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– Una buena idea. Te voy a acompañar.

– No necesito compañía.

– Es demasiado peligroso para una mujer sola-, dijo con energía, obviamente tratando de mantener su temperamento bajo control en virtud de una fachada de eficiencia.

– He logrado admirablemente llegar sola estas últimas semanas, muchas gracias.

– Ah, sí, las últimas semanas -, dijo, un músculo se contrajo en su mejilla.-¿Quieres que te diga cómo he pasado las últimas semanas?

– Estoy segura de que no puedo impedir que lo hagas.

– He pasado las últimas semanas en un estado total de terror. No tenía ni idea de tu paradero.

– Te puedo asegurar-agregó mordazmente,- que no tenía ni idea que me estabas buscando.

– ¿Por qué, quisiera saber, no le informaste a nadie de tus planes?

– ¿Y a quien se supone que debía decirle? ¿A lady Hollingwood? Oh, sí, fuimos las mejores de amigas. ¿A ti? Tú, que has demostrado tanto interés en mi bienestar…

– ¿Y tu hermana?

– Yo se lo dije a mi hermana. Me escribió su nota la semana pasada.

Robert pensó en el último mes. Había ido a ver a Eleanor hacía dos semanas. Ella no podía haber oído de Victoria para entonces. Reconoció que gran parte de su temperamento volatil se debía al temor sufrido estas últimas semanas, y suavizó el tono de su voz. -Victoria, ¿podrías venir conmigo? Te llevaré a mi casa, donde podríamos hablar en privado.

Ella le hizo frente. -¿Es este otro de tus horribles e insultante ofertas? Oh, lo siento, ¿quizás debería llamar a tus propuestas: asquerosa, degradante?

– Victoria-, arrastró las palabras, -te vas a quedar sin adjetivos muy pronto.

– ¡Oh!- espetó, sin podía pensar en nada mejor, y luego levantó los brazos con desesperación. -Me voy.

Él cerró la mano alrededor del cuello de su capa, y la forzó a retroceder -Creo que te dije-, dijo con frialdad-, que no vas a ninguna parte sin mi. -Él comenzó a arrastrarla de vuelta a la esquina donde aguardaba su carruaje.

– Robert-siseó ella. -Estás haciendo una escena.

Él arqueó una ceja. -¿Me veo como si me importara?

Ella trató de una táctica diferente. -Robert, ¿qué es lo que quieres de mí?

– Pensé que había dejado claro que quiero casarme contigo.

– Lo que quedó bien claro-, ella dijo con furia, -es que quieres que sea tu amante.

– Eso-, dijo con firmeza, -fue un error. Ahora te pido que seas mi esposa.

– Muy bien. Me niego.

– Esa respuesta no es una opción.

Parecía como si fuera a saltar sobre la garganta de él en cualquier momento. -Que yo sepa, la Iglesia anglicana no celebra matrimonios sin el consentimiento de ambas partes.

– Torie-, dijo con dureza: -¿tienes alguna idea de lo preocupado que he estado por ti?

– En absoluto-dijo ella con un brillo falso. -Pero yo estoy cansada y realmente me gustaría llegar a casa.

– Desapareciste de la faz de la maldita tierra. Dios mío, cuando Lady Hollingwood me dijo que te había despedido…

– Sí, bueno, los dos sabemos quién tiene la culpa de eso -, le espetó. -Pero resulta que, ahora estoy muy contenta con mi nueva vida, así que supongo que debo darle las gracias.

Él hizo caso omiso de lo que ella había dicho. -Victoria, me enteré… -Detuvo y se aclaró la garganta. -Hablé con tu hermana.

Ella se puso blanca.

– No sabía que tu padre te había atado. Juro que no lo sabía.

Victoria tragó saliva y miró hacia otro lado, dolorosamente consciente de las lágrimas que pinchaban sus ojos. -No me hagas pensar en eso-, dijo ella, que odiaba el sonido ahogado de su voz. -No quiero pensar en ello. Ahora estoy contenta. Por favor, dame un poco de estabilidad.

– Victoria-. Su voz era suave y dolorosa. -Te amo. Siempre te he amado.

Ella sacudió la cabeza con furia, todavía no se confiaba en poder mirarlo a la cara.

– Te quiero-, repitió. -Quiero pasar mi vida contigo.

