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– Excelente-dijo Lady Brightbill, frotándose las manos. -Tenemos mucho que discutir.

Victoria parpadeó un par de veces y adoptó una expresión inocente. -Su señoría no se unirá a nosotros, ¿verdad?

– No, si usted no lo desea, querida.

Victoria se volvió hacia el hombre en cuestión y le ofreció una sonrisa ácida. -Buenas tardes, entonces, Robert.

Robert sólo se apoyó contra la pared y sonrió mientras ella se marchaba. Estaba dispuesto a dejarla creer que ella le había engañado.

¿Acaso Victoria no había dicho que anhelaba la normalidad? Él se rió entre dientes. No existía persona más aterradoramente normal que la tía Brightbill.

El té resultó ser, finalmente, una experiencia bastante agradable. Lady Brightbill y Harriet le obsequiaron a Victoria una cantidad abundante de historias sobre Robert, de los cuales a unas pocas Victoria se inclinaba a creer. La forma en que ensalzaba su honor, valentía y bondad, se podría pensar que era un candidato a la santidad.

Victoria no estaba del todo segura de por qué estaban tan decididas a darle la bienvenida a su familia, el padre de Robert ciertamente no se había entusiasmado con que su hijo se casase con la hija de un vicario. ¡Y ahora era una empleadita de tienda común! Era inaudito que un conde se casara con alguien como ella. Sin embargo, Victoria sólo podía deducir que las frecuentes declaraciones de Lady Brightbill, diciendo-¡Caramba, casi nos habíamos desistido de ver casado a nuestro querido Robert,- y constantemente agregaba -Tú eres la primera dama respetable que ha mostrado interés en años-, evidencia de lo ansiosa que estaba por emparejarlos.

Victoria no dijo mucho. Ella no sentía que había mucho que añadir a la conversación, e incluso si lo hubiera intentado, Lady Brightbill y Harriet no le hubieran dado muchas oportunidades para hacerlo.

Después de una hora, la madre y la hija depositaron a Victoria de nuevo en la tienda. Victoria asomó la cabeza por la puerta con desconfianza, convencida de que Robert iba a saltar, en cualquier momento, desde atrás de un maniquí.

Pero él no estaba allí. Madame Lambert dijo que él había tenido negocios que atender en otra parte de la ciudad.

Victoria se horrorizó al darse cuenta de que ella estaba sintiendo algo que se parecía vagamente a una punzada de decepción. No porque lo echara de menos, racionalizó con presteza, sino porque se perdía de una buena batalla de ingenios.

– Pero, sin embargo, te dejó esto-dijo Madame, sosteniendo una caja de pasteles recién hechos. -Dijo que esperaba que te dignaras a comerlos.

Ante la mirada aguda de Victoria, Madame agregó: -Sus palabras no las mías.

Victoria se volvió para ocultar la sonrisa que tiraba de sus labios. Luego se obligó fruncir el ceño. Él no iba a ganarle. Ella le había dicho que valoraba mucho su independencia, y lo había dicho de verdad. Él no iba a ganar su corazón con gestos románticos.

Aunque, pensó de manera pragmática, un pastel en realidad no hacía daño a nadie.

* * *

La sonrisa de Robert creció mientras miraba como Victoria comía el tercer pastel. Ella, obviamente, no sabía que él la observaba por la ventana, sino ni siquiera hubiera olfateado los pequeños pasteles.

A continuación ella recogió el pañuelo que él había dejado en la caja y examinó el monograma. Entonces, después de una exploración rápida ojeada alrededor para asegurarse que nadie la veía, levantó el trozo de tela y aspiró su aroma.

Robert sintió que las lágrimas invadían sus ojos. Ella se estaba suavizando hacia él. Ella moriría antes de admitirlo, pero era evidente que se estaba suavizando.

Vio cómo ella guardaba el pañuelo en el corpiño. El simple gesto le dio esperanza. Él iba a conseguirla de nuevo; estaba seguro de ello.

