A los pocos minutos salieron a un pequeño claro. Robert se detuvo en seco, causando que Victoria tropezara con él. La sostuvo con firmeza, la longitud de su cuerpo indecentemente presionado contra el suyo.
– Torie,- murmuró. -Oh, Torie.
Y él volvió a besarla, la besó como si fuera la última mujer que quedara en la tierra, la única mujer que había nacido.
Eventualmente, ella se apartó, con sus ojos azul oscuro centelleando nerviosamente. -Todo esto es tan rápido. No estoy segura si lo entiendo.
– Yo no lo entiendo, tampoco,- dijo Robert con un suspiro de felicidad. -Pero no quiero hacerme preguntas.- Se sentó en el suelo, tirando de ella para que se sentara con él. Luego se recostó de espalda.
Victoria estaba todavía en cuclillas, lo miraba con un dejo de duda.
Él palmeó el suelo a su lado. -Acuéstese y mira al cielo. Es espectacular.
Victoria miró su rostro iluminado por felicidad, y se recostó en el suelo. El cielo parecía enorme desde esa posición.
– ¿No son las estrellas de la cosa más asombrosa que hayas visto?-Preguntó Robert.
Victoria asintió y se acercó a él, encontrando el calor de su cuerpo extrañamente convincente.
– Ellas están ahí para ti, ya sabes. Estoy convencido de que Dios las puso en el cielo sólo para que se las pueda ver esta noche.
– Robert, eres tan imaginativo.
Rodó a su lado y se apoyó en un codo, usando su mano libre para cepillar un mechón de pelo de la cara. -Yo nunca fantaseaba antes de este día, -dijo con voz grave. -Nunca lo quise ser. Pero ahora…-hizo una pausa, como buscando esa mezcla imposible de palabras que, precisamente, transmitiera lo que había en su corazón. -No puedo explicarlo. Es como si pudiera decírtelo todo.
Ella sonrió. -Por supuesto que puedes.
– No, es más que eso. Nada de lo que diga suena extraño. Incluso con mis amigos más cercanos no puedo ser completamente yo mismo. Por ejemplo, -De repente se levantó de un salto. -¿No resulta sorprendente que los seres humanos puedan balancearse en sus pies?
Victoria intentó incorporarse, pero su risa la forzó hacia abajo.
– Piense en ello-, dijo, meciéndose con la punta del talón. -Mira tus pies. Son muy pequeños en comparación con el resto de ti. Uno podría pensar que te caerías cada vez que intentas ponerse de pie.
Esta vez, ella fue capaz de sentarse, y ella observó detenidamente a sus propios pies. -Supongo que tienes razón. Es bastante asombroso.
– Nunca he dicho eso a nadie, -dijo. -Lo he pensado toda mi vida, pero yo nunca se lo dije a nadie hasta ahora. Supongo que temía que la gente creyera que fuera una estupidez.
– Yo no creo que seas estúpido.
– No- Él se agachó junto a ella y le tocó la mejilla. -No, suponía que no.
– Creo que eres brillante por haber, siquiera, considerado la idea, -dijo ella con lealtad.
– Torie. Torie. No sé cómo decir esto, y ciertamente no lo entiendo, pero creo que te amo.
Ella volteó su cabeza para mirarlo.
– Yo sé que te amo-dijo con mayor fuerza. -Nada como esto me había sucedido antes, y que me condenen si me dejara regir por la precaución.
– Robert-ella susurró. -Creo que también te amo.
Él sintió el aliento abandonar su cuerpo, se sintió superado por una felicidad tan poderosa que no podía estarse quieto. Tiró de ella obligándola a parase. -Dímelo otra vez.
– Te amo.- Ella estaba sonriendo ahora, atrapada en la magia del momento.
– Una vez más.
– Te quiero-, fueron las palabras mezcladas con la risa.
– Oh, Torie, Torie. Te haré muy feliz. Te lo juro. Quiero darte todo.
– ¡Yo quiero la luna!-, Gritó de repente creyendo que tal fantasía eran en realidad posible.
– Te voy a dar todo y la luna-, dijo con fiereza.
