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Cuando hubo terminado él se dio media vuelta. -Te sugiero que no incites mi temperamento más lejos esta noche-, masculló.

Ella asintió con la cabeza. -No, sólo voy a ir a dormir. Podemos discutir esto en la mañana, si lo deseas.

No dijo nada, sólo dejó escapar un gruñido mientras subían las escaleras de atrás hasta sus aposentos. Victoria no se sentía particularmente alentada por esta reacción.

Llegaron a la puerta, que había sido claramente abierta a toda prisa. Robert prácticamente la arrastró por la puerta y cerró la puerta. Él la soltó para girar la llave en la cerradura, y Victoria aprovechó esa oportunidad para correr a la puerta de conexión. -Voy a ir a la cama-dijo ella rápidamente.

– No tan rápido. – La mano de Robert se cerró alrededor del antebrazo de ella y la jaló nuevamente hacia dentro -¿De verdad crees que voy a permitirte pasar el resto de la noche ahí dentro?

Ella parpadeó. -Bueno, sí. Creía que preferías…

Él sonrió, pero era una especie peligrosa de sonrisa. -Incorrecto.

Ella pensó en sus rodillas cederían -¿Incorrecto?

Antes de que ella supiera lo que pasaba, él la alzó en sus brazos y dejó caer sobre la cama. -Tu, mi tortuosa amiga, pasará la noche aquí. En mi cama.

Capítulo 15

– Estás loco-, dijo Victoria, saltando de la cama con una velocidad impresionante.

Él avanzó hacia ella con pasos lentos y amenazadores. -Si no lo estoy, estoy bastante cerca ahora.

Eso no la tranquilizaba. Ella dio unos pasos atrás, dándose cuenta, con un estómago revuelto, que estaba en la pared. Ningún escape parecía probable.

– ¿Te he dicho lo mucho que me gustó oír que te referías a mí como tu marido?-, preguntó en voz engañosamente perezosa.

Victoria conocía aquel tono. Eso significaba que estaba furioso y lo mantenía todo en su interior. Si su mente hubiera estado un poco más calma y clara probablemente hubiera mantenido la boca cerrada y no hubiera hecho nada para provocar su mal genio. Pero le preocupaba demasiado su propio bienestar y su virtud, así que contestó, -Es la última vez que lo escucharás.

– Es una lástima.

– Robert-dijo en lo que ella esperaba que fuera un tono gentil. – Tiene todo el derecho de estar enojado…

Él comenzó a reírse.

¡Se estaba riendo! A Victoria no le hizo ninguna gracia.

– La palabra enojado no puede describirlo.-, Dijo. -Permítame que le cuente una historia.

– No seas gracioso.

Hizo caso omiso de ella. -Estaba durmiendo en mi cama, disfrutando de un sueño particularmente vívido… Tú estabas en el. – las mejillas de Victoria flamearon. Él sonrió socarronamente. -Creo que tenía una mano en tu pelo, y tus labios estaban… Hmmm, ¿cómo lo describirlo?

– ¡Robert, es suficiente!- Victoria comenzó a temblar. Robert no era del tipo de avergonzar a una dama hablando con ella en estos términos. Debía estar mucho, pero mucho más enojado de lo que ella había imaginado.

– ¿Dónde estaba yo?- Reflexionó. -Ah, sí. Mi sueño. Imagínate, si puedes, mi angustia cuando me desperté de este sueño delicioso por unos gritos-. Se inclinó hacia delante con los ojos estrechos de furia. -Tus gritos.

A Victoria no se le ocurría nada que decir. Bueno, eso no era del todo cierto. Pensó en varios cientos de cosas que decir, pero la mitad de ellas no eran adecuadas, y la mitad eran francamente peligrosas para su bienestar en ese momento.

– ¿Sabías que nunca antes me había puesto los pantalones con tanta rapidez?

– Estoy segura de que constituye un talento útil-, improvisó.

– Y tengo astillas en los pies-, agregó. -Estos pisos no son adecuados para que uno los recorra descalzo.

