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Victoria tiró de sus muñecas con fuerza, sorprendida cuando él cedió tan fácilmente. Se sentó en la cama, hundió la cara entre las manos. Los fragmentos de su vida empezaban a caer en su lugar. Cuando ella no había aparecido, el había asumido que era porque su padre lo había desheredado. Oh, Dios, ¿cómo podría haber pensado de ella?

– Nunca me conociste-, susurró, para si apenas dándose cuenta. -Realmente nunca me conociste.

– Yo quería…-, dijo con dureza. -Señor, cómo quería yo. Y Dios me ayude, yo todavía lo hago.

No tenía sentido tratar de explicarle la verdad, ella se dio cuenta. La verdad ya no importaba. No había tenido ninguna fe en ella, y nada podría reparar ese incumplimiento. Se preguntó si había confiado alguna vez en alguna mujer.

– ¿Contemplando tus pecados?- Él arrastrando las palabras a través del cuarto.

Ella levantó la cabeza para mirarlo, sus ojos brillaban de manera extraña. -Eres un hombre frío, Robert. Y solitario, también.

Se puso rígido. Sus palabras lo cortaron en lo más vivo, pues eran demasiado reales. Con una velocidad cegadora llegó hasta ella.-Yo soy lo que soy gracias a ti.

– No-dijo ella, sacudiendo la cabeza con tristeza. -Tu te has hacho esto para ti mismo. Si hubieras confiado en mí…

– Nunca me diste la maldita oportunidad-, explotó.

Ella estaba temblando. -Te di todas las oportunidades-, respondió ella. -Sólo optaste por ignorarlas.

Disgustado, Robert se apartó de ella. Estaba comportándose como una especie de noble víctima, y no tenía paciencia con tal hipocresía. Sobre todo cuando cada fibra de su ser gritaba su deseo por ella.

Eso fue lo que le horroriza más. Él era un hipócrita tan grande como ella. La deseaba tanto… Deseaba a Victoria, de todas las personas, la mujer que él debería haber tenido el suficiente sentido común para evitar como la peste.

Pero estaba aprendiendo que esta necesidad era algo que simplemente no podía controlar. Y el infierno, ¿por qué habría de hacerlo? Ella lo deseaba exactamente igual que como él a ella. Ahí estaba, en sus ojos cada vez que ella lo miraba.

Pronunció su nombre, su voz ronca con la promesa y el deseo.

Victoria se puso de pie y caminó hacia la ventana. Apoyó la cara contra el cristal, no confiaba en ella si lo miraba. De alguna manera, el saber que él nunca había confiado, le dolía más, incluso, que cuando ella creyó que era sólo quería seducirla.

Él pronunció su nombre de nuevo, y esta vez ella percibió que estaba muy cerca. Lo suficientemente cerca como para sentir su aliento en el cuello.

Él la hizo dar vuelta quedando uno frente al otro. En sus ojos brillaba una llama azul que le llegó hasta lo más profundo de su alma. Victoria fue hipnotizada.

– Voy a besarte ahora-, dijo lentamente, sus palabras marcada por la respiración entrecortada.-Voy a besarte, y no voy a parar. ¿Entiendes?

Ella no se movió.

– Una vez que toque tus labios…

Sus palabras sonaban vagamente como una advertencia, pero Victoria no parecía escucharlas. Se sentían tibias, calientes en realidad, y sin embargo ella temblaba. Sus pensamientos estaban corriendo a la velocidad del rayo, pero su mente estaba, de alguna manera, completamente en blanco. Todo en ella era una contradicción, y probablemente esa fuera la razón por la que, de repente, el beso no parecía ser una idea tan terrible.

Un pequeño viaje al ayer, era todo lo que quería. Sólo una pequeña muestra de lo que podría haber sido.

Ella se inclinó hacia adelante, y esa fue toda la invitación lo que él necesitó.

Le aplastó contra él en un abrazo impresionante, devorando los labios de ella. Podía sentir su excitación presionando contra ella, y fue totalmente emocionante. Él podría ser un canalla y un mujeriego, pero ella no podía creer que él siempre hubiera deseado a otra mujer como él la deseaba este ese mismo momento.

