Выбрать главу

– No vas a ninguna parte-, dijo, su voz, de alguna manera, feroz y tierna al mismo tiempo. -No hasta que hable contigo.

Harriet se escabulló de su madre agitando frenéticamente los brazos y se lanzó al lado de Victoria. -¿De verdad te vas a casar con mi primo?- Preguntó ella, su rostro una imagen romántico placer.

– No,- dijo Victoria, moviendo la cabeza débilmente.

– Sí-gritó Robert.

– Pero tú no quieres casarte conmigo.

– Obviamente si, o no lo habría declarado en frente de la más grande chismosa de todo Londres.

– Está hablando de mi madre-acotó Harriet amablemente.

Victoria se sentó en un rollo de raso verde y dejó caer su rostro en sus manos.

Madame Lambert caminó hacia su lado. -No sé quién es usted-, dijo, apuntando con el dedo en el hombro de Robert, -pero no puedo permitir que ataque a mi dependienta.

– Yo soy el conde de Macclesfield.

– El conde de…- Sus ojos se agrandaron. -¿Un conde?

Victoria gemía, queriendo estar en cualquier lugar, menos allí dónde estaba.

La señora se agachó junto a ella. -Realmente, mi niña, es un conde. ¡Y te dijo que quería casarse contigo!

Victoria se limitó a sacudir su cabeza, su rostro aún escondido en las manos.

– ¡Por el amor de Dios!-, Exigió una voz imperiosa. -¿Puede que ninguno de ustedes note que la pobre muchacha está angustiada?

Una señora mayor vestida de púrpura se abrió paso hasta llegar a Victoria y depositó su brazo sobre los hombros en forma maternal.

Victoria levantó la vista y parpadeó. -¿Quién es usted?-, Preguntó ella.

– Yo soy la duquesa viuda de Beechwood.

Victoria miró a Robert. -¿Otro pariente suyo?

La viuda respondió en su lugar. -Puedo asegurarte que ese malvado no es pariente mío. Estaba pensando en mis cosas, en comprar un vestido nuevo para el primer baile de mi nieta, y…

– Oh, Dios-, se quejó Victoria, dejando caer la cabeza nuevamente en sus manos.

Ahora la palabra “mortificación” acababa de tener un nuevo significado cuando gente extraña que no conocía sentía la necesidad de compadecerse de ella…

La viuda frunció el ceño dirigiéndose a Madame Lambert. -¿No ve que la pobre necesita una taza de té?

Madame Lambert vaciló, claramente no queriendo perder ni un minuto de la acción, a continuación, dio un codazo en las costillas Katie. La dependienta corrió a preparar un té.

– Victoria-, dijo Robert, tratando de parecer tranquilo y paciente, una tarea difícil teniendo en cuenta su audiencia. -Necesito hablar contigo.

Ella levantó la cabeza y se secó sus ojos húmedos, sintiendo un poco envalentonada por la simpatía y la indignación femenina que la rodeaban. -No quiero tener nada que ver contigo-, dijo con un ligero resfriado. -Nada.

La tía de Robert se puso del lado de Victoria que no ocupaba la duquesa viuda y también la abrazó.

– Tía Brightbill, -Robert dijo en voz exasperada.

– ¿Qué le hiciste a la pobre muchacha?- Exigió la tía.

La boca de Robert se abrió con incredulidad. Ahora era evidente que todas las mujeres en Gran Bretaña, con la posible excepción de la odiosa Lady Hollingwood, se alineaban contra él. -Estoy tratando de pedirle que se case conmigo-, Él masculló. -Sin duda eso cuenta para algo.

Lady Brightbill se dirigió a Victoria con una expresión que oscilaba entre preocupación y sentido práctico. -Él se te está declarando, mi pobre querida niña.- Su voz se convirtió en una octava. -¿Hay una razón por la cual se imperativo que lo aceptes?

La boca de Harriet se abrió, inclusive ella sabía lo que eso significaba.

– ¡Por supuesto que no!-, Dijo Victoria en voz alta. Y entonces, sólo porque ella sabía que iba a meterlo en un gran problema, con su audiencia femenina convencional, y, por supuesto, porque ella estaba todavía bastante furiosa con él, añadió: -Trató de comprometerme, pero yo no se lo permití.

