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Su tono condescendiente la carcomió. -¿Alguna vez te he dicho lo mucho que detesto el uso del "nosotros"? Me recuerda a todos los empleadores odiosos que tuve todos estos años. No hay nada como un buen "nosotros" para poner a la institutriz en su lugar.

– Victoria, no estamos discutiendo acerca de institutrices, ni estamos hablando de pronombres, ya sea singular o plural

Ella trató de forzar el paso, pero él se mantuvo firme en su camino.

– Yo sólo voy a repetirte esto una vez más-, dijo. -No permitiré que permanezcas en este lugar infernal otro día más.

Ella respiró hondo y contó hasta tres antes de contestar: -Robert, no eres responsable por mi bienestar.

– Alguien tiene que hacerlo. Obviamente, no sabes cómo cuidar adecuadamente de ti misma.

Ella volvió a contar hasta cinco y dijo: -Voy a pasar por alto ese comentario.

– No puedo creer que te alojes aquí. ¡Aquí! -Robert movió su cabeza con disgusto.

Esta vez ella contó hasta diez antes de decir: -Esto es todo lo que puedo pagar, Robert, y estoy muy contenta con él.

Él se inclinó hacia delante en forma intimidatoria. -Bueno, yo no lo estoy. Déjame decirte como pasé ayer la noche, Victoria.

– Por favor-, murmuró. -Como si yo pudiera detenerte.

– Me pasé la noche pensando en cuantos hombres han tratado de atacarte este último mes.

– Ninguno desde Eversleigh.

O bien no la oyó o no quiso escucharla. -Entonces me pregunté cuántas veces tuviste que cruzar la calle para evitar a las prostitutas en las esquinas.

Ella sonrió con malicia. -La mayoría de las prostitutas son muy agradables. Tomé el té con una de ellas el otro día. -Eso era una mentira, pero ella sabía que eso lo pincharía.

Él se estremeció. -Entonces me pregunté cuántas ratas comparten ese maldito cuarto contigo.

Victoria intentó forzarse a sí misma a contar hasta veinte antes de responder, pero su temperamento no se lo permitió. Podía soportar sus insultos y su actitud arrogante, pero un ataque contra su pulcritud, bueno, eso era realmente demasiado.

– Se puede comer en el suelo de mi habitación.- Siseó.

– Estoy seguro de que las ratas lo hacen-, respondió con un toque mordaz de sus labios.-Realmente, Victoria, no puedes permanecer en este área infestada de sabandijas. No es seguro, ni saludable.

Ella se puso tiesa como un palo, sujetó sus manos rígidamente en su costado conteniéndose para no pegarle. -Robert, ¿has notado que estoy empezando a irritarme un poco contigo?

Hizo caso omiso de ella. -Yo te di una noche, Victoria. Eso es todo. Vuelves a casa conmigo esta noche.

– No lo creo.

– Entonces, vas a vivir con mi tía.

– Valoro mi independencia por encima de todas las cosas-, dijo.

– Bueno, yo valoro tu vida y tu virtud -, explotó-, y perderás ambas cosas si insistes en vivir aquí.

– Robert, estoy perfectamente segura. No hago nada para llamar la atención, y la gente me deja en paz.

– Victoria, tú eres una mujer hermosa y respetable, obviamente. No puedes dejar de llamar la atención cada vez que pones un pie fuera de la casa.

Ella soltó un bufido. -Eres muy bueno hablando. ¡Mírate!

Él se cruzó de brazos y esperó una explicación.

– Yo estaba haciendo un buen trabajo manteniéndome a mi misma mucho antes que te dignaras a aparecer.- Ella agitó la mano señalando su carruaje. -Este barrio nunca se ha visto un vehículo tan grande. Y estoy segura de que al menos una docena de personas ya están planeando la forma de hacerse con tu cartera.

– ¿Así que admites que esta es una zona de mal gusto?

– Por supuesto que sí. ¿Crees que soy ciega? Si más, esto debería demostrarte lo mucho que no quiero tu compañía.

– ¿Qué demonios quieres decir con eso?

