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Se sentó en la cama durante varios minutos hasta que sus ojos se posaron sobre el paquete que había arrojado a un lado de manera inconsciente varias horas antes.

Parecía que toda una vida había pasado desde entonces. ¿Cual, se preguntó con una risa temblorosa, sería la idea de Robert de un camisón de dormir apropiado?

Desató las cintas de alrededor de la caja y levantó la tapa. Incluso en la tenue luz de su vela, pudo ver que la ropa interior era de la más fina seda. Con los dedos Victoria levantó cuidadosamente la prenda de la caja.

Era de color azul oscuro, una sombra parpadeante entre real y medianoche. Victoria no creía que fuera un accidente que la seda sea del color exacto de sus ojos.

Con un suspiro se sentó en la cama. Su mente pintó a Robert examinando un centenar de camisones, hasta encontrar el que él consideraba perfecto. Él hacía todo con mucho cuidado y precisión.

Ella se preguntó si él haría el amor con la misma callada intensidad.

– ¡Basta!-, Se ordenó en voz alta, como si eso sostuvieran las riendas de sus pensamientos díscolos. Ella se puso de pie y cruzó la habitación hacia la ventana. La luna estaba alta, y las estrellas brillaban de una manera que sólo podía ser llamado amistoso. De pronto, más que nada, Victoria necesitaba a una mujer a su lado con quien hablar. Sus amigas de la tienda, su hermana, incluso la tía Robert Lady Brightbill o su prima Harriet.

Sobre todo, necesitaba a su madre, que había muerto muchos años antes. Se quedó mirando a los cielos y le dijo: -Mamá, ¿me estás escuchando?- Luego se reprendió por la tonta esperanza de que una estrella parpadeara en la noche. Sin embargo, había algo tranquilizador en hablar con el cielo oscurecido.

– ¿Qué debo hacer?- Dijo en voz alta. -Creo que podría amarlo. Pienso que realmente no dejé de amarlo. Pero lo odio, también.

Una estrella destelló con simpatía.

– A veces pienso que sería tan hermoso tener a alguien que cuide de mí. Para sentirme protegida y amada. Estuve tanto tiempo sintiéndome desprotegida. Sin siquiera un amigo. Pero también quiero ser capaz de tomar mis propias decisiones, y Robert me está quitando eso de mí. No creo que lo haga apropósito. Simplemente no puede evitarlo. Y entonces me siento tan débil e impotente. Todo el tiempo que fui una institutriz estaba a merced de los demás. Dios, cómo odiaba eso.

Hizo una pausa para limpiarse una lágrima de la mejilla. -Y entonces me pregunto, ¿todas estas preguntas significan nada, o solo estoy asustada? Tal vez no soy más que una cobarde, con demasiado miedo a aferrarme a una oportunidad.

El viento le susurraba en su rostro, y Victoria respiró profundamente el aire limpio y fresco. – Si le permito amarme, ¿va a romper mi corazón otra vez?

El cielo nocturno no respondió.

– Si me permito amarlo, ¿podré ser yo misma?

Esta vez una estrella centelleó, pero Victoria no estaba segura de cómo interpretar ese gesto. Se puso de pie ante la ventana durante varios minutos más, simplemente contenta de que la brisa acariciara su piel. Por último el agotamiento la reclamó, y completamente vestida se metió en la cama, sin darse cuenta de que estaba aún sostenía en entre sus dedos el camisón azul que Robert le había dado.

* * *

A diez metros de distancia Robert se instaló en su propia ventana, contemplando en silencio lo que había oído. El viento había traído las palabras de Victoria hasta él, y, por mucho que fuera en contra de su naturaleza científica, no podía evitar creer que algún espíritu benevolente había empujado el viento.

Su propia madre. O a lo mejor la madre de Victoria. O tal vez ambas trabajando juntos desde el cielo para darles a sus hijos otra oportunidad de felicidad.

