– ¡Él nunca se casará contigo!- El vicario usaba su mejor voz de sermón. Un tono que nunca dejaba de intimidar a sus hijas.
– Papá, me ama-, protestaba Victoria.
– No importa si lo hace o no. Él no se casará contigo. Él es un conde y algún día será un marqués. No se casará con la hija de un vicario.
Victoria respiró hondo, tratando de no perder los estribos. -Él no es así, padre.
– Él es como cualquier hombre. Él va a utilizarte y luego te desechará.
Victoria se sonrojó en un lenguaje sincero de su padre. -Papá, yo…
El vicario saltaron encima de sus palabras, diciendo: -No estamos viviendo en una de sus novelas tontas. Abre tus ojos, niña.
– No soy tan ingenua como parece.
– ¡Tienen diecisiete años de edad!-, Gritó. -No podrías ser más que ingenua.
Victoria resopló y puso los ojos en blanco, consciente de que su padre odiaba tales gestos poco femeninos. -Yo no sé por qué me molesto en hablar de esto contigo.
– ¡Es porque soy tu padre! Y por Dios, me obedecerás -. El párroco se inclinó hacia delante. -He visto el mundo, Victoria. Yo sé qué es qué. Las intenciones del conde no pueden ser honradas, y si le permites que te corteje aún más, te encontrarás siendo una mujer caída. ¿Me entiendes?
– Mamá lo habría entendido-, murmuró Victoria.
La cara de su padre se puso rojo. -¿Qué has dicho?
Victoria se ingiere antes de repetir sus palabras. -Deje que mamá lo habría comprendido.
– Tu madre era una mujer temerosa de Dios que conocía su lugar. Ella no me hubiera cruzado ningún límite.
Victoria pensó en cómo su madre solía contar chistes tontos a ella y Ellie cuando el párroco no estaba prestando atención.
La señora Lyndon no había sido tan seria y grave como su marido había pensado. No, Victoria decidió, su madre la habría entendido.
Miró a la barbilla de su padre por un buen rato antes de que finalmente levantar los ojos y preguntar: -¿Usted me prohíbe verlo?
Victoria pensó la mandíbula de su padre se partiría en dos, tan tensa fue su expresión facial.-Sabes que no puedo prohibírtelo-, respondió. -Una palabra de disgusto a su padre, y me lanzará de aquí sin una referencia. Debe romper con él.
– No lo haré,- dijo Victoria desafiante.
– Tienes que romper.- El vicario no dio muestras de haberla oído. -Y hay que hacerlo con tacto supremo y con gracia.
Victoria lo miró meticulosamente. -He quedado en encontrarme con Robert en dos horas. Voy a ir a caminar con él.
– Dile que no puedes verlo otra vez. Hazlo esta misma tarde, o por Dios te arrepentirás.
Victoria sintió que se debilitaba. Su padre no la había golpeado durante años, no se desde que era una niña, pero él parecía furioso como para perder los estribos por completo. Ella no dijo nada.
– Bien-dijo su padre satisfecho, confundiendo su silencio con aceptación. -Y asegúrate de llevar a Eleanor contigo. No debes salir de esta casa sin la compañía de tu hermana.
– Sí, papá.- En esa medida, al menos, Victoria obedecería. Pero sólo eso.
Dos horas más tarde, Robert llegó a la casa de campo. Ellie se abrió la puerta tan rápidamente que ni siquiera logró bajar a la aldaba para un segundo golpe.
– Hola, mi lord-dijo ella, su sonrisa un poco descarada. Y no era sorpresa ya que Robert había estado pagándole una libra para que en cada salida se las arreglara para desaparecer. Ellie siempre había creído sinceramente en el soborno, un hecho que Robert fue indudablemente agradecido.
– Buenas tardes, Ellie -, respondió. -Confío en su día ha sido agradable.
– Oh, mucho, mi lord. Espero que se vuelva aún más agradable dentro de poco.
– Pequeña impertinente-murmuró Robert. Pero no lo dijo en serio. Más bien le gustaba la hermana menor de Victoria. Compartían un cierto pragmatismo y una inclinación para la planificación para el futuro. Si hubiera estado en su posición, habría estado exigiendo dos libras por salida.
