– ¿Cómo dice?- Dijo Robert tirándose en el sofá y poniendo los pies sobre la mesa.
– Eres una miserable excusa como hijo. ¡Y saca sus pies fuera de la mesa!
El tono de su padre era tal como había sido siempre, cuando Robert era un niño y había cometido alguna trasgresión terrible. Sin pensarlo, Robert obedeció y puso los pies en el suelo.
– Mirate-dijo con disgusto Castleford. -Holgazaneando en Londres. Copas, prostitutas, te juegas tu fortuna.
Robert sonrió sin humor. -Soy un jugador de cartas terriblemente bueno. He doblado mi porción.
Su padre se volvió lentamente alrededor. -No me importa nada, ¿verdad?
– Una vez hice-, susurró Robert, de repente sentía muy vacía.
El marqués se sirvió otro vaso de whisky y lo bebió. Y luego, como si hiciera un último esfuerzo, dijo, -Tu madre se avergonzaría de ti.
Robert alzó bruscamente la cabeza y le secó la boca. Su padre rara vez mencionaba a su madre. Pasaron varios minutos antes que él fuera capaz de decir: -No sé cómo se habría sentido. En realidad, nunca la conocí. Usted no sabe qué es el amor.
– ¡Yo la amé!- Rugió el marqués. -Yo amaba a tu madre en maneras que nunca lo sabrás. Y por Dios, yo sabía cuales eran sus sueños. Ella quería que su hijo fuera fuerte, honesto y noble.
– No te olvides de mis responsabilidades con el título-, dijo Robert ácidamente.
Su padre se volvió. -Ella no se preocupaba por eso-, dijo. -Sólo quería que fueras feliz.
Robert cerró los ojos en agonía, preguntándose cómo su vida hubiera sido diferente si su madre hubiera estado viva cuando había cortejado Victoria. -Veo que usted ha hecho una prioridad para ver sus sueños hechos realidad.- Él se rió con amargura. -Está claro que soy un hombre muy feliz.
– Nunca quise decir que lo seas-, Castleford, con el rostro mostrando cada uno de sus sesenta y cinco años, sacudió la cabeza y se desplomó sobre una silla. -Nunca quise esto. Dios mío, ¿qué he hecho?
Un sentimiento muy extraño comenzó a difundirse en el estómago de Robert. -¿Qué quieres decir?-, Preguntó.
– Ella vino aquí, ¿sabes?
– ¿Quién vino?
– Ella. La hija del vicario.
Robert apretó los dedos alrededor del brazo del sofá hasta que sus nudillos se puso pálido.
– ¿Victoria?
Su padre asintió con un cortante movimiento de cabeza.
Mil preguntas corrían por la mente de Robert. ¿Acaso Hollingwoods la había echado? ¿Estaba enferma? Debía de estar enferma, decidió. Algo debía estar terriblemente mal si ella hubiera buscado a su padre. -¿Cuándo estuvo ella aquí?
– Inmediatamente después que te fuiste a Londres.
– Inmediatamente después de… ¿De qué demonios estás hablando?
– Hace siete años.
Robert se puso de pie. -¿Victoria estuvo aquí hace siete años y nunca me lo dijiste?- Él comenzó a avanzar sobre su padre. -¿Nunca me has dicho ni una palabra?
– Yo no quería verte desperdiciar tu vida-. Castleford dejó escapar una risa amarga. -Pero lo hiciste de todos modos.
Robert apretó los puños a los costados, sabiendo que sino corría el riesgo de saltar sobre la garganta de su padre. -¿Qué te dijo? – Su padre no respondió con la suficiente rapidez. -¿Qué te dijo?- Bramó Robert.
– No recuerdo exactamente, pero…- Castleford respiró hondo. -Pero ella se puso bastante mal cuando supo que te habías ido a Londres. Creo que en realidad ella quería cumplir con su cita contigo.
Un músculo se contrajo con violencia en la garganta de Robert, y dudaba que era capaz de formar palabras.
