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Ella le dio una mirada extraña y señaló a una ventana del cuarto piso. -Ahí mismo.

La garganta de Robert se contrajo con violencia. -Tu… no… no te vas a quedar aquí -, dijo, apenas capaz de articular palabra.

Victoria no le hizo caso y comenzó a caminar hacia su edificio. Robert tenía su brazo alrededor de su cintura en cuestión de segundos. -No quiero oírte decir una palabra-, gritó. -Te vienes a casa conmigo en este instante.

– ¡Suéltame!- Victoria se retorció en sus manos, pero Robert mantuvo su pulso firme.

– No voy a permitir que te quede en un vecindario peligroso.

– No puedo imaginarme que estuviera más segura contigo-, replicó.

Robert suavizó su agarre, pero se negó a soltarla. Entonces sintió algo en su pie y miró hacia abajo.

– ¡Santos infiernos sangrantes!- Pateó salvajemente y envío a la calle a una rata demasiado grande.

Victoria se aprovechó para zafarse de su brazo, y corrió a la relativa seguridad del edificio.

– ¡Victoria!- Gritó Robert, corriendo detrás de ella. Pero cuando él tiró para abrir la puerta, todo lo que vio fue a una enorme mujer vieja y gorda con los dientes ennegrecidos.

– ¿Y uste es? -Preguntó ella.

– Yo soy el conde de Macclesfield,-rugió-, y salga de una maldita vez de mi camino.

La mujer puso las manos sobre su pecho. -No tan rápido, su señoría.

– Quite sus sucias mano de mi persona, por favor.

– Mejor quite su sucio culo de mi casa, por favor,- se rió ella-.No permitimos que los hombres entren aquí. Esta es una casa respetable.

– La señorita Lyndon,- poco a Robert, -es mi prometida.

– Yo cero que no se veía de esa manera. De hecho, parecía que ella no quería tener nada que ver contigo.

Robert alzó la vista y vio a Victoria mirándolo a través de una ventana. La rabia corrió a través de él. -¡No toleraré esto, Victoria!- Rugió.

Ella se limitó a cerrar la ventana.

Por primera vez en su vida Robert realmente aprendió el significado de ver todo rojo. Cuando él había pensado que Victoria lo había traicionado siete años antes, había estado demasiado aturdido para sentir furia. Maldita sea, había estado frenético por dos semanas, sin saber qué demonios le había sucedido. Y ahora que por fin la había encontrado, no sólo había lanzado al tacho su propuesta de matrimonio, sino que insistía en que vivir en un barrio de borrachos, ladrones y prostitutas.

Y las ratas.

Robert miró cuando un pilluelo de la calle sacaba la billetera del bolsillo de un hombre desprevenido al otro lado de la calle. Exhaló entrecortado. Él iba a tener que sacar a Victoria fuera de este barrio, si no fuera por el bienestar de ella sería por su propia cordura.

Era un milagro que ella no hubiera sido violada o asesinada ya.

Se volvió hacia la dueña de la casa justo a tiempo para ver el portazo en la cara y escuchar la llave cerrando la cerradura. Cruzó la corta distancia hasta estar justo debajo de la ventana de Victoria y se puso a la vista lateral del edificio, en busca de puntos de apoyo posible para su ascenso a su habitación.

– Milord-. MacDougal lo llamó suave pero insistente.

– Si puedo hacer pie hasta ese umbral, debería ser capaz de subir…- gruñó Robert.

– Milord, ella está lo suficientemente segura para pasar la noche.

Robert se dio la vuelta. -¿Tienes alguna idea de qué tipo de barrio es este?

MacDougal se puso rígido ante su tono. -Disculpe, señor, pero me crié en un barrio como este.

La cara de Robert de inmediato se suavizó. -Maldita sea. Lo siento, MacDougal, yo no quería decir…

– Lo se.- MacDougal agarró el brazo de Robert y suavemente empezó a llevárselo. -Tu dama necesita cocinar su propio estofado durante esta noche, mi lord. Déjala un poco en paz. Podrás hablar con ella mañana por la mañana.