Victoria se sentía como la mujer más poderosa de la tierra. Era una sensación embriagadora, y ella se arqueó contra él, temblando con sus pechos aplastados contra el pecho.

– Necesito más-. Gimió, con las manos agarrando frenéticamente en su parte trasera. -Necesito de todo.

Victoria no pudo haber dicho que no, si el mismo Dios hubiera bajado y se lo hubiera dicho. Y ella no tenía ninguna duda que se habría entregado completamente a Robert si una voz no hubiera sonado de repente en la habitación.

– Disculpen.

Ambos volaron apartándose, girando hacia la puerta. Un caballero muy bien vestido, se quedó allí. Victoria nunca lo había visto antes, aunque ella no tenía ninguna duda de que era un miembro de la nobleza. Ella miró hacia otro lado, totalmente mortificada por haber sido atrapada en una posición tan comprometedora.

– Eversleigh-, dijo Robert, su voz fría.

– Le pido perdón, Macclesfield,- dijo el caballero. -Pero pensé que este era mi cuarto.

Los ojos de Victoria volaron a la cara de Robert. ¡Hijo de puta mentiroso! Probablemente ni siquiera tenía ni idea en que habitación se encontraban todo el tiempo. Había querido estar con ella a solas. No había pensado en su reputación. O la amenaza a su puesto como institutriz.

Robert cogió la mano de Victoria y la arrastró hacia la puerta. -Vamos a seguir nuestro camino, Eversleigh.

Victoria sabía que Robert no le gustaba este Señor Eversleigh, pero estaba demasiado furiosa con él en ese momento para reflexionar sobre las ramificaciones.

– La institutriz, ¿eh?- Eversleigh dijo sarcásticamente, evaluando inmediatamente a Victoria. -Sería muy difícil para usted si Hollingwoods se enterara de su pequeña indiscreción.

Robert se detuvo en seco y se volvió hacia Eversleigh con una expresión de trueno. -Si menciona a alguien, siquiera a su maldito perro, le voy a rasgar su garganta de lado a lado.

Eversleigh cacareó. -Lo que debe hacer es resolver sus asuntos en su propia habitación.

Robert tironeó de Victoria de vuelta al pasillo y cerró la puerta. Inmediatamente, ella liberó su brazo y se volvió hacia él. -¿Tu habitación?- prácticamente le gritó. -¿Tu habitación? Eres un miserable mentiroso.

– Eras tú la que no estaba ansiosa de estar en el pasillo. Y harías bien en mantener baja la voz ahora si de verdad no quieres llamar la atención.

– No te atrevas a tratar de darme lecciones.- Victoria respiró hondo, tratando de calmar su cuerpo que temblaba. -Yo ya ni siquiera sé quién eres. Ciertamente no quedó nada del chico que conocí hace siete años. Tu eres implacable, y sin valor, y amoral, y…

– Creo que entiendo la idea general.

La soltura civilizada de Robert sólo sirvió para hacerla enojar más. -No te acerques más a mi-, dijo en un temblor, la voz baja. -Nunca.

Ella se alejó, deseando que hubiera una puerta para cerrársela en la cara.

Capítulo 8

Victoria no tenía idea de cómo iba a terminar aquella noche. Pasar varias horas en compañía de Robert era bastante malo, pero ahora también tendrían que hacer frente al Señor Eversleigh, que seguramente pensaba que ella era una mujer caída.

Ella consideró brevemente inventarse una descomposición de estómago también. Podría decir que se habían encontrado con la señorita Hypatia Vinton el día anterior, no era imposible para ella haber contraído la misma enfermedad. Seguramente Lady Hollingwood no obligaría a asistir a una cena mientras esté enferma. Pero entonces otra vez Lady H. asumiría que Victoria tendría náuseas sólo para molestarla. Sería, seguramente, un motivo de despido. Con Señora Hollingwood, cualquier cosa era motivo de despido.

Con un suspiro de Victoria observó el vestido en la cama. No era tan feo como ella había temido, pero era demasiado grande y colgaba sobre su cuerpo como un saco. Además, era amarillo, un color que no le quedaba bien. Dejando su femenina la vanidad de lado, decidió no hacerse mala sangre, después de todo, lo mejor era no llamar la atención.