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Era evidente que él no podía permitir que continúen las cosas como estaban hasta ese momento.

* * *

A la mañana siguiente Victoria notó que Robert actuaba de forma muy extraña. Estaba más silencioso y melancólico que de costumbre, pero parecía tener un montón de cosas que discutir con MacDougal.

Victoria comenzó a sospechar.

Él la estaba esperando, como siempre, al finalizar el día. Victoria hacía tiempo que había renunciado a discutir con él cuando él la obligó a aceptar su escolta. Se requería demasiada energía, y esperaba que con el tiempo se diera por vencido y la dejara en paz.

Sin embargo, cada vez que ella meditaba esa posibilidad sentía una extraña punzada de soledad en su corazón. Le gustara o no, se había acostumbrado a tener tras ella a Robert. Sería bastante extraño una vez que él se hubiera ido.

Victoria apretada chal sobre los hombros preparándose para la caminata de veinte minutos que tenía por delante. Era finales de verano, pero el tiempo estaba fresco. Cuando ella salió por la puerta vio el transporte de Robert estacionado afuera.

– Pensé que podría conducir a casa-, explicó Robert.

Victoria levantó una ceja interrogativamente.

Él se encogió de hombros. -Parece como si fuera a llover.

Ella levantó la vista. El cielo no estaba muy nublado, pero tampoco particularmente despejado. Así que decidió no discutir con él. Se sentía un poco cansada, había pasado toda la tarde atendiendo a una muy exigente condesa.

Le permitió a Robert que la ayudara a subir al coche, y se recostó contra los respaldos de felpa. Dejó escapar un suspiro audible cuando sus músculos cansados se relajaron.

– ¿Un día ocupado en la tienda?-Preguntó Robert.

– Mmmm, sí. La condesa de Wolcott vino hoy. Ella era bastante exigente.

Robert alzó las cejas. -¿Sarah Jane? ¡Buen Dios mío, te mereces una medalla si te contuviste de abofetearla en la cabeza.

– ¿Sabes creo que me la hubiera ganado-, dijo Victoria, sonriéndose un poco.-Es la mujer más vana que nunca he conocido. Y tan grosera. Me llamó un cabeza hueca.

– ¿Y qué le dijiste?

– Yo no podía decir nada, por supuesto.- La sonrisa de Victoria se volvió sarcástica. -En voz alta.

Robert se echó a reír. -Entonces, ¿qué le has dicho en tu mente?

– Oh, un número bastante grande de cosas. Comparé la longitud de la nariz y el tamaño de su intelecto.

– ¿Pequeño?

– Diminuto-, agregó Victoria sonriendo socarronamente. -Su intelecto, no es su nariz.

– ¿Larga?

– Muy larga.- Ella se rió. -Incluso estuve tentada a reducir la longitud de semejante protuberancia.

– Me hubiera gustado haber visto eso.

– Me hubiera gustado haberlo hecho-, replicó Victoria. Entonces ella se echó a reír, sintiéndose más despreocupada de lo que había estado en mucho tiempo.

– Bueno-, dijo Robert con ironía. -Uno podría pensar que te estabas divirtiendo. Aquí conmigo. Imagínate…

Victoria cerró su boca.

– Yo estoy disfrutando-, dijo. -Es bueno escucharte reír. Ha pasado tanto tiempo.

Victoria se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Negar que se había estado divirtiendo sin duda, habría sido una mentira. Y sin embargo era tan difícil de admitir, incluso a ella misma, que su compañía le trajo alegría. Así que hizo lo único que podía pensar que hacer, bostezó.

– ¿Te importa si me duermo durante uno o dos minuto?, – Preguntó ella, pensando que el sueño era una buena manera de ignorar la situación.

– En absoluto-respondió-.Voy a cerrar las cortinas para que no te moleste.

Victoria dejó escapar un suspiro y se quedó dormida, sin darse cuenta de la amplia sonrisa que había estallado en la cara de Robert.

Fue el silencio lo que la despertó. Victoria siempre había estado convencida de que Londres era el lugar más ruidoso en la tierra, pero no oyó ningún un ruido, salvo para el trap-trap de los cascos de los caballos.

Se obligó a abrir los párpados.

