Robert miró a su alrededor. Había pocos muebles, así que se sentó en el suelo, apoyándose contra el lado de la cama.
Sostuvo a Victoria en silencio durante varios minutos.
Finalmente alzó la vista, sus ojos suplicantes. -Traté de luchar contra él-, dijo. -Lo hice.
– Ya lo sé, Torie.
– Era demasiado fuerte.- Parecía como si estuviera tratando de convencerlo de algo que fuera muy importante para ella. -Era más fuerte que yo.
– Actuaste bien-, dijo, tratando de ignorar las lágrimas que pinchaban sus ojos.
– Pero él puso una almohada sobre mí. Y entonces yo no podía respirar. Y no podía pelear. -Ella empezó a temblar de nuevo. -Yo no quería dejar que él… Yo no lo quería. Te juro que no lo quería.
Él la agarró por los hombros y la acercó hasta que estuvieron nariz con nariz. -No fue tu culpa, Torie-, dijo con fiereza. -No culpes a ti misma.
– Si no hubieras venido…
– Pero lo hice.- Robert acomodó la espalda de ella en sus brazos y la abrazó con fuerza. Pasó mucho tiempo antes de que ella dejara de temblar, mucho tiempo hasta que la cara Eversleigh ya no estuviera grabada en su cerebro.
También él necesitaba tiempo, se dio cuenta. Él era consciente que este incidente era, al menos en parte, su propia culpa. Si no hubiera estado tan condenadamente enfadado con ella esa tarde y tan condenadamente ansioso por estar a solas con ella, no la habría arrastrado por el pasillo hasta la habitación más cercana. Un cuarto que pertenecía a Eversleigh. Y en la tarde… alardeó al insistir en que Victoria lo acompañara a la cena. La mayoría de los invitados habían creído su historia de que eran amigos de la infancia, pero Eversleigh sabía que había más.
Por supuesto, el hijo de puta creyó que Victoria era una mujer fácil. Eversleigh siempre había sido el tipo de hombre para el cual, cualquier mujer sin la protección de una poderosa familia, era presa lícita. Robert debía haberse dado cuenta de eso desde el principio, y tomado medidas para protegerla.
No sabía cuánto tiempo se sentó en el suelo, acunando en sus brazos a Victoria. Podría haber sido una hora, que podría haber sido sólo diez minutos. Pero con el tiempo su respiración se niveló, y sabía que ella se había dormido. No quiso especular sobre cuáles podrían ser los sueños que tendría esa noche; oró para que no tuviera ningún sueño en absoluto.
Suavemente le depositó en la cama. Él sabía que ella tenía aversión al lugar después del intento de violación de Eversleigh, pero no sabía dónde ponerla. No podía llevarla a su habitación. Esta acción sólo podía llevarla a su ruina, y Robert se había dado cuenta de que, independientemente de lo que ella hubiera hecho siete años atrás, él no se atrevía a destruir su vida por completo. La ironía de ello casi lo desarma. Todos estos años había soñado con ella, fantaseaba con la venganza que podría llevar a cabo si la volvía a ver.
Pero ahora, con la venganza a su alcance, él simplemente no podía hacerlo. Algo dentro de ella todavía habla a su corazón, y sabía que nunca podría vivir consigo mismo si intencionalmente le causaba dolor.
Robert se inclinó y depositó un beso suave en la frente. -Hasta mañana, Torie-, susurró. -Ya hablaremos mañana. Yo no voy a dejar que me dejes de nuevo.
Cuando salió de la habitación se dio cuenta de que Eversleigh se había ido. Con total determinación, salió a buscarlo. Tenía que asegurarse de que el bastardo entiende un simple hecho: si Eversleigh tan siquiera respiraba una sílaba del nombre de Victoria, la paliza que Robert no se detendría hasta quitarle el último centímetro a su mugrosa vida.
Victoria se despertó a la mañana siguiente y trató de hacer su rutina diaria como si nada hubiera sucedido. Se lavó la cara, se puso su vestido, desayunó con Neville.