Ella intentó sonreír, pero descubrió que sus bravuconadas brillaban por su ausencia. -Yo estaría feliz de curar tus lesiones.

Las manos masculinas cayeron sobre sus hombros en un movimiento deslumbrantemente rápido. -Yo no estaba caminando, Victoria. Yo estaba corriendo. Corrí como si fuera a salvar mi propia vida. Pero no lo era. -Se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes con furia. -Estaba desesperado por salvar la tuya.

Su garganta convulsionó tragando nerviosa. ¿Qué quería que le dijera? Finalmente, ella abrió la boca y se desmoronó, -¿Gracias?- Fue más una pregunta que una declaración.

Él la soltó bruscamente y se alejó, claramente disgustado por su reacción. -Oh, por el amor de Dios-, farfulló.

Victoria luchó contra la sensación de ahogo que subía por la parte posterior de su garganta. ¿Cómo había descendido hasta este punto? Ella estaba peligrosamente cerca de las lágrimas, pero se negó a llorar delante de ese hombre. Le había roto el corazón en dos ocasiones, dándole la lata durante una semana, y ahora la había raptado. Seguramente se le permitía una pequeña medida de orgullo. -Quiero volver a mi propia cama-, dijo ella, su voz pequeña.

No se molestó en dar la vuelta cuando él respondió: -Ya te dije que no te permitirá volver a ese infierno en Londres.

– Me refiero en la habitación de al lado.

Hubo un largo silencio. -Te quiero aquí-, dijo él finalmente.

– ¿Aquí?- Ella chilló.

– Creo que ya he dicho lo mismo dos veces.

Ella decidió probar otra táctica y apelar a su profundo sentido del honor. -Robert, sé que no eres el tipo de hombre que toma a una mujer en contra de su voluntad.

– No es eso-, dijo con una mueca de antipática. -No confío en que te quedes ahí.

Victoria se tragó la réplica punzante que se formó en sus labios. -Te prometo que no intentaré escapar de nuevo esta noche. Yo te doy mi más solemne promesa.

– Perdóneme si no me siento inclinado a tomar en serio tu palabra.

Eso picaba, y Victoria recordó el momento en que él había resoplado con desdén que él nunca había roto una promesa.

Era notable lo desagradable que era recibir una muestra de su propia medicina. Ella hizo una mueca. -Yo no prometí no intentar escapar antes. Lo estoy haciendo ahora.

Se volvió y miró con ojos incrédulos. -Usted, señora, debería haber sido un político.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Simplemente, que posees una capacidad impresionante para usar las palabras para bailar alrededor de la verdad.

Victoria se rió, no pudo evitarlo. -Y ¿qué es exactamente la verdad?

Dio un paso adelante a propósito. -Tú me necesitas.

– Oh, por favor.

– Realmente, me necesitas en todos los sentidos que una mujer necesita a un hombre.

– No digas nada más, Robert. No me gustaría ser conducida a la violencia.

Él se rió de su sarcasmo. -El amor, el compañerismo, afecto. Tú necesitas todo eso. ¿Por qué crees que eras tan miserable como institutriz? Estabas sola.

– Podría tener un perro. Un Spaniel sería una compañía más inteligente que tú.

Él se rió de nuevo. -Mira lo rápido que se me reclamaste como marido esta noche. Tú pudiste haber inventado un nombre, pero no, me elegiste a mí.

– Te estaba usando-, ella espetó. -Use tu nombre para protegerme. ¡Eso es todo!

– Ah, pero incluso eso no era suficiente, ¿no es cierto, mi dulce?

Victoria no le gustó la forma en que dijo “mi dulce”.

– Tu necesitabas al hombre, también. Esos hombres no te creían hasta que llegué a la escena.

– De lo que te estaré agradecida por siempre-, soltó de una manera que no sonaba especialmente amable. -Tú tiene un instinto especial para rescatarme de situaciones desagradables.- Él hizo una mueca. -Ah, sí, soy siempre útil.