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– No estoy celosa.- Gruñó. -Es que… si lo compraste en lo de Madame Lambert, yo debería estar…

– No lo compré en la casa de Madame Lambert.

– Bien. Sería muy desagradable saber que uno de mis amigos te ayudó en esta nefasta tarea.

– Me pregunto cuánto tiempo más vas a estar tan enojada conmigo-, dijo en voz baja.

Victoria sacudió su cabeza cambiando de tema. -Me voy a la cama.- Dio dos pasos hacia la puerta, se dio la vuelta. -No voy a modelar este vestido para ti.

Él le ofreció una sonrisa seductora. -Nunca soñé que lo harías. Sin embargo estoy muy contento de escuchar que al menos contemplas la idea.

Victoria dejó escapar un gruñido y se marchó a su habitación. Ella estaba tan furiosa con él en que estuvo a punto cerrar la puerta. Pero entonces, recordando su plan inicial, agarró el picaporte y cerró la puerta de modo que sólo tocaba la jamba. Si Robert notaba que no estaba bien cerrada, no pensaría que ella la dejó abierta como una invitación. Ella había dejado bien claro que estaba furiosa parea que él arribara a esa conclusión. No, probablemente asumirías que, en su distracción, ella había pasado por alto ese detalle.

Y si tenía suerte él no se daría cuenta.

Victoria lanzó el problemático paquete en su cama y examinó su plan para el resto de la noche. Tendría que esperar varias horas antes de intentar escapar. Ella no tenía idea de cuánto tiempo le tomaría a Robert quedarse dormido. No tenía más que una oportunidad así que, parecía prudente darle suficiente tiempo para dormitar.

Se quedó despierta recitando mentalmente todos los pasajes que menos le gusta de la Biblia. Su padre siempre había insistido en que ella y Ellie aprendieran de memoria grandes porciones del libro. Pasó una hora, luego otra, luego otra. Después pasó otra hora, y Victoria se detuvo a mitad de un salmo cuando se dio cuenta de que eran las cuatro de la mañana. Seguramente Robert dormía profundamente.

Dio dos pasos de puntillas hacia la puerta, luego se detuvo. Sus botas de suela eran muy ruidosas al caminar. Ella se las tendría que sacar. Sus huesos dejaron escapar un fuerte crujido cuando ella se sentó en el suelo y desató sus zapatos. Por último, con el calzado en la mano, ella continuó su caminata en silencio hacia la puerta de conexión.

Su corazón latía fuerte, colocó la mano sobre el pomo. Como ella no había cerrado bien la puerta, no tuvo que torcerla. Dio un tirón con movimientos muy controlados, y la puerta se abrió.

Ella asomó la cara en la habitación, y luego dejó escapar un silencioso suspiro de alivio. Robert estaba durmiendo profundamente. Por Dios, parecía no estar usando nada debajo de las sábanas, pero rápidamente Victoria decidió que no era sabio ese tren de pensamientos en esos precisos momentos.

Se acercó de puntillas hacia la puerta, dando las gracias mentalmente a quien hubiera decidido poner una alfombra en la habitación. Hizo su procesión un tanto más tranquila. Finalmente llegó a la puerta. Robert había dejado la llave en la cerradura. Ah, ésta sería la parte más complicada. Tendría que hallar la puerta sin llave y salir sin despertarlo.

Se le ocurrió entonces que era realmente muy bueno que Robert durmiera desnudo. Si ella le despertara, llevaría una buena ventaja, mientras el se vestía. Él podría estar decidido a tenerla en sus garras, pero ella dudaba de que su determinación lo llevara a correr como dios lo trajo al mundo por las calles de Faversham.

Ella envolvió sus dedos alrededor de la llave y volvió su cabeza. La cerradura hizo un chasquido fuerte. Ella contuvo la respiración y miró por encima del hombro. Robert hizo un somnoliento, sordo ruido y se dio vuelta, pero aparte de eso no hubo ninguna señal de que se hubiera despertado.

Con la respiración contenida, Victoria lentamente abrió la puerta, orando para que las bisagras no crujiesen. Hizo un ruido pequeño, causando que Robert se moviera un poco más lamiéndose los labios de una manera curiosamente atractiva. Finalmente ella consiguió abrir la puerta hasta la mitad y se deslizó fuera.

