Robert pensaba en ella estaba durmiendo en la cama. Estaba tan furioso con ella, y todo el tiempo que había estado atada de pies y manos.
De pronto se sintió intensamente enfermo.
Ellie continuó su relato. -Pero él también me amarró. Creo que él sabía que yo la habría liberado para que pudiera irse contigo. Así fueron las cosas, ella se escabulló de la casa y corrió a Castleford Manor tan pronto como estuvo libre. Cuando regresó, su piel estaba arañada de correr por el bosque.
Robert miró hacia otro lado, su boca que se movía, pero no para formar palabras.
– Ella nunca se lo perdonó, ¿sabes?,- dijo Ellie. Sus hombros temblaron con un encogimiento triste. -He hecho las paces con mi padre. No creo que lo que hizo estuvo bien, pero hemos llegado a un cierto equilibrio. Pero Victoria…
– Dime, Ellie -, instó Robert.
– Ella nunca volvió a casa. No la he visto en siete años.
Se volvió hacia ella, sus ojos azul intenso. -Yo no sabía, Ellie. Te lo juro.
– Nos quedamos muy sorprendidos cuando nos enteramos de que había dejado el distrito,-dijo ella secamente. -Pensé que Victoria podría haber muerto de un corazón roto.
– No lo sabía-, repitió.
– Ella pensó que había estado planeando acostarse con ella, y que cuando no lo logró, se aburrió y se fue.- Ellie mirada cayó al suelo. -No sé qué más pensar. Era lo que mi padre había previsto desde el principio.
– No-murmuró Robert. -No. Yo la quise.
– ¿Por qué te fuiste, entonces?
– Mi padre me había amenazado con cortar mis fondos. Al no aparecer esa noche, yo asumí que ella había decidido que ya no valía la pena. -Sentía vergüenza diciendo las palabras. Como si Victoria alguna vez se hubiera preocupado por una cosa así. Se puso de pie de pronto, sintiendo tan fuera de balance que tuvo que aferrarse a la final a la mesa por un momento para recobrar el equilibrio.
– ¿Te gustaría una taza de té?- Ellie le preguntó mientras se levantaba. -En realidad no te ves del todo bien.
– Ellie.-Dijo, con voz cada vez más segura por primera vez durante la conversación,- No he estado bien durante siete años. Si me disculpas.
Se fue sin decir una palabra, y con mucha prisa.
Ellie no tenía duda de a dónde iba.
– ¿Qué quieres decir con que la ha despedido?
– Sin una referencia-, dijo Lady Hollingwood con orgullo.
Robert respiró hondo, consciente de que por primera vez en su vida, estaba tentado de trompear a una mujer en la cara.
– Usted ha dejado que…-se detuvo y se aclaró la garganta, necesitaba un momento para mantener su temperamento bajo control. -Usted despidió a una mujer de buena cuna sin aviso? ¿Dónde esperaba que ella pudiera ir?
– Puedo asegurarle que no es mi preocupación. Yo no quería a una ramera cerca de mi hijo, y habría sido inconcebible que le diera referencias para que pudiera corromper a otros niños con su influencia indeseable.
– Yo le aconsejaría no llamar ramera a mi futura condesa, Lady Hollingwood-, dijo Robert con fiereza.
– ¿Su futura condesa?- Las palabras de Lady Hollingwood brotaron con pánico.-¿ La Señorita Lyndon?
– Desde luego. -Robert hacía mucho tiempo había perfeccionado el arte de la mirada glacial, y clavó en Lady Hollingwood una de sus mejores.
– ¡Pero usted no puede casarse con ella!
– ¿Realmente?
– Eversleigh me dijo que ella casi se le arrojó.
– Eversleigh es una mierda.
Lady Hollingwood se puso rígida ante su lenguaje soez. -Señor Macclesfield, debo pedirle que…
Él la cortó. -¿Dónde está ella?
– Ciertamente no lo sé.
