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Corrió a la orilla del agua. -Robert-gritó ella. Pasó un minuto, y luego por fin pudo ver que el objeto en el agua era de hecho un hombre. -Oh, gracias a Dios, Robert-susurró ella, corriendo por el agua. Todavía estaba demasiado lejos para que ella sea de alguna utilidad, pero no pudo evitar correr hacia él. Además, le pareció una tontería preocuparse por los tobillos húmedos, cuando la lluvia había empapado ya su ropa.

Ella se metió más adentro hasta que las olas le pegaban a sus rodillas. La corriente era fuerte, tiraba de ella hacia el horizonte, y ella temblaba de miedo. Robert luchaba contra esa corriente. Podía verlo más cerca ahora, sus golpes seguían siendo fuertes, pero fueron creciendo de manera desigual. Él se estaba cansando.

Ella gritó su nombre una vez más, y el tiempo se detuvo y miró hacia arriba, mientras iba pisando el agua. La boca de él se movió, y en su corazón Victoria supo que había dicho su nombre.

Él agachó su cabeza y nadó hacia adelante. Podría haber sido la imaginación de Victoria, pero parecía como si estuviera moviéndose un poco más rápido ahora. Ella apretó sus brazos y tomó otro paso adelante. Sólo diez metros más o menos los separaban ahora.

– ¡Ya casi has llegado!- Ella lo animó. -¡Puedes hacerlo, Robert!

Tenía agua en la cintura y de repente una ola gigante pasó encima de ella. Ella cayó en un rodando, y por un momento no tenía idea de qué camino había terminado. Y entonces, milagrosamente, sus pies tocaron el suelo, y su rostro encontró el aire. Ella parpadeó, se dio cuenta de que ella se enfrenta ahora a la costa, y se volvió justo a tiempo para ver a Robert. Tenía el pecho desnudo y sus pantalones estaban pegados a sus muslos.

Prácticamente cayó sobre ella. -Dios mío, Victoria-, alcanzó a murmurar. -Cuando te vi caer…- Ciertamente incapaz de terminar la frase, se dobló por la cintura, respirando jadeante.

Victoria lo tomó del brazo y comenzó a tirar. -Tenemos que llegar a la orilla-, suplicó.

– ¿Estas ¿estás bien?

Ella quedó asombrada mirándolo a través de la lluvia. -Me estás preguntando eso a mí? ¡Robert, estabas a más de una milla de la costa! No te podía ver. Yo estaba aterrorizada. Yo…-Se detuvo. -¿Por qué estoy discutiendo eso ahora?

Tropezaron en la orilla. Victoria estaba fría y débil, pero sabía que él debía estar más débil, por lo que se obligó forzar sus piernas. Él se aferró a ella, y ella podía sentir sus piernas debajo de él tambaleándose.

– Victoria-, alcanzó a murmurar.

– No digas nada-. Se concentró en la orilla, y cuando ella llegó se concentró en el camino.

Él, sin embargo, la obligó a detenerse. Le tomó la cara entre las manos, haciendo caso omiso de la lluvia y el viento, y miró a los ojos. -¿Estás bien?-, Repitió.

Victoria lo miró fijamente, sin poder creer que se detenía en medio de la tormenta para preguntarle eso. Le cubrió una de sus manos con la suya y dijo: -Robert, estoy bien. Tengo frío, pero estoy bien. Tenemos que ir adentro.

¿Cómo pudieron subir por el camino empinado? Victoria nunca lo sabría. El viento y la lluvia había aflojado la tierra, y más de una vez uno de ellos tropezó y cayó, sólo para ser arrastrado por el otro. Por último, con las manos y piernas raspadas, Victoria se detuvo al borde de la colina y cayó sobre la hierba verde de césped de la casa. Un segundo después, Robert se unió a ella.

La lluvia caía torrencial en ese momento, y el viento aullaba como un centenar de furias. Ambos, se tambalearon hasta la puerta de la cabaña. Robert agarró el picaporte y abrió la puerta de un golpe, y empujó a Victoria al calor del interior.

Una vez que estuvieron dentro, ambos quedaron inmóviles, paralizados de alivio.