¡Libre! Era casi demasiado fácil, el triunfo que Victoria había esperado sentir simplemente no estaba allí. Corrió por el pasillo y deshizo su camino por las escaleras. Nadie estaba de guardia, así que ella fue capaz de deslizarse por la puerta principal desapercibida.

Una vez a la intemperie, sin embargo, se dio cuenta que ella no tenía idea de a dónde ir. Estaba a unas quince millas al Bellfield; demasiado lejos para caminar, inclusive si hubiera estado determinada a hacerlo. Pero en realidad, Victoria no tenía especial interés en transitar por la carretera de Canterbury por la noche.

Probablemente sería mejor encontrar un lugar para esconderse cerca de la posada y esperar a Robert partiera.

Victoria miró alrededor mientras se ponía sus zapatos de nuevo. Los establos podría hacer, y hay algunas tiendas cercanas que podría haber lugares donde esconderse. Tal vez…

– Bueno, bueno, ¿qué tenemo’ aquí?

El corazón de Victoria se hundió en su instantáneamente revuelto estómago. Dos (grandes, sucios, y por sus miradas, bastante borrachos) hombres se acercaban a ella. Dio un paso hacia atrás hacia la posada.

– Oy todavía tengo uno’ cuanto’ centavo’ -, dijo uno de ellos. -¿Qué precio tiene chica?

– Me temo que usted tiene una idea equivocada -, dijo Victoria, su palabras salieron a raudales.

– Vamo’, cariño, -dijo el otro, extendiendo la mano y agarrándole el brazo. -Sólo queremos un poco de deporte. Y tu nos dara’ un poco de cariño…

Victoria dejó escapar un grito de sorpresa. La mano del hombre mordía su piel.

– No, no,-dijo, comenzando a entrar en pánico -Yo no soy esa clase de…- Ella no se molestó en terminar la frase, evidentemente no le estaban prestando atención. -Soy una mujer casada-, mintió, utilizando un tono más alto y arrogante de su voz.

Uno de ellos arrancó los ojos, momentáneamente, de sus pechos, miró hacia arriba, parpadeó y sacudió la cabeza.

Victoria contuvo el aliento. Obviamente no tenían escrúpulos sobre la santidad del matrimonio. Por último, en su desesperación, ella aulló: -¡Mi marido es el conde de Macclesfield! Si me tocas un pelo, él te matará. Juro que lo hará.

Esto les hizo detener. Entonces uno de ellos dijo: -¿Qué esposa de un maldito conde estaría caminando en medio de la noche?

– Es una historia muy larga, se lo aseguro,- Victoria improvisaba, aún retrocediendo hacia la posada.

– Creo que ella está inventando-, dijo el que la sostenía del brazo. Y a pesar de estar como una cuba tiró de ella con sorprendente fuerza para su estado. Victoria contuvo las arcadas por el mal aliento del hombre. Luego cambió de idea, el vómito puede ser justo lo que necesitaba para amortiguar su ardor.

– Sólo queremo’ un poco de diversión esta noche-, susurró. -Tú y yo y…

– Yo no lo intentaría-, Tronó una voz que Victoria conocía demasiado bien. -No me gusta cuando tocan a mi mujer.

Ella levantó la vista. Robert estaba de pie junto al hombre. ¿De donde había salido tan rápido? Y tenía una pistola apuntado a la sien. No llevaba camisa, ni siquiera zapatos, y tenía otra arma metida en la pretina de sus pantalones. Miró al borracho, sonrió humorísticamente, y dijo: -Ella me pone un poco irracional.

– Robert-, dijo Victoria con voz temblorosa, por una vez desesperadamente alegre de verle.

Él torció la cabeza hacia un lado, indicándole que se dirigiera hacia la puerta de la posada. Por primera vez ella obedeció prontamente

– Yo voy a empezar a contar-, dijo Robert con una voz mortal. -Si alguno de ustedes dos no están fuera de mi vista en el momento que llegue a diez… voy a disparar. Y no voy a apuntar a sus pies.

Los villanos empezaron a correr antes de que Robert incluso llegara a dos.

Él contó hasta diez, de todos modos. Victoria lo miraba desde la puerta, tentada de correr de regreso a su habitación y parapetarse en el interior mientras él enumeraba los números. Pero se encontró clavada en el suelo, incapaz de apartar los ojos de Robert.