Robert soltó un gruñido de decepción. Ésa era la clase de la tarde que estaba teniendo. Y que había comenzado tan bien. Torturar a Victoria y a Lady H. en el salón había sido muy divertido.
La comida transcurría. Nadie se divertía, con la posible excepción del Sr. Whistledown, que parecía ajeno a las púas lanzadas hacia atrás y adelante. De hecho, una vez que la comida fue servida, permaneció ajeno a todo.
Para el momento en que el postre fue servido, cinco de los seis invitados sentados al final de la mesa parecían exhaustos. El sexto, el Sr. Whistledown, sólo parecía lleno.
Victoria nunca había estado tan agradecida como cuando Lady Hollingwood sugirió que las señoras se retiran de la sala. Ella no tenía ningún deseo de prolongar su contacto con su jefa, que era seguramente ya decidía la mejor forma de despedirla. Pero incluso Lady H. era preferible a Robert, cuya última contribución a la conversación general fue: -Es realmente difícil encontrar una buena ayuda. Gobernantas especialmente.
En el salón las señoras murmuraban sobre esto y aquello. Victoria, como una institutriz, no había tenido acceso a “esto” o “aquello”, por lo que permaneció en silencio. Las más frecuentes miradas enviadas por Lady Hollingwood la convenció para que se callara.
Después de aproximadamente media hora, los señores volvieron al salón para más conversación. Victoria se dio cuenta que Robert no estaba presente y suspiró con alivio. Ella simplemente no tenía ganas de argumentar con él por más tiempo. Tan pronto como ella, cortésmente, pudiera excusarse y retirarse a su habitación, lo haría.
Una oportunidad se le presentó a los pocos minutos. Todos, excepto Victoria se habían sentado en pequeños grupos de conversación. Ella enfiló hacia la puerta, pero cuando tenía apenas tres pasos de distancia, una voz masculina la detuvo.
– Sería para mí un placer poder conocerla más, señorita Lyndon.
Victoria se dio vuelta, su cara completamente roja. -Señor Eversleigh.
– Yo no sabía que usted nos estaría adornando con su presencia esta noche.
– Yo fui un reemplazo de último minuto.
– Ah, sí, el estómago pútrido de la señorita Vinton.
Victoria forzó una sonrisa y dijo: -Si me disculpa, debo volver a mi cuarto.- Con un breve movimiento de cabeza ella se despidió y salió de la sala.
Desde el otro lado de la habitación, Robert entornó los ojos mientras miraba al Señor Eversleigh hacer una reverencia vagamente burlona. Robert había tardado en regresar a la sala de dibujo, pues había tenido que ir al baño de su habitación. Al llegar había encontrado a Eversleigh arrinconando a Victoria.
Y la manera que él la miraba le hizo hervir la sangre de Robert. El capitán Pays, con su buena apariencia era relativamente inocuo. Eversleigh carecía completamente de moral o escrúpulos.
Robert comenzó a cruzar la sala, con ganas de separar la cabeza Eversleigh de sus hombros, pero decidió cruzar una o dos palabras de advertencia. Pero antes tenía que llegar hasta él, lady Hollingwood se puso de pie y anunció el espectáculo de la noche.
Cantar y tocar en la sala de música o, si los caballeros lo preferían, jugar a las cartas.
Robert trató de ubicar a Eversleigh cuando la multitud se dispersó, pero Lady Hollingwood descendió sobre él con una expresión que sólo podría ser llamado con un propósito, y se encontró atrapado en una conversación durante la mayor parte de hora.
Capítulo 9
Robert estaba en la periferia de la sala de música, tratando de no escuchar la forma en que la Señorita Mayford apabullaba en el clavicordio. Pero sus esfuerzos musicales no eran responsables de la sensación de malestar en el estómago. Era curioso cómo la conciencia de uno surge a la superficie en el maldito momento menos indicado.
Había pasado los últimos días soñando con la ruina de Victoria.
No estaba seguro que disfrutaría más, la destrucción misma, que prometía ser un asunto de lo más embriagador, o el hecho de saber que había producido su caída.
Pero que algo había sucedido esa noche en el corazón de Robert. No quería que alguien mirara a Victoria con el tipo de burla lasciva que había visto en los ojos de Eversleigh. Y tampoco le agradaba particularmente el interés amable que había visto en la expresión del buen capitán.
Y él sabía que la quería para él. Si los últimos siete años habían sido una buena indicación, él no la había pasado bien sin ella. Él no podría confiar totalmente, pero aún la quería en su vida.
Pero antes había otros asuntos que atender. Eversleigh. El hecho de que la hubiera buscado en el salón era una mala señal, por cierto. Robert tenía que asegurarse de que Eversleigh comprendiera que él había hablado muy en serio respecto a cualquier rumor vicioso en contra de Victoria.
Los dos hombres se conocían desde hace muchos años, desde que habían asistido juntos a Eton. Eversleigh había sido un matón entonces, y seguía siendo un matón ahora.
Robert miró a su alrededor. El parloteo incesante de lady Hollingwood le había hecho llegar tarde al recital improvisado, y ahora no veía a Eversleigh por ningún lado.
Robert se apartó de la pared y se dirigió al gran salón. Él iba a encontrar al bastardo y asegúrese de que se mantuviera en silencio.
Victoria trataba de trabajar sobre los planes de la lección, pero no podía concentrarse. Maldito fuera. Si bien ella veía ahora claramente que Richard había sido serio respecto a su noviazgo hace siete años, en esos momentos sus acciones no eran otra cosa que deplorables.
Él había tratado de seducirla. Peor aún, lo había hecho en la habitación de un desconocido, consciente de que podían ser descubiertos en cualquier momento. Y entonces él había tenido la audacia tratar de engatusarla delante de su empleadora y sus invitados. Y, finalmente, la había puesto en una posición imposible, obligándola a aceptarlo como compañero en la cena. Lady Hollingwood nunca la perdonaría por ello.
Podía, perfectamente, comenzar a preparar sus maletas esa misma noche.
Pero lo peor de todo fue que él había hecho que lo deseara de nuevo. Con una intensidad que la asustó.
Victoria negó con la cabeza, tratando de cambiar la dirección de sus pensamientos. Volvió a los planes de la lección, decidida a hacer al menos un poco de trabajo. Neville había disfrutado del ejercicio de colores esa tarde. Tal vez continuaría con el azul por la mañana. Podrían tomar el té en el salón azul. Se podrían a discutir sobre el azul y el cobalto, la media noche y el cielo. Tal vez ella llevaría un espejo para poder comparar los colores de sus ojos. Victoria tenía azul oscuro, mientras que Neville eran más claros, como los de Robert.
Suspiró, preguntándose si, alguna vez, podría alejar a ese hombre de sus pensamientos.
Ella levantó su cuaderno de nuevo, resuelta a leer las entradas de los días anteriores. Se pasó diez minutos mirando las palabras sin leer, y luego sonó un golpe en la puerta.
Robert. Tenía que ser.
Tenía casi decidido hacer caso omiso de los golpes, pero sabía que no iba a detenerse. Se levantó para abrir la puerta, diciendo: -Estoy deseando oír que excusas pone para justificar su comportamiento, mi lord.
Pero fue Eversleigh el que apareció en el umbral, con sus ojos burlones. -Veo que estás esperando a otra persona. ¿Macclesfield, tal vez?
Victoria se puso rojo, mortificada. -No, yo no lo estoy esperando. Pero yo…
Se abrió paso junto a ella, dejándola de pie junto a la puerta.