Robert avanzó hacia ella, sus ojos fríos y duros. -¿No tienes ni idea? ¿Ni un solo mísero pensamiento en su cabeza?
– Ella, ah, ella puede ser que haya contactado a la agencia de empleo que usé cuando la contraté.
– Ah, ahora estamos llegando a alguna parte. Sabía que no era completamente inútil.
Lady Hollingwood tragó incómodamente. -Tengo la información aquí mismo. Déjame copiarlo para usted.
Robert asintió con brusquedad y se cruzó los brazos. Había aprendido a utilizar su tamaño para apabullar, y justo lo que pretendía era intimidar a la mierda de lady Hollingwood. Ella se escabulló de la habitación y sacó una hoja de papel de un escritorio. Con las manos temblorosas copió una dirección.
– Aquí tiene,- dijo ella, tendiéndole el papel. -Espero que este pequeño malentendido no afectará a nuestra amistad en el futuro.
– Mi querida señora, no puedo concebir ninguna cosa que pueda hacer que me diera ganas de mirarla siquiera otra vez.
Lady Hollingwood palideció, viendo todas sus aspiraciones sociales desvanecerse en llamas.
Robert miró la dirección de Londres en el papel en la mano, luego abandonó de la habitación sin tan siquiera un gesto hacia la dueña de casa.
Victoria había venido a buscar un trabajo, la mujer de la agencia de empleo le dijo con un gesto antipático, pero ella la había despedido. Era imposible poner una institutriz sin una referencia de carácter.
Las manos de Robert empezaron a temblar. Nunca se había sentido tan condenadamente impotente. ¿Dónde diablos estaba?
Varias semanas después, Victoria tarareaba alegremente mientras llevaba sus elementos de costura para trabajar. Ella no podía recordar la última vez que se había sentido tan feliz. Oh, todavía estaba el dolor persistente sobre Robert, pero había llegado a aceptar que sería siempre una parte de ella.
Pero estaba contenta. Hubo un momento de pánico desgarrador cuando la señora de la agencia de empleo le había declarado que era imposible hallarle otro empleo, pero Victoria se había acordado de la costura que había hecho mientras crecía. Si había una cosa que podía hacer, era una puntada de costura perfecta, y pronto encontró trabajo en un taller de costura.
A ella le pagaban por pieza, y encontró el trabajo inmensamente satisfactorio. Si ella hacía una buena costura, hacía un buen trabajo, y nadie podía decirle lo contrario. No había Ladys Hollingwoods inclinadas sobre su hombro quejándose de que sus hijos no pudieran recitar el alfabeto con la suficiente rapidez y luego culpar a Victoria cuando se tropezara con la M, la N, o la O. Y a Victoria le gustaba el aspecto de impersonal de su nuevo trabajo. Si cosía una costura recta, nadie podría decir que estaba torcida.
Así que, a diferencia de cuando era institutriz, Victoria no podía estar más contenta.
Había sido un golpe terrible cuando Lady Hollingwood la despidió. Esa rata de Eversleigh había reaccionado rencorosamente y propagó cuentos que, por supuesto, Lady H. no tardó en tomar como verdad. Jamás la palabra de una institutriz valdría más que la de un mentiroso par del reino.
Y Robert se había ido, así que no pudo defenderla. No es que ella quisiera o esperara eso de él. Ella no esperaba nada de él después de que la insultara terriblemente al pedirle que fuera su amante.
Victoria negó con la cabeza. Trató de no pensar en ese encuentro horrible. Sus esperanzas se habían volado tan alto y, a continuación cayeron tan bajo. Ella nunca, nunca le perdonaría por ello.
¡Ja! Como si alguna vez volvería ese gamberro a pedirle perdón.
Victoria encontró que la hacía sentir mucho mejor pensar en él como Robert, el gamberro.
Lamentó no haber pensado en ello, siete años antes.
Victoria, equilibrando sus elementos de costura en la cadera, abrió la puerta trasera de la tienda de Madame Lambert.
– ¡Buenos días, Katie! -Gritó, saludando a la otra costurera.