– Por el amor de Dios, Robert, yo prefiero quedarme aquí en este barrio que estar contigo. ¡Aquí! Eso debería decirte algo.

Él dio un respingo, y ella supo que lo había herido. Lo que ella no esperaba era lo mucho que la lastimaba ver como sus ojos se llenaban de dolor. Contra su mejor juicio, ella puso su mano sobre el brazo de él. -Robert-dijo en voz baja-, déjame explicarte algo. Estoy contenta ahora. Puede que me falten cosas materiales, pero por primera vez en años tengo mi independencia. Y tengo mi orgullo.

– ¿Qué estás diciendo?

– Tú sabes que a mí nunca me gustó ser una institutriz. Me sentí insultada constantemente por mis empleadores, tanto hombres como mujeres.

La boca de Robert se tensó.

– Los clientes en la tienda no siempre son amables, pero Madame Lambert me trata con respeto. Y cuando hago un buen trabajo no trata de robarse el crédito. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que alguien me ha ofrecido una alabanza?

– Oh, Victoria.- Había un mundo de angustia en esas dos palabras.

– He hecho buenos amigos, también. Realmente disfruto el tiempo que paso en la tienda. Y nadie toma las decisiones por mí. – Ella se encogió de hombros con impotencia. -Son placeres simples, pero los atesoro, y no quiero romper ese equilibrio.

– No tenía idea-, susurró. -ni idea.

– ¿Cómo hubieras podido?- Sus palabras no eran una réplica, sino una cuestión real y honesta.-Siempre has tenido el control completo sobre tu vida. Siempre has sido capaz de hacer lo que querías. -Sus labios se curvaron en una sonrisa nostálgica. -Tu y tus planes. Siempre he amado esa cualidad en ti.

Los ojos de él volaron al rostro de ella. Dudaba que ella se diera cuenta que había usado la palabra "amor".

– La forma en que enfrentas un problema-, continuó, sus ojos cada vez más nostálgicos. -Siempre es muy divertido de ver. Tú estudias la situación de los cuatro costados, desde arriba, abajo, al derecho y al revés. Siempre encuentras la ruta más corta a una solución, y luego vas y lo haces. Siempre imaginé que conseguirías todo lo que quieres.

– Excepto tú.

Sus palabras quedaron flotando en el aire durante un largo minuto. Victoria miró hacia otro lado y, finalmente, ella dijo: -Debo ir a trabajar.

– Deja que te lleve.

– No-su voz sonaba extraña, como si fuera a llorar. -No creo que sea una buena idea.

– Victoria, por favor no hagas que me preocupe por ti. Nunca me he sentido tan impotente en toda mi vida.

Ella se volvió hacia él con los ojos sabios. -Me sentí impotente durante siete años. Ahora estoy en control. Por favor, no me quites eso. -Enderezó los hombros y empezó a caminar hacia la tienda de ropa.

Robert esperó hasta que estuvo cerca de diez pies de distancia y luego comenzó a seguirla. MacDougal esperó hasta que Robert estuviera a unos veinte metros de distancia y luego comenzó a seguirlo en el transporte.

En definitiva, se trataba de una extraña y solemne procesión a hacia lo de Madame Lambert.

* * *

Victoria estaba de rodillas ante un maniquí con tres agujas entre los dientes cuando la campana sobre la puerta sonó al mediodía.

Ella levantó la vista.

Robert.

Ella se preguntó por qué se sorprendía. Él llevaba una caja en sus manos y una mirada familiar en su rostro.

Victoria conocía esa mirada. Él estaba tramando algo. Él había pasado maquinando probablemente toda la mañana.

Cruzó la habitación hasta encontrarse parado delante de ella. -Buenos días, Victoria -, dijo con una sonrisa cordial. -Debo decir que estás bastante aterradora con esos alfileres colgando de tu boca a modo de colmillos.

Victoria sintió el deseo de quitarse de esos "colmillos" y clavárselos a él. -No es suficiente el miedo. -, murmuró.

– ¿Cómo dices?

– Robert, ¿por qué estás aquí? Pensé que habíamos llegado a un acuerdo esta mañana.