– Oh, estás aquí, Robert.- Victoria llegó bulliciosa en la sala. -No me di cuenta que habías llegado.
Sonrió. -Eleanor abrió la puerta con presteza notable.
– Sí, supongo que lo hizo. -Victoria disparó a su hermana una mirada un poco sarcástico. -Ella siempre es muy rápida cuando tú estás llamando.
Ellie levantó la barbilla y se dejó una media sonrisa. -Me gusta cuidar de mis inversiones.
Robert se echó a reír. Extendió el brazo para Victoria. -¿Vamos a estar fuera?
– Sólo necesito conseguir un libro-, dijo Ellie. -Tengo la sensación de que voy a tener una gran cantidad de tiempo para leer esta tarde.- Ella se lanzó por el pasillo y desapareció en su habitación.
Robert miró a Victoria como ella se ataba el sombrero. -Te quiero-, Dijo.
Sus dedos se trabaron en las cintas del sombrero.
– ¿Debo decirlo más fuerte?-Susurró, una sonrisa maliciosa cruzó la cara.
Victoria sacudió la cabeza con vehemencia, con los ojos como dardos hacia la puerta cerrada del estudio de su padre. Él había dicho que Robert no la amaba, dijo que no podía amarla. Pero su padre estaba equivocado. De eso estaba segura Victoria. Bastaba con mirar los centellantes ojos azules de Robert a conocer la verdad.
– ¡Romeo y Julieta!
Victoria parpadeó y miró hacia el sonido de la voz de su hermana, pensando por un momento que Ellie se había referido a ella y a Robert como los amantes de la infortunada novela. Entonces vio el delgado volumen de Shakespeare en la mano de su hermana. -Una lectura bastante deprimente para una tarde de sol-, dijo Victoria.
– Oh, no estoy de acuerdo-, respondió Ellie. -Me parece de lo más romántico. Excepto por el pequeño detalle que todo el mundo muere al final, por supuesto.
– Sí-murmuró Robert. -Puedo ver por que no lo encuentras un poquito romántico.
Victoria sonrió y le empujó al costado. El trío caminó hacia afuera, cruzando el campo de Oden entrando en el bosque.
Después de unos diez minutos Ellie suspiró y dijo: -Supongo que aquí es donde yo me escabullo-. Extendió una manta en el suelo y miró a Robert con una sonrisa de complicidad.
Él le lanzó una moneda al aire y dijo, -Eleanor, tienes el alma de un banquero.
– Sí, es así realmente, ¿no? -Murmuró. Luego se sentó y fingió no darse cuenta que Robert tomaba la mano de Victoria precipitándose fuera de su vista.
Diez minutos más tarde llegaron a la orilla cubierta de hierba de la laguna donde se habían conocido. Victoria apenas tuvo tiempo para extender una manta antes de que Robert la hiciera sentar en el suelo.
– Te amo-, dijo, besando la comisura de sus labios. -Te amo-, repitió besando a la otra esquina. -Te amo-, dijo, tirando de su sombrero. -Te am…
– ¡Lo sé, lo sé! -Victoria finalmente se echó a reír, tratando de que dejara de tirar de algunas de sus horquillas.
Se encogió de hombros. -Bueno, es así.
Pero las palabras de su padre aún resonaban en su cabeza. Él te va a usar.
– ¿De verdad?-Le preguntó, mirando fijamente a los ojos. -¿De verdad me quieres?
Él la agarró por la barbilla con una fuerza inusitada. -¿Cómo puedes preguntarme eso?
– No lo sé-susurró Victoria, llegando a tocar su mano, que de inmediato suavizó su agarre. -Lo siento, realmente lo siento. Sé que me quieres. Y te amo.
– Demuéstramelo-, dijo, con voz apenas audible.
Victoria se lamió los labios nerviosamente, luego movió su rostro hasta estar a centímetros de la cara de él.
En el momento en que sus labios lo tocaron, Robert estalló en llamas. Hundió sus manos en su pelo, atrayéndola contra él. -Torie Dios. – con voz áspera agregó. -Me encanta la sensación del olor tuyo…