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Eleanor, tres años más joven que Victoria exactamente, cruzó la habitación y tomó la mano de Victoria sacándola de la mesa.

– Te vas a clavar alguna astilla.- Ella soltó la mano de Victoria y se sentó frente a ella.

Victoria miró la cara de su hermana, pero sólo vio a Robert. Sus labios finamente moldeados, siempre con una sonrisa, una sombra de barba insinuada en el mentón. Se preguntó si tenía que afeitarse dos veces al día.

– ¡Victoria!

Victoria levantó la vista sin comprender. -¿Has dicho algo?

– Te preguntaba, por segunda vez, si querías venir conmigo mañana para llevar alimentos a la señora Gordon. Papá está compartiendo nuestro diezmo con su familia mientras ella está enferma.

Victoria asintió con la cabeza. Como vicario, su padre recibía una décima parte de la décima parte de lo que producían las la granjas de la zona. Gran parte de esta se vendió a la iglesia del pueblo, pero siempre había más que suficiente comida para la familia Lyndon.

– Sí, sí-dijo distraídamente. -Por supuesto que iré.

Robert. Ella suspiró. Tenía una risa encantadora.

– ¿… más?

Victoria levantó la vista. -Lo siento. ¿Me estabas hablando?

– Yo decía,- dijo Ellie con una definitiva falta de paciencia, -que he probado el estofado y necesita sal. ¿Quieres que le ponga más?

– No, no. He añadido un poco hace unos minutos.

– ¿Qué te sucede, Victoria?

– ¿Qué quieres decir?

Ellie exhaló en un gesto exasperado. -No has oído dos palabras de lo que he dicho. Sigo tratando de hablar contigo, y todo lo que haces es mirar por la ventana y suspirar.

Victoria se inclinó hacia delante. -¿Sabes guardar un secreto?

Ellie se inclinó hacia delante. -Tú sabes que puedo.

– Creo que me estoy enamorando.

– No te creo ni por un segundo.

La boca de Victoria se abrió con consternación. -¿Te he dicho que he sido objeto de las más asombrosa transformación en la vida de una mujer, y no me crees?

Ellie se burló. -¿De quién se te ocurre enamorarte en Bellfield?

– ¿Sabes guardar un secreto?

– Ya dije que podía.

– El señor Macclesfield.

– ¿El hijo del marqués?- Ellie casi gritó. -Victoria, es un conde.

– ¡Baja la voz!- Victoria miró por encima del hombro para ver si había llamado la atención de su padre. -Y yo soy muy consciente de que es un conde.

– Ni siquiera lo conozco. Él estaba en Londres cuando el marqués nos trajo hasta Castleford.

– Lo conocí hoy.

– ¿Y tú crees que estás enamorada? Victoria, sólo los tontos y los poetas se enamoran a primera vista.

– Entonces, supongo que soy una tonta -, dijo Victoria con altanería-, porque Dios sabe que no soy poeta.

– Estás loca, hermana. Completamente loca.

Victoria alzó la barbilla y miró por encima del hombro a su hermana. -En realidad, Eleanor, no creo que jamás haya estado más cuerda que en este mismo momento.

* * *

Le tomó horas a Victoria poder conciliar el sueño esa noche, y cuando lo hizo ella soñó con Robert.

Él la estaba besando suavemente en los labios y luego viajó a lo largo de los planos de su mejilla. Él pronunció en voz baja su nombre.

– Victoria… Victoria…

Ella se despertó de repente.

– Victoria…

¿Estaba todavía soñando?

– Victoria…

Se arrastró de debajo de la cubrecama y se asomó por la ventana que se cernía sobre su cama. Él estaba allí.

– ¿Robert?

Él sonrió y la besó en la nariz. -El mismo. No puedo decirte cuánto me alegro de que tu casa sea sólo de un piso de altura.

– Robert, ¿qué estás haciendo aquí?

– ¿Enamorándome locamente?

– ¡Robert!- Ella se esforzó por dejar de reír, pero su buen humor era contagioso.-Realmente, mi lord. ¿Qué estás haciendo aquí?

