¡Quería casarse con ella! Victoria negó con la cabeza, porque no podía creerlo. Una vez había sido su sueño más profundo, y ahora parecía más bien una burla cruel del destino.
¿Él quería casarse con ella? ¡Ja! Era demasiado tarde para eso.
– ¿Acabas de maldecir otra vez?- Harriet susurró, lanzando una mirada furtiva a su madre.
Victoria la miró sorprendida. No se había dado cuenta que había voceado sus pensamientos.-Eso es lo que provoca él en mi-gruñó ella.
– ¿El primo Robert?
Victoria asintió con la cabeza. -Él cree que puede manejar mi vida.
Harriet se encogió de hombros. -Trata de controlar la vida de todos. Por lo general hace un trabajo estupendo, en realidad. Nunca hemos estado tan buen como desde que comenzó a gestionar nuestro dinero.
Victoria la miró de manera extraña. -¿No está mal considerado en la alta sociedad hablar de dinero?
– Sí, pero eres de la familia. -Esto fue dicho con un movimiento exagerado del brazo de Harriet.
– Yo no soy de la familia,- Victoria contradijo.
– Lo serás-respondió Harriet,- si el primo Robert tiene algo que decir de ello. Y por lo general consigue lo que quiere.
Victoria puso las manos en las caderas y miró por la ventana a su carroza. -No esta vez.
– Eh… Victoria-dijo Harriet, con un toque de ansiedad,- No te conozco desde hace mucho tiempo, por lo que está bastante más allá de mí conocer los entresijos de tus expresiones faciales, pero debo decir que no me gusta esa mirada en tus ojos.
Victoria se volvió lentamente desconcertada. -¿De qué demonios estás hablando?
– Sea lo que sea lo que estás pensando de hacer, debo desaconsejarte hacerlo.
– Voy a hablar con él-, dijo Victoria resueltamente y, a continuación, antes de que nadie pudiera detenerla, ella salió de la tienda.
Robert saltó de su coche en un instante. Abrió la boca como para decir algo, pero Victoria lo interrumpió.
– ¿Querías hablar conmigo?- Ella dijo, su voz aguda.
– Sí, yo…
– Bien. Quiero hablar contigo, también.
– Torie, yo…
– No pienses, ni por un segundo, para que puedes manejar mi vida. No sé lo que te ha llevado a ese notable cambio de opinión, pero no soy una marioneta que puedas manejar a tu voluntad.
– Por supuesto que no, pero…
– Tu no me puedes insultarme de la manera que lo hiciste y esperar que me olvide de eso.
– Me doy cuenta de eso, sino que…
– Además, estoy muy contenta sin ti. Tú eres prepotente, arrogante e insufrible.
– Y tú me amas-, Robert la interrumpió, viéndose muy contento de haber llegado, por fin, a decir, al menos, unas palabras.
– ¡Por supuesto que no!
– Victoria-, dijo en un irritante tono pacificador -, siempre me amarás.
Su boca femenina se abrió con espanto. -Estás loco.
Él hizo una reverencia cortés y levantó la mano petrificada hasta sus labios. -Nunca he estado más cuerdo que en este mismo momento.
El aliento de Victoria quedó atrapado momentáneamente en su garganta. Fragmentos de recuerdos pasaron por su cabeza, y ella volvió a tener diecisiete años otra vez.
Diecisiete, totalmente enamorada, y desesperada para que la besara. -No- se dijo, ahogándose en sus palabras. -No. Tú no me vas a hacer esto a mí otra vez.
Sus ojos chispearon. -Victoria, Te quiero.
Ella arrancó su mano. -No puedo escuchar esto.- Y entonces ella entró nuevamente en la tienda.
Robert vio como se retiraba y suspiró, preguntándose por qué estaba tan sorprendido que no hubiera caído en sus brazos y apasionadamente declarado su eterno amor por él. Por supuesto, ella iba a estar enojada con él por mucho tiempo. Furiosa. Había estado tan loco de preocupación y tan atormentado por la culpa de que no se había detenido a pensar cómo podrían reaccionar ante su repentina aparición en la vida de ella.
