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Victoria estaba más que feliz con su rol de florero en esta velada especial. Ese comportamiento manso probablemente impresionaría favorablemente en su jefe, una bendición añadida.

Victoria miró el reloj en su cuarto. Eran las ocho menos cuarto, debía empezar a prepararse para arribar a las ocho y veinticinco, Ni un segundo más o un segundo menos, pensó con una mueca. A Victoria no le cabía duda alguna que su trabajo dependía de ello.

Se arregló el pelo lo mejor que pudo. No estaría tan elegante como las otras damas, no tenía criada a su disposición que le arreglara los rizos tan a la moda. Un moño sencillo y elegante fue lo mejor podía hacer.

Una mirada al reloj le dijo que ya era hora de bajar, y ella salió de su habitación, cerrando la puerta tras de si. Cuando llegó a la sala, los invitados de los Hollingwoods, estaban todos presentes, bebiendo sus bebidas y charlando amigablemente. Señor Eversleigh estaba en un rincón, de espaldas, gracias al cielo, coqueteando con una rubia mujer joven. Victoria dejó escapar un suspiro de alivio, ella se sentía mortificada aún por el incidente.

Robert estaba apoyado contra una pared, con una expresión premonitoria suficiente para asustar inclusive al más tonto de la alta sociedad. Sus ojos estaban fijos en la puerta cuando ella entró. La había estado esperando, obviamente, se la quedó mirando.

Victoria echó un vistazo a su alrededor. Nadie parecía dispuesto a acercarse a él. Evidentemente esta noche los representantes de la alta sociedad estaban menos tontos que de costumbre.

Robert dio un paso hacia Victoria, pero Lady Hollingwood la interceptó primero. -Gracias por ser puntual-le dijo. -El señor Percival Hornsby la escoltará a cenar. Se lo voy a presentar ahora.

Victoria siguió a su empleadora, apenas podía creer que la mujer había efectivamente pronunció las palabras “gracias” y “usted” en la misma frase.

Entonces, justo cuando ella y Hollingwood Señora había cruzado casi la habitación, oyó la voz de Robert. -¿Señorita Lyndon? ¿Victoria?

Victoria se dio la vuelta, el temor llenando su estómago.

– ¡Realmente, eres tú!- La cara de Robert era la imagen de incredulidad mientras cerraba la distancia entre ellos con pasos rápidos

Victoria entornó los ojos. ¿Qué demonios estaba haciendo?

– ¡Lord Macclesfield!-Dijo Lady Hollingwood, sin aliento. -No me diga que usted conoce a la Señorita Lyndon.

– La señorita Lyndon y yo nos hemos conocido muy bien.

Victoria se preguntó si alguien más podía oír el doble sentido en su voz. Se moría de ganas de dejar que su genio se soltara y decirle exactamente lo que pensaba de sus juegos.

Lady Hollingwood se volvió hacia Victoria con expresión acusadora. -Señorita Lyndon, usted no me dijo que conocía a Lord Macclesfield.

– Yo no sabía que él era un invitado, mi lady.- Si él podía mentir, desgraciado, ella podía hacer lo mismo.

– Hemos crecido juntos-, añadió Robert. -En Kent.

Bueno, Victoria tuvo que reconocer, que no era del todo falso. Aunque se había trasladado a Kent a la edad de diecisiete años, ella había, sin duda alguna, crecido mucho después de conocerlo a él… El engaño y la traición eran una manera de hacer crecer a una persona.

– ¿Así es?-Preguntó lady Hollingwood, mirando muy interesada y un poco desconcertada que su institutriz. Hubiera podido moverse una vez en los mismos círculos como un conde.

– Sí, nuestras familias son grandes amigos.

Victoria tosió tan fuerte que tuvo que excusarse para conseguir algo para beber.

– Oh, no, permítame-, dijo Robert grandilocuente. -No puedo pensar en nada mejor que prefiera hacer.

– Puedo pensar en muchas cosas que preferiría hacer-, murmuró Victoria en voz baja. Pisarle el pie sería bueno, al igual que tirar una copa de vino sobre su cabeza. Ella ya lo había hecho con una palangana de agua, y han demostrado ser más que agradable. El vino tenía la ventaja, además, de ser rojo.

Mientras Robert estaba trayendo un vaso de limonada para Victoria, Lady Hollingwood se volvió hacia ella. -¿Usted conoce a Macclesfield?- siseó. -¿Por qué no me lo dijo?

– Como dije antes, yo no sabía que él era un invitado.

– Sea él o no un invitado es irrelevante. Cuando la contratamos, usted debió informarme que lo conocía… Oh, hola, Lord Macclesfield.

Robert asintió con la cabeza mientras sostenía dos vasos. -Lady Hollingwood, me tomé la libertad de traer limonada para los dos.

Lady Hollingwood agradeció sonriendo tontamente. Victoria no dijo nada, consciente de que si abría la boca, diría algo inadecuado para gente tan fina. En ese momento, lord Hollingwood vino, preguntando a su esposa si era el momento de pasar al comedor.

– Ah, sí- Lady Hollingwood dijo. -Presentaré a la señorita Lyndon al Sr. Hornsby…

– Tal vez yo podría escoltar a Señorita Lyndon a cenar-, dijo Robert.

La boca de Victoria se abrió. Seguramente él se había dado cuenta del insulto terrible que era para lady Hollingwood. Como el caballero de más alto rango, era su deber escoltar a la anfitriona.

Victoria cerró la boca en el momento que lady Hollingwood abrió la suya con consternación. -Pero… pero…

Robert le ofreció una cálida sonrisa. -Ha pasado tanto tiempo, la Señorita Lyndon y yo tenemos mucho que conversar para ponernos al día. Quisiera saber como se encuentra su hermana.-Se volvió hacia Victoria con una expresión consternada. -¿Y cómo está la querida Leonor?

– Ellie está muy bien,- gruño Victoria.

– ¿Sigue tan impertinente como siempre?

– No tan impertinente como usted-, replicó Victoria. Luego se mordió la lengua.

– Señorita Lyndon-exclamó lady Hollingwood. -¿Cómo te atreves a hablar a lord Macclesfield en ese tono. Recuerde su lugar.

Pero Robert era todo sonrisas. – La Señorita Lyndon y yo siempre nos hemos hablado con franqueza el uno al otro. Es una de las razones por las que siempre disfruté de su compañía.

Victoria seguía reprochándose a sí misma por dejar que la aguijoneara con su réplica anterior, por lo que se mordió la lengua, a pesar de que ella realmente quería declarar que ella no disfrutaba de su compañía en lo más mínimo.

Es evidente Lady Hollingwood parecía un poco perdida sin saber como manejar esta situación tan irregular. Ella ciertamente no parecía ni remotamente satisfecha ante la idea de que su institutriz fuera reclamada por el huésped de mayor rango como compañera de mesa.

Victoria, que se había dado cuenta rápidamente que este pequeño desliz podría derivar en una ofensa incalculable, intercedió. -Estoy segura de que no es necesario que el conde y yo nos sentemos juntos.

– Oh, pero es necesario-, Robert interrumpió ofreciendo a las damas una sonrisa devastadoramente afable. -Ha sido más de una década…

– Pero Lady Hollingwood ya ha arreglado las ubicaciones…

– No somos un grupo tan inflexible. El Sr. Hornsby estará encantado de ocupar mi lugar cerca de la cabecera de la mesa, estoy seguro.

Lady Hollingwood se puso verde. El Sr. Hornsby no era y nunca sería una persona de importancia. Pero antes de que pudiera objetar Robert había llamado el caballero en cuestión.

– ¿Percy-, dijo en su tono más amable-, le importaría acompañar a Lady Hollingwood a la mesar? Le estaré muy agradecido si usted pudiera tomar mi lugar allí.

Percy parpadeó. -pe-pero yo son s-simplemente un…

Robert le dio un fuerte golpe en la espalda interrumpiendo su tartamudeo.-Pasará una velada sensacional Lady Hollingwood con este conversador increíble.

Percy se encogió de hombros y le ofreció a Lady Hollingwood su brazo. Ella lo aceptó, de hecho, no había otra cosa que pudiera hacer sin insultar a un conde, pero sin antes lanzarle una mirada furiosa por encima del hombro a Victoria.