– Es demasiado tarde-, susurró.

Él le dio la vuelta. -¡No digas eso! No somos mejores que los animales si no podemos aprender de nuestros errores y seguir adelante.

Ella alzó la barbilla. -No es eso. Yo no quiero casarme contigo. -Y no lo hacía, se dio cuenta. Una parte de ella siempre lo amaría, pero ella había encontrado una independencia embriagante desde que se había trasladado a Londres. Finalmente era ella misma, y estaba descubriendo que tener el control sobre su vida era una sensación embriagadora, de hecho.

Él palideció y le susurró: -Tú lo dices por decir.

– Lo que digo en serio, Robert. No quiero casarme contigo.

– Estás enojada-, razonó. -Estás enojada, y quieres hacerme daño, y tienes todo el derecho a sentirse de esa manera.

– No estoy enojada.- Hizo una pausa. -Bueno, sí, lo estoy, pero no es por eso que te estoy rechazando.

Se cruzó de brazos. -¿Por qué, entonces? ¿Por qué no me puedes escuchar siquiera?

– ¡Porque ahora soy feliz! ¿Es tan difícil de entender? Me gusta mi posición y me encanta mi independencia. Por primera vez en siete años estoy plenamente satisfecha, y yo no quiero romper ese equilibrio.

– ¿Tú eres feliz aquí?- Agitó la mano en la entrada principal. -¿Aquí, como una empleada de una tienda?

– Sí-dijo con frialdad: -Lo soy. Me doy cuenta de que esto podría ser demasiado difícil de entender para tu refinado gusto.

– No seas sarcástica, Torie.

– Entonces, supongo que no puedo decir nada. -Ella apretó los labios cerrando su boca.

Robert comenzó a tirar suavemente de ella hacia su carruaje. -Estoy seguro que estaremos más cómodos si podemos discutir esto en privado.

– No, significa que estarás más cómodo.

– Quiero decir que ambos…- La poca paciencia que le quedaba mostraba signos de desgaste.

Ella comenzó a luchar contra él, vagamente consciente de que estaba haciendo una escena, sino más allá de cuidar de ella. -Si piensas que voy a entrar en un coche contigo…

– Victoria, te doy mi palabra de que no sufrirás daño.

– Eso depende de tu propia definición de «daño», ¿no te parece?

De repente, la soltó e hizo un gran gesto con sus manos en el aire, en forma no amenazante. -Te doy mi palabra de que no voy a poner ni un dedo sobre tu persona.

Ella entrecerró los ojos. -¿Y por qué he de creerte?

– Porque-, gruñó, claramente perdiendo la paciencia con ella, -Nunca he roto una promesa.

Ella dejó escapar un bufido, y no uno particularmente delicado. -Oh, por favor.

Los músculos masculinos se agarrotaron en su garganta. El honor siempre había sido de suma importancia para Robert, y sabía que Victoria acababa de acertarle justo donde más le dolía.

Cuando finalmente habló, su voz era baja e intensa. -Ni tu ni nadie puede afirmar que haya roto alguna vez una promesa que yo haya hecho. Puede que no te tratara…- él tragó convulsivamente -, con el respeto que te merecías, pero nunca he roto una promesa.

Victoria exhalado, sabiendo que él decía la verdad. -¿Tu me llevarás a casa?

Él asintió con brusquedad. -¿Dónde vives?

Ella le dio su dirección, y él se la repitió a MacDougal.

Alargó la mano hacia ella, pero Victoria alejó el brazo de su alcance y lo rodeó para subirse ella al transporte.

Robert exhaló ruidosamente, resistiendo el impulso de darle una palmada en las nalgas y empujarla dentro del carro. Maldita sea, pero ella sabía cómo probar su paciencia. Dio otra profunda respiración pensando que suspiraría mucho durante el viaje y se subió al coche sentándose junto a ella.

Él hizo grandes esfuerzos para evitar tocarla al entrar, pero su olor estaba en todas partes. Ella siempre se las arreglaba para oler como la primavera, y Robert fue golpeado por una abrumadora sensación de nostalgia y el deseo. Tomó otra respiración profunda, tratando de ordenar sus pensamientos. De alguna manera se le había concedido una tercera oportunidad, y él estaba decidido a no arruinar las cosas esa vez.