Sonrió por el resto del día. No pudo evitarlo.

* * *

Cuatro días más tarde, Victoria estaba lista para partirle la cabeza de un golpe. Y a ella no gustaba la idea de hacerlo con una caja de bombones caros. Cualquiera de las otras cuarenta que le había enviado podría servir sin problemas.

Él también le había regalado tres novelas románticas, un telescopio en miniatura y un pequeño ramo de madreselvas, con una nota que decía, “Espero que te recuerde a tu hogar”. Victoria estuvo a punto de gritar allí mismo en la tienda cuando leyó esas palabras. El desgraciado recordaba todo lo que le gustaba y lo que no le gustaba, y lo estaba usando para tratar de doblegarla a su voluntad.

Se había convertido en su sombra. Él le daba tiempo suficiente para terminar el trabajo encargado por Madame Lambert, pero siempre parecía materializarse a su lado cada vez que ponía su pie fuera del negocio. No le gustaba que ella caminara sola, le había dicho, especialmente en ese barrio.

Victoria había señalado que él la seguía a todas partes, no sólo a su vecindario. La boca de Robert se había apretado en una línea sombría y murmuró algo sobre su seguridad personal y los peligros de Londres. Victoria estaba bastante segura de que había oído las palabras “maldita” y “tonta” en la oración también.

Ella le decía una y otra vez que valora su independencia, que quería estar sola, pero él no le hacía caso. Pero al finalizar la semana el tampoco hablaba. Todo lo que hacía era mirarla frunciendo el ceño.

Los regalos Robert siguieron llegando a la tienda de ropa con una regularidad alarmante, pero ya no desperdicia palabras tratando de convencerla de casarse con él. Victoria le preguntó por su silencio, y lo único que dijo fue: -Estoy tan furioso contigo que trato de no decir nada para temor de arrancarte la cabeza de un mordisco.

Victoria consideró el tono de su voz, notó que estaban caminando por un área particularmente desagradable de la ciudad en ese momento, y decidió no decir nada más. Cuando llegaron a la casa de huéspedes, se deslizó en el interior sin una palabra de despedida. Hasta que llegó a su habitación y se asomó por la ventana. Él la miró tras las cortinas durante más de una hora. Fue muy desconcertante.

* * *

Robert estaba delante del edificio de Victoria y evaluando con el ojo de un hombre que no deja nada al azar. Había llegado a su punto límite. No, él ya lo había sobrepasado por mucho, mucho más allá. Había intentado ser paciente, había cortejado a Victoria no con regalos caros, sino con significado. Había tratado de hacerla entrar en razón hasta que se quedó sin palabras.

Pero esa noche había sido la gota que había colmado el proverbial vaso. Victoria no se daba cuenta, pero cada vez que Robert la acompañaba hasta su casa, MacDougal los seguía a los dos, diez pasos atrás. Por lo general, MacDougal esperaba para ir a buscarlo, pero esa noche se había acercado a su patrón en el momento que Victoria se metió en su casa de huéspedes.

– Un hombre ha sido apuñalado, -MacDougal dijo. Había ocurrido la noche anterior, justo en frente de la pensión de Victoria.

Robert sabía que su edificio tenía una cerradura resistente, pero hizo poco por calmar su mente cuando él consideraba las manchas de sangre en los adoquines. Victoria tenía que ir y venir a trabajar todos los días; tarde o temprano alguien iba a tratar de aprovecharse de ella.

A Victoria ni siquiera le gustaba pisar hormigas. ¿Cómo diablos se suponía que tenía que defenderse de un ataque?

Robert levantó la mano a la cara, los dedos presionando contra el músculo temblaba espasmódicamente en sus sienes. Respirar profundamente hizo poco por calmar la furia y la sensación de impotencia que crecía dentro de él. Se hacía obvio que no iba a ser capaz de proteger adecuadamente a Torie, siempre y cuando ella insistiera en permanecer en ese lugar infernal.