Pero de vez en cuando notaba pequeños temblores en las manos. Y se encontró tratando de no parpadear, por que cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Eversleigh mientras él descendía sobre ella.
Llevó a cabo su lección de la mañana con Neville, y luego acompañó al niño hasta los establos para su lección de montar. Normalmente ella disfrutaría de sus breves descansos, pero hoy se resistía a separarse de la compañía del pequeño.
Lo último que quería era estar a solas con sus pensamientos.
Robert la vio del otro lado del césped, y salió corriendo para intersecarla antes de que ella volviera a entrar en la casa. -¡Victoria!- Gritó, su voz con un toque sin aliento por correr.
Ella lo miró con los ojos encendidos de terror, pero inmediatamente se llenaron de alivio.
– Lo siento-, dijo de inmediato. -No fue mi intención asustarte.
– No lo has hecho… Bueno, en realidad si lo hiciste, pero yo me alegro que seas tú.
Robert sintió una nueva ola de furia crecer en su interior. Detestaba verla tan temerosa.-No te preocupes por Eversleigh. Se marchó a Londres temprano en la mañana. Yo me aseguré de ello.
Todo su cuerpo se hundió, como si toda la tensión que llevaba la hubiera drenado.
– Gracias a Dios-suspiró ella-.Gracias.
– Victoria, tenemos que hablar.
Tragó saliva. -Sí, por supuesto. Debo darte las gracias correctamente. Si tu no hubieras…
– ¡Deja de darme las gracias!- Explotó. Ella parpadeó, confusa. -Lo que sucedió anoche fue mi culpa tanto como cualquier otra persona-, dijo con amargura.
– No-exclamó ella-.No, no digas eso. Tú me salvaste.
Parte de Robert quería dejarla pensar que él era un héroe. Ella siempre lo había hecho sentir grande, fuerte y noble. Sentimiento que había perdido después de su separación. Pero su conciencia no le permitía aceptar la gratitud que no debía.
Soltó un suspiro tembloroso. -Vamos a discutir eso más adelante. En este momento hay asuntos más urgentes.
Ella asintió y se dejó llevar de la casa. Ella levantó la vista con ojos inquisitivos cuando se dio cuenta que se dirigían a el laberinto vallado.
– Vamos a tener privacidad-, explicó.
Se permitió una leve sonrisa, la primera que había sentido durante todo el día. -Con tal que pueda hallar el camino de salida.
Él se rió entre dientes y prosiguió a través del laberinto hasta llegar a un banco de piedra. -Dos izquierdas, un derecho, y dos izquierdas más-, susurró.
Ella volvió a sonreír mientras se alisa la falda hacia abajo y se sentó. -Está grabado en mi cerebro.
Robert se sentó junto a ella, su expresión de repente un poco vacilante.
– Victoria…Torie.
El corazón de Victoria revoloteó por la forma en que él utilizó su apodo.
El rostro de Robert se contrajo, como si estuviera buscando las palabras justas. Finalmente dijo: -No puedes quedarte aquí.
Ella parpadeó. -Pero pensé que habías dicho que Eversleigh había ido a Londres.
– Él lo ha hecho. Pero eso no tiene importancia.
– Tiene mucha importancia para mí-, dijo.
– Torie, no puedo dejarte aquí.
– ¿Qué estás diciendo?
Se pasó una mano por el pelo. -No puedo dejarte sabiendo que no estás debidamente protegida. Lo qué pasó anoche fácilmente podría ocurrir de nuevo.
Victoria lo miró fijamente. -Robert, ayer por la noche no fue la primera vez que he sido objeto de atenciones no deseadas por parte de un caballero.
Todo su cuerpo se tensó. -¿Y eso se supone que me tranquiliza?
– Nunca antes había sido atacado de manera tan brutal-, continuó. -Simplemente estoy tratando de decir que he llegado a ser muy hábil para defenderme de los avances no deseados.