Había estado tan cerca de perder las esperanzas, pero entonces le habían dado un regalo más precioso que el oro, un breve vistazo a el corazón de Victoria.

Robert alzó los ojos al cielo y dio las gracias a la luna.

Capítulo 16

La mañana siguiente fue casi surrealista. Victoria no se despertó sintiéndose particularmente fresca. Todavía se sentía agotada, tanto emocional como físicamente, y ella seguía muy confundida respecto de sus sentimientos por Robert.

Después de lavarse la cara y alisar su ropa, ella llamó suavemente a la puerta. No hubo respuesta. Decidió entrar de todos modos, pero lo hizo con cierto grado de aprensión. Recordaba el acceso de cólera de la noche anterior.

Mordisqueando su labio inferior, ella abrió la puerta, sólo para encontrar a MacDougal, dormitando cómodamente en la cama de Robert.

– ¡Dios mío!- Se las arregló para pronunciar después de gritar de sorpresa. -¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y dónde está Macclesfield?

MacDougal le sonrió de forma amistosa y se puso de pie. -Fue a ver a los caballos.

– ¿No es ese su trabajo?

El escocés asintió con la cabeza. -Su señoría es bastante particular, respecto a sus caballos.

– Lo sé.- Victoria dijo, su mente viajó nuevamente siete años atrás para ver a Robert intentado, sin éxito, enseñándole a montar.

– A veces le gusta inspeccionar él mismo a los animales. Por lo general, cuando él está pensando en algo.

Probablemente la forma más eficaz a mi azotarme, fue el pensamiento de Victoria. Hubo un compás de silencio y luego dijo: -¿Hay alguna razón particular por la que se encuentre en esta habitación?

– Él quería que yo lo acompañe a desayunar.

– Ah, sí-dijo ella con un ligero tinte de amargura. -Mantener el prisionero vigilado en todo momento.

– De hecho él mencionó algo acerca de que fue abordada ayer a la noche. Que usted no se sintiera incómoda, una mujer sola y todo eso…

Victoria esgrimió una tensa sonrisa, humillada debidamente. -¿Podemos salir, entonces? Estoy hambrienta.

– ¿Tiene algo que le gustaría llevar con usted, mi lady?

Victoria estuvo a punto de corregirlo y decirle que ella no era lady de nadie, pero ya no tenía la energía. Robert había probablemente ya dicho a su criado que estaban prácticamente casados de todos modos. -No-respondió ella-.Su señoría no me dio tiempo para empacar, si usted recuerda.

MacDougal asintió con la cabeza. -Mu’ bien, entonces.

Victoria dio un par de pasos hacia la puerta, pero luego recordó el camisón azul recostado en la cama en la habitación de al lado. Tendría que dejarlo, pensó maliciosamente. Ella debería haberlo roto en pedazos la noche anterior. Pero ese hermoso trozo de seda le dio una rara especie de consuelo, y no quería abandonarlo.

Y, ella especuló, si lo hacía, Robert probablemente volvería para recuperarlo antes de marcharse.

– Un momento, MacDougal -dijo, corriendo a la habitación contigua. Ella agarró el camisón y se lo puso bajo el brazo.

Ella y MacDougal bajaron las escaleras. El escocés la condujo hacia un comedor privado, donde dijo que Robert se reuniría con ella para desayunar más tarde. Victoria estaba terriblemente hambrienta, y se puso la mano sobre su estómago en un vano intento de ocultar su gruñido. Los buenos modales dictaban que debía esperar a Robert, pero dudaba de que ningún libro de etiqueta contemplara las particularidades de su situación poco común.

Victoria esperó un minuto más o menos, y luego, cuando su estómago protestó por tercera vez, ella decidió no preocuparse por los buenos modales, y agarró el plato de pan tostado. Después de unos minutos, dos huevos, y una rebanada de pastel sabroso de riñón, oyó la puerta que se abría y la voz de Robert. -¿Disfrutando de la comida?