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Nada.

– He dicho que puedes cerrar la puerta ahora-volvió a repetir, su voz un poco más severa.

Se escuchó un suspiro, y luego la puerta cerrarse. -Voy a esperar en la cocina-, él dijo, con voz débil.

Victoria le habría respondido, si su boca no hubiera estado ocupada masticando.

* * *

Robert se sentó en un taburete y dejó caer, abatido, su cabeza sobre la mesa de madera en la cocina.

Primero había estado con demasiado frío, después con demasiado hambre. Pero ahora, bueno, para ser sinceros, ahora su cuerpo estaba en perfecto estado de funcionamiento, e imaginar a Victoria desnuda en una tina, y había sido…

Él se quejó. No se sentía cómodo.

Se forzó a ocuparse de la cocina, ordenar la comida que había traído a la casa. Él no estaba acostumbrado a la tarea, pero rara vez traía muchos siervientes con él a la casa de Ramsgate, por lo que estaba un poco más como en casa de lo que él estaba en Castleford o en Londres. Además, no había mucho para desempaquetar, había hecho los arreglos para el dueño de las tienda trajera mas tarde la mayoría de sus compras. Había traído con él lo indispensable para consumir inmediatamente.

Robert acabó sus tareas al colocar dos hogazas en la caja de pan, y puso una de sus rodillas sobre la banqueta, haciendo un gran esfuerzo para no imaginar lo que Victoria estaba haciendo en ese momento.

No tuvo éxito, y empezó a sentirse tan caliente que se sintió la necesidad de abrir una ventana.

– Mantén tu mente lejos de ella-, murmuró. -No hay necesidad de pensar en Victoria. Hay millones de personas en este planeta, y ella es sólo una de ellas. Y hay un gran número de planetas, también. Mercurio, Venus, Tierra, Marte…

Robert se quedó sin planetas en el corto plazo y, desesperado por mantener su mente en otra cosa que no fuera Victoria, comenzó a enunciar el sistema taxonómico de Linneo. -Reino, filo, clase… – Hizo una pausa. ¿Era un paso lo que había oído? No, debía haberlo imaginado. Suspiró, y luego reanudó. -… clase, orden, familia y, a continuación… y entonces… Maldita sea, ¿qué venía después? Empezó a golpear la mesa con el puño en un intento de forzar a su memoria. -Maldita sea, maldita sea, maldita sea-dijo, golpeando con el dedo cada palabra. Él era muy consciente de que esa molesta actitud por su incapacidad para recordar un simple término científico, estaba llegando a niveles ilógicos. Pero Victoria estaba arriba en la bañera, y…-Género-gritó triunfal. -¡Género y especie!

– ¿Cómo has dicho?

Él giró violentamente su cabeza. Victoria estaba de pie en la puerta, con el cabello todavía húmedo. El vestido que le había comprado era demasiado largo y lo arrastraba por el suelo, pero aparte de eso le sentaba muy bien. Él se aclaró la garganta. -Te ves- Tuvo que aclararse la garganta de nuevo. -Te ves guapa.

– Muchas gracias-, dijo de forma automática. -Pero ¿sobre qué estabas gritando?

– Nada.

– Yo podría haber jurado que estaba diciendo algo sobre el género de los tres mares.

Él la miró fijamente, seguro de que sus partes bajas habían drenado toda la energía de su cerebro, porque realmente no tenía idea de lo que estaba hablando. -¿Qué significa eso?-, Se preguntó.

– No lo sé. ¿Por qué lo dices?

– Yo no lo dije. Yo dije, 'género y especie.'

– Oh.- Ella hizo una pausa. -Eso lo explica todo, supongo, si yo supiera lo que significa.

– Significa…-Miró para arriba. Ella tenía una expresión expectante y divertida un poco en la cara.-Es un término científico.

– Ya veo-dijo lentamente. -¿Y había alguna razón por lo que la estuvieras gritando desaforadamente?

– Sí-dijo, centrándose en la boca de ella. -Sí, una razón había.

– ¿Había una razón?

Él dio un paso hacia ella, y luego otro. -Sí. Verás, yo estaba tratando de mantener mi mente alejada de algo perturbador.

Ella nerviosamente mojó sus labios y se ruborizó. -Ah, ya entiendo.

Se más cerca. -Pero no funcionó.

– ¿Ni siquiera un poco?