Lady Brightbill se puso de pie con una velocidad sorprendente teniendo en cuenta su grosor y aplastó a su sobrino con su bolso. -¿Cómo te atreves! -Gritó. -La pobre es claramente una muchacha de buena crianza, aunque las circunstancias le hayan sido adversas.- Hizo una pausa, claramente se había dado cuenta que su sobrino, un conde, ¡por amor de Dios! Se había declarado a una empleadita de una tienda, y se volvió hacia Victoria. -Dije… En verdad eres una chica de buena crianza, ¿no? Quiero decir, hablas como una chica de buena crianza.

– Victoria es toda gentil y amable-, dijo Robert.

La mujer de la que hablaba sólo olfateó e ignoró el cumplido.

– Su padre es el vicario de Bellfield-, añadió, y luego le dio un recuento muy breve de su historia.

– ¡Oh, qué romántico!- Suspiró Harriet.

– No fue romántico en lo más mínimo.- Victoria se quejó. Luego añadió un poco más suavemente, -Para que te quites de la cabeza cualquier tonta idea romántica acerca de la fuga.

La madre de Harriet le dio unas palmaditas de aprobación a Victoria en el hombro. -Robert-, anunció a la sala en general -, serás un caballero con muy buena suerte si puedes convencer a esta hermosa y práctica joven de aceptarte.

Él abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpido por el aullido de la tetera. Después las mujeres rotundamente lo ignoraron mientras llegaba el té. Victoria tomó un sorbo de su taza, mientras recibía más palmadas de aprobación de varios interesados -Pobre querida muchacha.

Robert no estaba seguro de cuando había pasado, pero el equilibrio de poder había cambiado definitivamente en su contra. Sólo era un hombre contra… Sus ojos recorrieron la habitación, ocho mujeres.

¿Ocho? Maldita sea. La sala comenzó a sentirse muy apretada. Él se tiró de la corbata.

Por último, cuando una mujer en un vestido de color rosa, no tenía ni idea de quién era y sólo podía deducir que era otra inocentes transeúnte, se movió para permitirle ver la cara de Victoria, él dijo por lo que parecía ser la centésima vez, -Victoria, necesito hablar contigo.

Ella tomó otro sorbo de su té, recibió otra palmadita materna de la duquesa viuda de Beachwood, y dijo: -No.

Él dio un paso hacia adelante y su tono se hizo vagamente amenazante. -Victoria…

Él hubiera dado otro paso, pero al mismo tiempo ocho mujeres le clavaron sus miradas desdeñosas. Aún no era lo suficientemente hombre como para soportar eso. Él alzó los brazos y murmuró: -Demasiado gallinas cluecas alrededor.

Victoria se quedó allí sentada en medio de su nueva banda de admiradoras, viéndose desagradablemente serena.

Robert respiró hondo y agitando el dedo en el aire aclaró. -Este no es el final, Victoria. Voy a hablar contigo.

Y luego, con otro comentario incomprensible acerca de gallos y gallinas, salió de la Tienda

***

– ¿Está todavía allí?

A petición de Victoria, Katie miró una vez más a través de la vidriera de la tienda. -¿Está en el transporte… y no se mueve.

– ¡Maldición!-, murmuró Victoria.

Y Lady Brightbill la miró diciendo: -Pensé que habías dicho que tu padre era vicario.

Victoria miró el reloj. El carruaje de Robert había estado estacionado frente a la tienda durante dos horas, y él no daba señales de abandonar. Lo mismo que las damas que habían sido testigos de su extraño reencuentro. Madame Lambert ya había hecho hervir cuatro teteras más de té.

– Él no puede permanecer en la calle todo el día-, dijo Harriet. -¿No es cierto?

– Él es un conde,- su madre le respondió con un tono de es-lógico. -Él puede hacer lo que quiera.

– Y ese-, declaró Victoria, -es el problema.- Cómo se atrevía a importunar su vida, suponiendo que se ella caería agradecida a sus pies, sólo porque, de pronto, a él se le había pasado por la cabeza que, otra vez, quería casarse con ella.