No tuvo tiempo para reflexionar sobre esto, sin embargo, porque su tía llegó asaltando la tienda de ropa.
– ¿Qué-, gritó la susodicha-, qué le has dicho a esa pobre chica? ¿No te parece que has hecho lo suficiente por un día?
Robert empaló a su tía con la mirada. Realmente, toda esta interferencia se estaba convirtiendo en lo más molesto. -Le dije que la amo.
Eso pareció desinflarla un poco. -¿En serio?
Robert ni siquiera se molestó a cabecear.
– Bueno, lo que hayas dicho, no lo digas de nuevo.
– ¿Quiere que le diga que yo no la quiero?
Su tía se puso las manos en las caderas. -Ella está muy molesta.
Robert había tenido más que suficiente de mujeres entrometidas. -Maldita sea, yo también.
Lady Brightbill retrocedió y se colocó una mano sobre su pecho a modo de afrenta.
– ¿Robert Kemble, acabas de maldecir en mi presencia?
– He pasado los últimos siete años completamente miserable a causa de una estúpida confusión producida por la interferencia de nuestros malditos padres. Francamente, tía Brightbill, tu sensibilidad ofendida no está primera en mi lista de prioridades en este momento.
– ¡Robert Kemble, nunca he sido más insultada…!
– …En toda tu vida.-Suspiró él, moviendo los ojos.
– En toda mi vida. Y no me importa si eres conde, voy a aconsejar que la pobre, pobre, querida niña no se case contigo. -Alzando aún más su chillona voz, Lady Brightbill giró sobre sus talones y pisando fuerte entró nuevamente en la tienda de ropa.
– ¡Gallinas cluecas!- Robert le gritó a la puerta. -¡Todas ustedes no son más que una parva de gallinas cluecas!
– Disculpe, señor,- dijo el cochero apoyado en el lado del vehículo, -pero no creo que sea justo el momento para ser un gallito.
Robert se volvió con una mirada fulminante hacia el hombre. -MacDougal, si no fuera malditamente bueno con los caballos…
– Lo sé, lo sé, me habría echado hace años.
– Siempre hay una oportunidad de ello-, gruñó Robert.
MacDougal sonrió con la confianza de un hombre que se ha hecho más amigo que siervo.
– ¿Te fijaste con qué rapidez ella dijo que no te amaba?
– Me di cuenta,- gruñó Robert.
– Sólo quería hacerlo notar. En caso de que no se diera cuenta.
Robert giró su cabeza mirando alrededor. -¿Te das cuenta de que eres más bien impertinente para ser un sirviente?
– Es por eso que sigo con usted, mi lord.
Robert sabía que era verdad, pero no le hizo sentir mucho mejor admitirlo en ese momento, por lo que dirigió su atención de nuevo a la tienda. -Puede parapetarte todo lo que quieras-, le gritó, agitando el puño en el aire. -¡Yo no me voy!
– ¿Qué ha dicho?-Preguntó Lady Brightbill, revitalizándose con la séptima taza de té.
– Dijo que no se va-, respondió Harriet.
– Yo podría haber dicho eso-, murmuró Victoria.
– ¡Más té, por favor!- dijo Lady Brightbill, agitando la taza vacía en el aire. Katie se apresuró con más bebida humeante. La señora mayor se bebió la taza y luego se levantó, alisando su falda con las manos. -Si todos ustedes me disculpan-anunció a la sala en general. Luego se dirigió a la sala de retiro.
– Madame va a tener que comprar otro orinal-murmuró Katie.
Victoria le lanzó una mirada de desaprobación. Había estado tratando de enseñarle modales y comportamiento durante semanas. Aún así, fue una señal que tenía sus nervios en punta que ella respondió: -No más de té. Ni una gota más para cualquiera de ustedes.
Harriet miró con una expresión de lechuza y la taza con firmeza hacia abajo.