Recorrió su cuerpo en una galante reverencia. -He venido a hacerle la corte, señorita Lyndon.

– ¿En medio de la noche?

– No puedo pensar en un mejor momento.

– Robert, ¿qué pasa si hubieras ido a la habitación equivocada? Mi reputación estaría hecha trizas.

Se apoyó en el alféizar de la ventana. -Hablaste de madreselva. Olí hasta que encontré la habitación. -Hizo una demostración oliendo el aire. -Mi sentido del olfato es muy refinado.

– Eres incorregible.

Él asintió con la cabeza. -Eso, o quizá tan sólo enamorado.

– Robert, no me puedes amar. -Pero incluso mientras decía las palabras, Victoria escuchó su corazón diciéndole lo contrario.

– ¿No puedo? -Entró por la ventana y le tomó la mano. -Ven conmigo, tonita.

– N-nadie me llama tonita-, dijo, tratando de cambiar de tema.

– Me gusta-, susurró. Movió la mano a la barbilla y la atrajo hacia él. -Voy a besarte ahora.

Victoria asintió con la cabeza temblorosa, incapaz de negar el placer que había estado soñando toda la noche.

Sus labios se rozaron en una caricia ligera como una pluma. Victoria se estremeció contra el hormigueo que le recorrió por la espalda.

– ¿Tienes frío?-Susurró sus palabras con un beso en los labios.

En silencio, ella sacudió la cabeza.

Se echó hacia atrás y acunó su rostro entre las manos. -Eres tan bella.- Tomó un mechón de pelo entre los dedos y examinó su sedosidad. Luego acercó de nuevo sus labios a los de ella, acercándose y alejándose, lo que le permitió a ella acostumbrarse a su proximidad. Él se volvió a acercar, podía sentir su temblor, pero ella no hizo ademán de retirarse, y él sabía que ella estaba tan excitada como él.

Robert movió la mano sobre la nuca de ella, hundiendo los dedos en su grueso pelo mientras su lengua trazaba el contorno de los labios femeninos. Ella sabía a menta y limón, y era todo lo que él podía hacer para no sacarla a través de la ventana y hacer el amor allí mismo, sobre la blanda hierba. Nunca en sus veinticuatro años se había sentido esa manera particular de necesidad. Era deseo, sí, pero con un pico increíblemente poderoso de ternura.

A regañadientes él se apartó, consciente de que él quería mucho más de lo que podía pedirle que por la noche. -Ven conmigo-, le susurró.

Ella se llevó la mano a los labios.

Él le tomó la mano y tiró de ella hacia la ventana abierta.

– Robert, es la mitad de la noche.

– El mejor momento para estar solos.

– ¡Pe-pero yo estoy en camisón!- Ella miró hacia abajo, a sí misma, como si recién entonces se diera cuenta de lo indecentemente vestida que estaba. Agarró sus mantas y trató de envolverla alrededor de su cuerpo.

Robert hizo su mejor esfuerzo para no reírse. -Ponte la capa-, le ordenó con suavidad. -Y date prisa. Tenemos mucho que ver esta noche.

Victoria vaciló un segundo, ir con él era el colmo del absurdo, pero ella sabía que si cerraba la ventana se preguntaría por el resto de su vida lo que podría haber sucedido esa noche de luna llena.

Ella salió corriendo de la cama y sacó un manto largo y oscuro de su armario. Era demasiado pesada para el clima cálido, pero podía muy bien enrollarlo alrededor de su camisón. Se abotonó el abrigo, se subió de nuevo en su cama, y con la ayuda de Robert se arrastró por la ventana.

El aire nocturno era fresco y cargado con el olor de la madreselva, pero Victoria sólo tuvo tiempo de tomar una respiración profunda antes de que Robert tiró de la mano y echó a correr. Victoria se rió en silencio mientras corrían por el césped y en el bosque. Nunca se había sentido tan vivo y libre. Ella quería gritar su alegría a la copa de los árboles, pero era consciente de la ventana abierta la recámara de su padre.