Robert fue el primero en recuperarse, y le extendió la mano y agarró a Victoria, aplastándola contra él. Sus brazos temblaban descontroladamente, pero todas tenían su firma. -Pensé que te había perdido-le susurró, apretando los labios contra las sienes de ella. -Pensé que te había perdido.

– No seas tonto, yo…

– Pensé que te había perdido-, repitió, continuó abrazándola fuerte. -Primero pensé que me iba que no podía lograrlo, y yo no quería… Dios, yo no quería morir, no cuando estábamos tan cerca – Sus manos se trasladaron a la cara de ella, sosteniéndola inmóvil mientras se aprendía de memoria todos sus rasgos, cada peca, y cada pestaña. -Entonces, cuando te hundiste…

– Robert, fue sólo por un momento.

– Yo no sabía si podías nadar. Nunca me dijiste si sabías nadar.

– Puedo nadar. No tan bien como tu, pero puedo… No importa. Estoy bien. -Ella agarró las manos pegadas a sus mejillas y trató de tirar de él hacia la escalera. -Tenemos que meterte en la cama. Vas a engriparte si no te secas.

– Tú también-murmuró, dejando que ella lo guiara.

– No estuve sumergida en el Estrecho de Dover, sólo Dios sabe por cuánto tiempo. Una vez que te cuide, te prometo que me iré a poner ropa seca. -Ella prácticamente lo empujó por las escaleras. Tropezó varias veces, él nunca parecía levantar la pierna lo suficientemente alta

para llegar al siguiente escalón. Al llegar al segundo piso, ella le dio un codazo hacia adelante.

– Supongo que ésta es tu habitación-dijo ella, llevándolo dentro.

Él asintió brevemente.

– Quítate la ropa -, ordenó.

Robert tuvo fuerza suficiente para reír. -Si supieras cuántas veces he soñado contigo diciendo eso… -Él miró hacia abajo a sus manos, que temblaban violentamente por el frío. Tenía las uñas moradas casi azules.

– No seas tonto-, dijo Victoria con severidad, corrió por la habitación para encender las velas. No era tan tarde, pero la tormenta se había llevado gran parte de la luz del sol. Ella se giró y vio que el no había logrado avanzar mucho en su ropa.

– ¿Qué te pasa?- Ella lo reprendió. -Ya te dije que te desnudaras.

Él se encogió de hombros con impotencia. -No puedo. Mis dedos…

Los ojos de Victoria cayeron sobre sus manos, que eran torpes en los cierres de los pantalones. Sus dedos temblaban violentamente, y él no parecía poder hacer que se cerraran en torno a los botones. Con paso ligero que le recordaba a la determinación de sus días no tan lejanos como institutriz, se acercó y le desabrochó el pantalón, tratando de no mirar cuando tiró de ellos hacia abajo.

– Suelo ser un poco más impresionante -, bromeó Robert.

Victoria no podía mantener los ojos en sí misma después de ese comentario. -¡Oh!-, Dijo, sorprendida. -Eso no es lo que esperaba en absoluto.

– Ciertamente, no es como me gusta verme-, murmuró.

Ella se sonrojó y se alejó. -Dentro de la cama contigo-dijo, tratando de que su voz sonara normal, pero no con mucho éxito.

Él trató de explicar mientras ella acomodaba la cama. -Cuando un hombre tiene frío, él…

– Eso es más que suficiente, gracias. Más de lo que necesito saber, estoy segura.

Él sonrió, pero el castañeteo de sus dientes empañó el efecto. -Sientes vergüenza…

– Te has dado cuenta,- ella dijo, cruzando hacia el armario. -¿Tienes alguna mantas extra?

– Hay uno en tu habitación.

– Me la llevé conmigo al bajar a la playa. Debo haberla perdido en el agua. -Cerró la puerta del armario y se volvió.

– ¿Qué estás haciendo?- Estuvo a punto de chillar. Él estaba sentado en la cama, sin intentar siquiera taparse, con los brazos cruzados. Abrazándose a si mismo.

Él se la quedó mirando, sin parpadear. -No creo que haya tenido tanto frío en mi vida.

Ella lo tapó hasta la barbilla. -Bueno, no vas a conseguir calentarte si no utilizas estas mantas.

Él asintió con la cabeza, todavía temblando incontrolablemente. -Tienes las manos heladas.

– No están ni remotamente tan mal como las tuyas.