Y entonces él la besó.
Capítulo 2
Pasaron dos meses. Robert y Victoria se reunieron en cada ocasión, explorando el campo, y siempre que sea posible, explorando a sí mismos.
Robert le contó de su fascinación por la ciencia, su pasión por los caballos de carreras, y sus temores de que nunca llegar a ser el hombre que su padre quería que fuera.
Victoria le habló de su debilidad por las novelas románticas, su habilidad para coser una costura más recta que una vara de medir, y sus temores que nunca fuera capaz de cumplir las estrictas normas morales de su padre.
A ella le encantaban los pasteles.
Él odiaba los guisantes.
Él tenía la atroz costumbre de poner los pies sobre una mesa, una cama, lo que sea… cuando se sentaba.
Ella siempre ponía las manos en las caderas cuando estaba nerviosa, y nunca era capaz de mirar tan severa como deseaba.
A él le encantaba la forma en que apretaba sus labios cuando estaba enfadada, la forma en que siempre consideraba las necesidades de los demás, y la forma maliciosa en que se burlaba de él cuando actuaba demasiado engreído.
A ella le encantaba la forma en que él se pasaba la mano por el pelo cuando estaba exasperado, la forma en que le gustaba detenerse y examinar la forma de una flor silvestre, y la forma en que a veces actuaba dominante sólo para ver si podía sacarla de quicio. Tenían de todo, y absolutamente nada, en común.
Entre ellos encontraron sus propias almas, compartieron secretos y pensamientos que, hasta entonces, habían sido imposibles de expresar.
– Todavía busco a mi madre-, dijo en una ocasión Victoria.
Robert la miró de manera extraña. -¿Cómo?
– Yo tenía catorce años cuando murió. ¿Cuántos años tenía?
– Yo tenía siete años. Mi madre murió al dar a luz.
El rostro suave de Victoria se suavizó aún más. -Lo siento mucho. Apenas tuviste la oportunidad de conocerla, y has perdido un hermano. ¿Fue un hermano o una hermana?
– Una hermana. Mi madre vivió lo suficiente para llamarla Anne.
– Lo siento.
Sonrió con melancolía. -Recuerdo lo que se sentía cuando ella me abrazaba. Mi padre le decía que estaba malcriando, pero ella no le hacía caso.
– El doctor dijo que mi madre tenía cáncer-. Victoria tragó dolorosamente. -Su muerte no fue pacífica. Me gusta pensar que ella está en algún lugar allá arriba -, señaló con la cabeza hacia el cielo-, donde ella no tiene ningún tipo de dolor.
Robert tocó su mano, profundamente conmovido.
– Pero a veces todavía la necesito. Me pregunto si alguna vez dejaré de necesitar a nuestros padres. Y hablo con ella. Y espero por ella.
– ¿Qué quieres decir?-, Preguntó.
– Vas a pensar que soy tonta.
– Sabes que yo nunca pensaría eso.
Hubo un momento de silencio, y luego Victoria dijo: -Oh, digo cosas como: “Ma si está escuchando, y deja que el viento mueva las hojas de esa rama”. O, “Mamá, si me estás viendo, haz que el sol se oculte detrás de esa nube. Sólo para saber que estás conmigo.
– Ella está contigo-, le susurró Robert. -Lo puedo sentir.
Victoria se acurrucó en la cuna de sus brazos. -Nunca he hablado a nadie sobre eso. Ni siquiera Ellie, y sé que ella echa de menos Mama tanto como yo.
– Tú siempre serás capaz de decirme todo.
– Sí-dijo ella alegremente, -Lo sé.
Era imposible mantener su noviazgo sin que el padre de Victoria se enterara. Robert llamaba a la casa del vicario casi todos los días. Le dijo al vicario que le estaba enseñando a montar Victoria, que era técnicamente la verdad, como cualquier persona que la vio cojeando por la casa después de una lección podía dar fe.
Sin embargo, era evidente que la joven pareja compartía sentimientos más profundos. El reverendo Lyndon vehemente disgustado con el noviazgo, y le decía a Victoria en todas las ocasiones posibles.