– Buenos días, Victoria.

Ella parpadeó. -¿Buenos días?

Robert sonrió. -Sólo es una expresión. Caíste dormida.

– ¿Por cuánto tiempo?

– Oh, una media hora más o menos. Debes haber estado muy cansada.

– Sí-dijo ella distraídamente. -bastante…- Entonces ella parpadeó de nuevo. -¿Dijiste media hora? ¿No deberíamos estar en mi casa ahora?

Él no dijo nada.

Con una sensación muy inquietante en su corazón, Victoria se trasladó a la ventana y tiró de la cortina. La penumbra colgaba del aire, pero podía ver los árboles y los arbustos con claridad, y hasta una vaca…

¿Una vaca?

Se volvió de nuevo hacia Robert, entrecerrando los ojos. -¿Dónde estamos?

Él fingió que sacaba una pelusa de la manga. -Pues en nuestro camino hacia la costa, me imagino.

– ¿La costa?- Su voz se elevó en casi como un chillido.

– Sí.

– ¿Es eso todo lo que vas a decir al respecto? -Gruñó ella.

Él solo sonrió. -Supongo que podría señalar que te he secuestrado, pero me imagino que ya te has dado cuenta.

Victoria saltó a su garganta.

Capítulo 14

Victoria nunca se había visto como una persona especialmente violenta. De hecho, ni siquiera tenía mucho genio, pero Robert, después de su casual declaración, había sobrepasado todo límite.

Su cuerpo reaccionó sin ninguna dirección de su cerebro, y ella se lanzó sobre él, con las manos engarfiadas peligrosamente cerca del su cuello. -¡Tú maldito demonio!- Gritó. -¡Tú espantosa, sangrienta, criatura del averno!

Si Robert quiso hacer algún comentario sobre que su lenguaje no era el propio de una dama, se lo guardó para sí mismo. O tal vez su reticencia tenía algo que ver con la forma en que los dedos de ella estaban presionando sobre su tráquea.

– ¿Cómo te atreves? -continuó Gritando. -¿Cómo te atreves? Todo ese tiempo que estabas fingiendo escucharme hablar de independencia.

– Victoria-, él jadeó, tratando de hacer soltar los dedos aferrados en su garganta.

– ¿Has estado tramando esto todo el tiempo?- Cuando él no contestó ella comenzó a temblar. -¿Lo hiciste?

Cuando Robert finalmente logró sacarla de encima de él, lo que requirió tanta fuerza que Victoria salió despedida hacia atrás. -¡Por el amor de Dios, la mujer! -él exclamó, todavía abriendo la boca para tomar aire-, ¿estas tratando de matarme?

Victoria lo miró desde su posición en el suelo. -Parece un plan de meritorio.

– Algún día vas a darme las gracias por esto -, dijo, a sabiendas de que tal declaración la haría enfurecer más.

Estaba en lo cierto. Vio cómo su rostro se ponía más colorado. -Nunca he estado tan furiosa en toda mi vida,- finalmente ella refunfuñó entre dientes.

Robert se frotó la garganta y dijo con gran sentimiento, -Te creo.

– Tú no tenías derecho a hacer esto. No puedo creer que me respetes tan poco. Tú…-se interrumpió y por su cabeza pasó un horrible pensamiento. -¡Oh, Dios mío! ¿Me has drogado?

– ¿De qué demonios estás hablando?

– Yo estaba muy cansada. Me quedé dormida con tanta rapidez…

– Eso no fue más que una afortunada coincidencia,- dijo haciendo una pequeña onda con la mano.-Una de la que estoy muy agradecido. Realmente no lo podría haber hecho contigo gritando todo el camino a través de las calles de Londres.

– No te creo.

– Victoria, no soy el villano que pareces pensar que soy. Además, ¿acaso estuve cerca de tu comida hoy? Ni siquiera te di una caja de pasteles.

Eso era cierto. El día anterior, Victoria le había dado una diatriba urticantes respecto al despilfarro de tanta comida para una sola persona, y había conseguido la promesa de Robert que él donaría todos los pasteles comprados a un orfanato. Y por más furiosa que estuviera con él, tuvo que admitir que él no era el tipo de utilizar veneno.