Él sacudió la cabeza, tan cerca de ella ahora que su nariz casi rozó la de ella. -Todavía te deseo-. Se encogió de hombros como disculpándose. -No puedo evitarlo.

Ella no hacía más que mirarlo. Robert decidió que era mejor que un rechazo total y movió la mano sobre la espalda de ella. -Busqué una mirilla en la puerta-, dijo.

Ella no pareció sorprendida ni siquiera cuando susurró, -¿Encontraste una?

Él negó con la cabeza. -No. Pero tengo una imaginación muy buena. No…- él se inclinó hacia delante y rozó ligeramente los labios de ella- tan buena como la realidad, me temo, pero fue suficiente para llevarme a un incómodo, extremo y prolongado estado de malestar.

– ¿Malestar?- Coreó ella, sus ojos cada vez más abiertos y fuera de foco.

– Mmm-hmm.- Él la besó de nuevo, otro suave caricia destinada a estimular, no a invadir.

Otra vez ella no hizo ningún ademán de retirarse. La esperanza de Robert se disparó, al igual que su excitación. Pero mantuvo su deseo bajo control, seguro de que ella tenía que dejarse seducir por las palabras así como las acciones. Le tocó la mejilla cuando le susurró, -¿Puedo besarte?

Ella se quedó perpleja ante el pedido de él. -Lo acabas de hacer.

Él sonrió perezosamente. -Técnicamente supongo que esto-rozó ligeramente su boca -Califica como beso. Pero lo que quiero hacerte es tan diferente que parece un crimen contra la palabra llamarlos de la misma manera.

– ¿qu-qué quieres decir?

Su curiosidad lo emocionó. -Creo que lo sabes-, dijo sonriendo. -Pero para refrescar tu memoria…

Él inclinó su boca contra la de ella y la besó profundamente, mordisqueando sus labios y luego la exploró con su lengua -Esto está más en la línea de lo que pensaba.

Él podía sentir como ella era arrastrada por la ola de su pasión. Su pulso corría y su aliento se aceleraba. Debajo de la mano, podía sentir su piel quemando a través de la fina tela de su vestido. La cabeza de ella cayó hacia atrás mientras él le besaba el cuello, dejando una línea de fuego caliente a lo largo de su garganta.

Ella se estaba derritiendo. Podía sentirlo. Sus manos se movieron hacia abajo a la curva de su trasero, apretándola contra él.

No se podía negar su excitación, y cuando ella no se alejó de inmediato, lo tomó como un signo de asentimiento.

– Vamos arriba-, le susurró al oído. -Ven y déjame amarte ahora.

Ella no se congeló en sus brazos, pero se mantuvo demasiado quieta.

– ¿Victoria?- El susurro sonó severo.

– No me pidas que haga esto-, dijo, ella volviéndose para mirarlo a la cara.

Él maldijo en voz baja. -¿Hasta cuándo me vas a hacer esperar?

Ella no dijo nada.

Sus dedos apretaron más. -¿Hasta cuándo?

– Tu no estás siendo justo conmigo. Tú sabes que no puedo simplemente… Esto no es correcto.

Él la soltó tan bruscamente que ella se tropezó. -Nada ha sido nunca más correcto, Victoria. Tu simplemente no quieres verlo.

Él la miró por un momento, con hambre, por última vez, sintiéndose demasiado enojado y rechazado para prestar atención a la expresión angustiada de ella.

Luego se volvió sobre sus talones y abandonó la habitación.

Capítulo 19

Victoria había cerrado los ojos contra la amargura de él, pero no pudo cerrar sus oídos. Sus pasos se alejaron, enojados, por la casa, terminando con el golpe fuerte de la puerta de su dormitorio. Ella se apoyó contra la pared de la cocina. ¿Por qué estaba tan asustada? Ya no podía negar que se preocupaba por Robert. Nada tenía el poder para levantar su corazón como una de sus sonrisas. Pero dejarle que le hiciera el amor era algo demasiado permanente. Tendría que renunciar a ese pequeño pedazo de ira que había tirado interiormente de ella durante muchos años. En algún momento, la ira se había convertido en una parte de quién era, y no había nada más aterrorizante que perder el sentido de sí misma. Ese sentido que había sido el palo al que ella se había aferrado cuando era institutriz. Soy Victoria Lyndon, ella se decía a sí misma después de un día particularmente difícil. Nadie puede quitarme eso.