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Victoria cubrió su rostro con las manos y exhaló. Tenía los ojos aún cerrados, pero lo único que podía ver era cálida expresión de Robert. Ella podía oír su voz en su mente, y él decía, una y otra vez, -Te amo-. Y entonces ella aspiró. Sus manos olían a él, a sándalo y a cuero. Era abrumador.

– Tengo que salir de aquí-murmuró, luego cruzó la habitación hasta la puerta que daba al jardín trasero de la casa. Una vez fuera, tomó una profunda bocanada de aire fresco. Se arrodilló en la hierba y tocó las flores. -Mamá-susurró-. ¿Me estás escuchando?

Un rayo surcó el cielo aún no estrellado, pero un sexto sentido le dijo que se volviera, y fue entonces cuando vio a Robert en la ventana de su habitación. Estaba sentado en su ventana, de espaldas a ella. Por su postura ella supo que estaba desolado y sombrío.

Le estaba haciendo daño.

Ella se aferraba a su enojo, porque era lo único en que podía confiar, pero lo único que hacía era lastimar a la única persona que…

La flor en su mano se quebró en dos. ¿Acaso había estado a punto de decir amado?

Victoria se puso de pie como si la levantara alguna fuerza invisible. Había algo más en su corazón ahora. Ella no estaba segura de que fuera amor, pero era algo dulce y bueno, y había empujado a un lado la ira. Se sintió más libre de lo que había estado en años.

Miró de nuevo a la ventana, la cabeza de Robert estaba escondida en sus manos. Eso no estaba bien. