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Victoria cerró los ojos en agonía. No había manera que Lady Hollingwood pudiera creer que este desastre no había sido obra suya. No importaba que Robert hubiera hecho toda la conversación, que él fuera el que había estado tan insistente. Lady H encontraría una manera de endilgárselo a la institutriz.

Robert se inclinó y sonrió. -¿No fue tan difícil, no?

Ella le fulminó con la mirada. -Si yo tuviera un tridente, te juro por Dios que te atravesaría

Él sólo se rió entre dientes. -¿Un tridente? Debe ser tu crianza campestre. La mayoría de las mujeres que conozco hubieran optado por una daga. O tal vez un abrecartas.

– Ella va a pedir mi cabeza-, susurró Victoria, viendo como las otras parejas paseaban en el comedor de acuerdo a su rango. Dado que Robert había intercambiado lugares con el Sr. Hornsby, él sería el último en entrar en el comedor y se sentaría en el extremo inferior de la mesa.

– El cambio en la disposición de los asientos no es el fin del mundo-, dijo Robert.

– Para lady Hollingwood lo es-, replicó Victoria. -Yo te conozco por el cretino que eres, pero lo único que ella ve es a un noble conde.

– Eso la hace muy útil en algunas ocasiones.- Murmuró.

Eso le valió otra mirada furiosa. -Ella ha estado haciendo alarde de tu presencia en la fiesta durante los últimos dos días-, agregó Victoria. -No estará feliz que te sientes al lado de la institutriz.

Robert se encogió de hombros. -Me senté con ella la noche anterior. ¿Qué más quieres?

– ¡Yo ni siquiera quería sentarme contigo en primer lugar! Hubiera sido completamente feliz con el Sr. Hornsby. Hubiera sido aún más feliz con una bandeja en mi cuarto. Encuentro despreciable la compañía de ustedes los nobles.

– Sí, ya has dicho lo mismo antes.

– Voy a tener suerte si sólo me despide. Estoy segura de que, mientras hablamos, ella está fantaseando acerca de alguna otra forma muy dolorosa de tortura.

– Ánimo, Torie. Es nuestro turno. -Robert la tomó del brazo y la condujo al comedor, donde ocuparon sus lugares. Los otros invitados parecieron sorprendidos al ver a Robert en la final de la mesa. Él sonrió suavemente y le dijo: -Lady Hollingwood me concedió este capricho. La Señorita Lyndon es una vieja amiga de la infancia, y yo quería charlae con ella.

Los otros invitados asintieron enfáticamente, aliviados al contar con una explicación de esta flagrante violación de la etiqueta.

– Señorita Lyndon-, Alzó la voz un hombre corpulento de mediana edad. -No creo que hemos sido presentados.¿Quiénes son sus padres?

– Mi padre es el vicario en Bellfield, en Kent.

– Muy cerca de Castleford-, añadió Robert. -De chicos jugábamos juntos.

Victoria apenas contuvo un bufido. De niños, ja. De hecho, habían hecho cosas que ningún niño debería hacer.

Mientras estaba sentada allí echando humo, Robert le presentó a la gente que estaba sentada en su extremo de la mesa. El hombre que estaba a la derecha de Victoria era el capitán Charles Pays, de la marina de Su Majestad. Victoria pensó que era bastante guapo aunque no como Robert. El hombre corpulento era el Sr. Thomas Whistledown, y la dama a su derecha era la señorita Lucinda Mayford, quien, el Capitán Pays rápidamente informó a Victoria, era una gran heredera que buscaba enganchar un título. Y, por último, al otro lado de Robert estaba la viuda de William Happerton, que no había perdido el tiempo pidiéndole a Robert que la llamara Celia.

Victoria pensaba que la Sra. Happerton estaba mirando a Robert con demasiada atención, motivo suficiente para ella le prestara atención al capitán Pays. Pero no era por celos, no, se justificó. No obstante era razón suficiente para darle la espalda a Robert, lo cual resultaba atrayente de por si.

– Dígame, capitán Pays -, ella hablaba con una sonrisa-, ¿ha estado en la marina hace mucho tiempo?

– Cuatro años, señorita Lyndon. Es una vida peligrosa, pero lo disfruto.

– Si le gusta tanto-, cortó Robert, -¿por qué diablos no está en el continente haciendo su trabajo?

Encrespada, Victoria se dirigió a Robert y le dijo: -El capitán Pay está en la marina, lo que implica que sirve en un barco. Sería bastante difícil manejar un barco en el continente, mi lord. Los barcos tienden a necesitar agua. -Y entonces, mientras todo el mundo la miraba boquiabierto, ella añadió,- Además, yo no era consciente de que se lo haya incluido en nuestra conversación.

La señorita Mayford se ahogó con la sopa y el Sr. Whistledown tuvo que palmearle la espalda. Parecía como si él gozara de esa tarea.

Victoria se volvió hacia el capitán Pay. -Decía usted…

Él parpadeó, claramente incómodo con la ceñuda manera en que Robert lo miraba por sobre la cabeza de Victoria. -¿Yo decía?

– Sí-dijo ella, tratando de sonar como una dama dulce y amable. Pronto descubrió, sin embargo, que era difícil hacer un sonido dulce y suave con los dientes apretados. -Me encantaría saber más sobre lo que hace.

Robert estaba teniendo problemas similares con su temperamento. Él no encontraba divertidos los coqueteos de Victoria con el guapo capitán. No importaba que él supiera que ella lo estaba haciendo para irritarlo a él, y su plan de trabajo era un completo éxito. Le estaba dejando un desagradable sabor, y lo que realmente quería hacer era tirarle el plato de guisantes en la cabeza del capita pays.

Probablemente lo habría hecho, si ellos no estuvieran aún con la sopa. En su lugar, apuñalaba la sopa con la cuchara, que no ofrecía mucha resistencia y por lo tanto no hacía nada para reducir su tensión.

Miró a Victoria de nuevo. Su espalda se volvió resueltamente a él. Se aclaró la garganta.

Ella no se movió.

Carraspeó nuevamente.

Todo lo que ella hizo fue inclinarse aún más hacia el insoportable capitán.

Robert miró hacia abajo y vio ponerse cada vez más blancos los nudillos de la mano que sostenía la cuchara. No quería a Victoria, pero tampoco quería que nadie más tuviera.

Bueno, eso no era del todo cierto. La quería que ella. La deseaba. Él no quería desearla. Se obligó a recordar cada momento humillante y patético de su traición. Fue la peor clase de aventurera.

Y todavía la deseaba.

Él se quejó.

– ¿Algo está mal?-Preguntó la viuda alegre a su lado.

Robert volvió la cabeza hacia la señora Happerton. Ella había estado haciéndole ojitos toda la noche, y él estaba tentado a aceptar su propuesta silenciosa. Ella era sin duda lo suficientemente atractiva, aunque probablemente sería más atractiva si su pelo fuera más oscuro. Negro, para ser más preciso. Al igual que Victoria.

No fue hasta que miró hacia abajo cuando se dio cuenta que había roto la servilleta en dos.

– ¿Mi lord?

Ël levantó su mirada. – Señora Happerton, debo pedir disculpas. No he sido adecuadamente sociable.-Sonrió diabólicamente. -Usted debería amonestarme.

Oyó algo que Victoria murmuraba en voz baja. Lanzó una mirada en su dirección. Su atención no estaba tan solo sobre el capitán Pay como ella le gustaba hacerle creer.

Un lacayo apareció a la derecha de Robert, sosteniendo un plato de… ¿podría ser?…Guisantes.

Victoria se sirvió una cucharada y exclamó: -Adoro a los guisantes.-Se volvió hacia Robert. -Si no recuerdo mal, Tu los detestabas. Lástima que no se sirvan sopa de guisantes.

Señorita Mayford volvió a toser, y luego se sacudió a su izquierda para evitar el golpe del Sr. Whistledown en su espalda.

– En realidad-, dijo Robert, sonriendo, -he desarrollado una afición repentina por los guisantes. Por sólo esta noche, eso es un hecho.

Victoria carraspeó y volvió su atención al Capitan Pays. Robert se deslizó algunos guisantes en el tenedor, se aseguró de que ninguno estaba mirando, apuntó y disparó. Y erró. Los guisantes salieron volando en todas direcciones, pero ninguno de ellos consiguió pegarle ni Victoria ni a Pays.