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– Tu lo sabes muy bien.

Avanzó, obligándola a aplastar la espalda contra la pared. -No fui el que mintió-, dijo en voz baja, apuntando un el dedo índice sobre su hombro.

Victoria lo miró. -¡Fuera de mi camino!

– ¿Y que me pierda esta conversación muy edificante? No lo creo.

– Robert! Si alguien nos ve…

– ¿Por qué diablos estás siempre tan preocupada por las apariencias?

La ira de Victoria creció hasta el punto donde ella estaba temblando. -¿Cómo te atreves a preguntar eso?-Siseó ella.

– Me atrevo a mucho, querida.

Su mano le picaba. Su mejilla estaba muy cerca, y se vería muy bien con una mancha rojiza en ella-Voy a hacerle una última vez.

– ¿Sólo una vez más? Bien. Te estás volviendo más tediosa.

– Voy a gritar.

– ¿Y alerta a las masas la que estás tan asiduamente tratando de evitar? No lo creo.

– Robert…

– ¡Por el amor de Dios-. Él fustigó una puerta abriéndola, le agarró la mano, y tiró de ella hacia una habitación, cerrando la puerta detrás. -No hay problema. Ahora estamos solos.

– ¿Estás loco?- Gritó ella. Miró salvajemente alrededor, tratando de averiguar dónde estaba.

– Intenta calmarte-, dijo él, de pie delante de la puerta, mirando mucho si fuera un dios implacable.-Este es mi cuarto. Nadie nos vera.

Victoria soltó un bufido. -Esta no es el ala de invitados.

– Lady H. salió corriendo de la habitación-, dijo encogiéndose de hombros. -Ella me puso cerca del ala familiar. Porque soy un conde.

– Soy muy consciente de tu rango y todo lo que conlleva-, dijo, su voz de hielo puro.

Robert dejó pasar su aseveración. -Como he dicho, ahora estamos solos, y podemos terminar esta conversación sin tu incesante preocupación que seamos descubiertos.

– ¿Se te ha ocurrido pensar que tal vez simplemente me gustes? ¿Qué sea eso tal vez el motivo por el que no quiere estar a solas contigo?

– No.

– Robert, tengo tareas que debe atender. No puedo estar aquí.

– No veo cómo vas a salir-, dijo él, apoyándose contra la puerta.

– Deja de poner en peligro mi posición. Tú puedes regresar a tu vida privilegiada en Londres sin problemas-, dijo con voz furiosa, baja,- pero yo no tengo esa opción.

Él acarició su mejilla insolentemente. -Podría haber una opción, si tu la eliges…

– ¡No!- Ella se alejó de él, odiándose a sí misma por anhelar su contacto, lo odiaba por tocarla. Ella le dio la espalda. -Tú me insultas.

Las manos masculinas bajaron hasta apoyarse ligeramente en los hombros de ella. -Sencillamente te estaba haciendo un cumplido.

– ¡Un cumplido!- Se echó hacia atrás, alejándose de él una vez más. -Tienes una noción muy torcida de la moral.

– Eso ciertamente es una declaración extraña, viniendo de ti.

– Yo no soy la que pasa todo su tiempo libre, seduciendo a los inocentes.

Él respondió con: -Yo no soy el que trató de vender mi vida y el cuerpo por una fortuna y un título.

– Eres bueno para hablar. Tú, que ya has vendido tu alma.

– Explícate-, dijo al cabo de unos segundos.

Y entonces, sólo porque le molestaba el tono tanto, dijo, -No.

– No me desafíes, Victoria.

– No te desafío-, se burló ella. -Tú no estás en posición de darme órdenes. Hubieras podido… -Su voz se quebró, y la tomó un momento para recuperar la compostura. -Es posible que lo hayas tenido alguna vez, pero renunciaste a ese derecho.

– ¿Es eso un hecho?

– Es inútil hablar contigo. Yo no sé por qué siquiera lo intentó.

– ¿No es cierto?

– No me toques-, Victoria retrocedió un poco más. Ella podía sentirlo cerca. Irradiaba calor y cierta masculinidad… Su piel comenzó a sentir un hormigueo.

