonces debo ser yo.
– Tonterías. ¿Qué podría estar mal con dos amigos que disfrutan de su mutua compañía?
– Esa no es nuestra situación, y bien lo sabes.- Victoria puso las manos en las caderas. -Y voy a tener que pedirte que no vuelva a repetir tus juegos tontos conmigo delante de Neville más. No es justo.
Él levantó la mano como si hiciera un juramento solemne. -No más juegos delante de Neville.
– Gracias.
– ¿A pesar de convencerle que te llame Señorita Lyndon, no?
Victoria dejó escapar un suspiro. Ella estaba más que molesta con él por la payasada de esa tarde, pero su sentido del juego limpio exigió que le diera las gracias. -Sí, Robert, yo te agradezco tu intervención con Neville ayer, pero…
Él agitó la mano. -No fue nada, te lo aseguro.
– Sin embargo, debo darte las gracias
– El niño necesita una mano firme.
– Estoy de acuerdo contigo, pero…
– Es realmente una lástima que tuviera que ser yo el que lo haga, ya que esa tarea debería ser responsabilidad de los padres.
Ella se puso las manos en las caderas de nuevo. -¿Por qué me aparece que estás tratando de evitar que yo hable?
– Puede ser-, se apoyó, casualmente, contra el marco de la puerta-, porque sé que estás tratando de despedirme.
– Exactamente.
– Mala idea.
– ¿Cómo?
– He dicho que es una mala idea. Completamente desaconsejable.
Ella parpadeó desconfiada. -Es muy posible que sea la mejor idea que he tenido en mucho tiempo.
– Pero no te gustaría ser privada de mi compañía -, retrucó él.
– Eso es, precisamente, lo que estoy tratando de lograr.
– Sí, pero estarías triste sin mí.
– Estoy bastante segura de que puedo juzgar mis propias emociones con mayor claridad que tú.
– ¿Te gustaría saber cuál es tu problema con Neville?
– ¿Quieres decirme?-Preguntó ella, con no poco de sarcasmo.
– Tu no sabes cómo ser severa.
– ¿Cómo dices? Yo soy una gobernanta. Me gano la vida al ser severa.
Él se encogió de hombros. -No eres muy buena en eso.
La boca de ella se abrió en consternación. -He pasado los últimos siete años trabajando como institutriz. Y en caso de que no lo recuerdes, fue ayer cuando dijiste que yo era bastante buena en ello.
– En los planes de lección y ese tipo de cosas.- Él agitó la mano con indiferencia en el aire.-Pero la disciplina… Bueno, tu nunca sobresaliste en eso.
– Eso no es cierto.
– Nunca has sabido ser adecuadamente severa.- Él se rió y le tocó la mejilla. -Lo recuerdo con tanta claridad. Si, tratabas de regañarme, pero tus ojos estaban siempre muy calientes. Y tus labios siempre se curvaban un poco en las esquinas. Yo no creo que no sabes cómo hacer un gesto osco.
Victoria lo miró con recelo. ¿Que estaba haciendo? Había estado tan furioso con ella ayer por la mañana cuando él se deslizó hasta su cuarto. Pero desde entonces había sido positiva agradable. Absolutamente encantador.
– ¿Estoy en lo cierto?- Le preguntó, irrumpiendo en sus pensamientos.
Ella le dirigió una mirada sagaz en su dirección. -Estás tratando de seducirme de nuevo, ¿no es cierto?
Robert no estaba comiendo ni bebiendo pero se atragantó lo mismo. Victoria tuvo que darle un fuerte golpe en la espalda. -No puedo creer que hayas dicho eso,- finalmente pudo decir.