Robert miró por última vez haciendo una mueca. -¿De verdad crees que va a estar bien en la noche?

– Ya has oído la cerradura de la puerta. Ella esta tan segura como si estuviera escondida en Mayfair contigo. Probablemente más segura.

Robert frunció el ceño a MacDougal. -Vendré a la mañana.

– Por supuesto que sí, mi lord.

Robert le puso la mano sobre el transporte y exhaló. -¿Estoy loco, MacDougal? Estoy totalmente, completamente, incurablemente locos?

– Bueno, ahora, mi lord, eso no es mi lugar decirlo.

– ¿Cuan deliciosamente irónico es que ahora elijas el momento en que finalmente decides ejercer un poco de cautela verbal.

MacDougal se limitó a reír.

* * *

Victoria se sentó en su estrecha cama y puso sus brazos alrededor de su cuerpo, como si haciéndose una pequeña bola fuera posible que toda su confusión desaparezca.

Ella, finalmente, había comenzado a forjarse una vida con la cual podía contentarse. ¡Por fin! ¿Era mucho querer un poco de estabilidad, de permanencia?

Ella había soportado siete años de empleadores groseros amenazándola, a cada paso, con despedirla. Al fin había encontrado seguridad en la tienda de Madame Lambert. Y la amistad. Madame cacareaba como una gallina clueca, siempre preocupada por el bienestar de sus empleadas, y Victoria adoraba la camaradería entre las vendedoras.

Victoria tragó al darse cuenta de que estaba llorando. Ella no había tenido un amigo en años. No podía contar el número de veces que se había dormido sosteniendo las cartas de Ellie contra su pecho. Pero las cartas no podían dar una suave palmada en el brazo, y las cartas nunca sonreían.

Y Victoria se había sentido tan sola.

Siete años atrás, Robert había sido más que el amor de su vida. Había sido su mejor amigo. Ahora estaba de vuelta, y él aseguraba que la amaba.

Victoria se atragantó con un sollozo. ¿Por qué tenía que hacer esto ahora? ¿Por qué no podía dejar las cosas como estaban? ¿Y por qué todavía se preocupaba tanto? No quería tener nada que ver con él, y mucho menos casarse con él, y todavía su corazón palpitaba con cada toque. Podía sentir su presencia a través de una habitación, y una sola mirada tenía el poder de hacer que su boca se secara completamente.

Y cuando él la besó…

En lo profundo de su corazón, Victoria sabía que Robert tenía el poder de hacerla feliz más allá de sus sueños más salvajes. Pero también tenía el poder para aplastar su corazón, y él ya había hecho lo que una vez… no, dos veces. Y Victoria estaba cansada del dolor.

Capítulo 13

Robert estaba esperando en la puerta cuando ella salía a trabajar a la mañana siguiente.

Victoria no se sorprendió; él no era nada más que un terco. Probablemente había planificado su regreso durante toda la noche.

Ella dejó escapar un profundo suspiro. -Buenos días, Robert. -Parecía infantil pretender ignorarlo.

– He venido para acompañarte a lo de Madame Lambert,- dijo.

– Es muy amable de tu parte, pero por completo innecesario.

Él se paró directamente en su camino, obligándola a mirarlo. -No estoy de acuerdo contigo. Nunca es seguro para una mujer joven caminar sin escolta por Londres, pero es especialmente peligroso en este área.

– He conseguido llegar sin problemas a la tienda todos los días durante el mes pasado-,ella le aseguró.

En la boca masculina se instaló en una línea sombría. -Puedo asegurarte que eso no tranquiliza a mi mente.

– Tranquilizar a tu mente nunca ha estado en mi lista de prioridades.

Él hizo ruidos desaprobatorios. -Mmm, mmm, parece que nosotros tenemos la lengua afilada esta mañana…