– Sigues intentando-, dijo en voz baja, -porque sabes que las cosas entre nosotros nunca han sido resueltos.

Victoria sabía que era verdad. Su relación terminó de manera abrupta. Probablemente tuviera razón y fuera el motivo que después de tantos años le resultara tan difícil estar delante de él. Pero ella no quería enfrentarse a eso ahora. Ella quería esconderse la alfombra y olvidarse de él.

Por encima de todo, ella no quería un corazón roto de nuevo, y estaba bastante segura que eso pasaría si se seguía con él un tiempo más.

– Niégalo-, susurró. -Atrévete a negarlo.

Ella no dijo nada.

– No puedes, ¿verdad?- Cruzó la habitación y puso sus brazos alrededor de ella, apoyando su barbilla en la parte superior de la cabeza. Fue un abrazo que habían compartido un centenar de veces antes, pero nunca lo había sentido tan agridulce. Robert no tenía idea de por qué la abrazaba. Sólo sabía que no podía evitar hacerlo.

– ¿Por qué haces esto? – Ella susurró-.¿Por qué?

– No lo sé. -Y Dios le ayudara, era la verdad. Se había dicho que quería su ruina. Una parte de él todavía quería venganza. Ella había cortado su corazón en trozos. La había odiado durante años por eso.

Pero su explotación estaba tan bien. En realidad no era otra palabra para ello. Ninguna otra mujer había nunca encajan tan perfectamente en sus brazos, y él había pasado los últimos siete años llenándolos con otras mujeres, tratando desesperadamente de borrar ésta de su memoria.

¿Era realmente posible amar y odiar al mismo tiempo? Robert siempre había burlado de la idea, pero ya no estaba tan seguro. Dejó su rastro a lo largo de los labios la piel caliente de su templo. -Se ha formado a otros hombres que poseen esta manera?-, Susurró, temiendo la respuesta. Ella había querido sólo su fortuna, pero su corazón sigue corriendo por los celos ante la idea de ella con otro hombre.

Ella no respondió por un momento, y se puso tenso todo el cuerpo de Robert. Y, meneando la cabeza.

– ¿Por qué?-Preguntó, con sólo un toque de desesperación. -¿Por qué?

– No sé.

– ¿Fue el dinero?

Ella se puso rígida. -¿Qué?

Movió los labios a su cuello y la besó con una gracia salvaje. -Nadie lo suficientemente rico como para mantenerle satisfecha

– ¡No!- Se echó a. -Yo no soy así. Tu sabes que yo no soy así.

Su única respuesta fue una risa, y Victoria sintió que su risa directamente sobre su piel.

– Oh, Dios mío – susurró ella, poniéndose fuera de su alcance. – Pensaste… Pensaste…

Él se cruzó de brazos y la miró, era la imagen de la elegancia urbana. -¿Que es lo que pensé, Victoria?

– Creías que quería tu dinero. Que yo era una aventurera.

No hizo ningún movimiento, salvo el arco que levantó su ceja derecha.

– Tú… Tú… -Siete años de la ira estallaron en Victoria, y ella se lanzó hacia él, golpeando su pecho con los puños. -¿Cómo te atreves a pensar eso? ¡Monstruo! Te odio. Te odio.

Robert alzó los brazos para defenderse de su ataque inesperado, entonces atrapó sus muñecas con una mano. -Es un poco tarde para fingir indignación, ¿no te parece?

– Nunca quise dinero,- dijo ella con vehemencia. -Nunca me importó.

– Oh, vamos, Victoria. ¿Crees que no me acuerdo cómo me rogaste para que resolviera mis diferencias con mi padre? Incluso dijiste que no te casarías conmigo a menos que tratara de reparar la falla.

– Eso fue porque… Oh, ¿por qué pierdo el tiempo en tratar de explicarte?

Él se movió acercando su rostro al de ella. -Estás tratando de explicarme porque quieres atrapar lo que te perdiste hace siete años.

– Estoy empezando a darme cuenta de que nunca fueron tan espectaculares para empezar,- soltó ella exasperada.

Se rió con dureza. -Tal vez no. Eso explicaría tu ausencia la noche de nuestra fuga. Ya no estaban ni mi dinero y ni el título.