– Yo no creo que estuviera detrás de tu fortuna.- El marqués dijo en voz baja. -Todavía no creo que una mujer de su rango pueda se una condesa adecuada, pero tengo que admitir-Se aclaró la garganta. Él no era un hombre al que le gustaba mostrar debilidad. -Voy a admitir que podría haber equivocado con ella. Probablemente te quería.
Robert se quedó espantosamente inmóvil por un momento, y luego de repente se dio la vuelta y dio un puñetazo contra la pared. El marqués dio un paso atrás, nervioso, consciente de que su hijo muy probablemente había querido plantar el puño de lleno en su rostro.
– ¡Maldito seas!- Explotó Robert. -¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?
– En ese momento pensé que era lo mejor. Ahora veo que estaba equivocado.
Robert cerró los ojos, el rostro agónico. -¿Qué le has dicho a ella?
El marqués se volvió, incapaz de enfrentarse a su hijo.
– ¿Qué le has dicho a ella?
– Le dije que nunca habías querido casarse con ella.- Castleford gestionó incómodo. -Le dije que sólo perdías el tiempo con ella.
– Y pensó… ¡Oh, Dios, pensó… -Robert se sentó sobre sus cuartos traseros. Cuando ella descubrió que él se había ido a Londres, Victoria debió haber pensado que le había estado mintiendo el tiempo, que nunca la había amado.
Y entonces él la había insultado al pedirle que se convirtiera en su amante.
La vergüenza se apoderó de él, y preguntó si alguna vez sería capaz de mirarla a los ojos de nuevo. Se preguntó si ella incluso le permitiría el tiempo suficiente en su presencia para pedir disculpas.
– Robert-, dijo su padre. -Lo siento.
Robert se levantó lentamente, apenas consciente de sus movimientos. -Yo nunca te perdone por esto-, dijo, con voz monótona.
– Robert-gritó el marqués.
Pero su hijo ya había abandonado la habitación.
Robert no se dio cuenta por dónde iba hasta la casa del párroco apareció a la vista.
¿Por qué había estado Victoria en la cama esa noche?
¿Por qué no fue como había prometido?
Estuvo parado delante de la casa por más de cinco minutos, sin hacer nada, pero mirando a la aldaba de bronce en la puerta principal. Sus pensamientos corrían en todas direcciones, y sus ojos estaban tan fuera de foco que no vio levantarse a las cortinas en la ventana del salón.
La puerta se abrió de repente y apareció Eleanor Lyndon. -Mi lord-dijo ella, obviamente, sorprendida al verlo.
Robert parpadeó hasta que fue capaz de centrarse en ella. Parecía casi la misma, excepto que su pelo rubio rojizo, que siempre había sido como una nube alrededor de su rostro, estaba atrapado en un moño. -Ellie-, dijo con voz ronca.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Yo no lo sé.
– No te ves bien. -ella tragó -¿Quieres entrar?
Robert asintió con la cabeza vacilante y la siguió hasta la sala.
– Mi padre no está aquí-, dijo. -Está en la iglesia.
Robert se la quedó mirando.
– ¿Estás seguro de que no estás enfermo? Te ves más bien raro.
Dejó escapar un suspiro poco elegante, que habría sido una risa si no hubiera estado tan aturdido. Ellie siempre ha sido refrescante directa.
– ¿Mi lord? ¿Robert?
Él permaneció en silencio durante unos instantes más, y luego de repente se preguntó: -¿Qué pasó?
Ella parpadeó. -¿Cómo dice?
– ¿Que pasó esa noche?-Repitió, su voz adquirió una urgencia desesperada.
La comprensión iluminó la cara de Ellie y ella apartó la mirada. -¿No lo sabes?
– Creía que lo sabía, pero ahora… Ya no sé nada.
– Le ataron.
Robert sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. -¿Qué?
– Mi padre-, dijo Ellie con una golondrina nervioso. -Se despertó y encontró Victoria con sus maletas. Luego la ató. Dijo que sería su ruina.
– Oh, Dios mío.- Robert no podía respirar.
– Fue horrible. Papá estaba tan furioso. Nunca lo he visto así. Yo quería ayudar, realmente quería ayudarla. La cubrí con sus mantas para que no se resfriara.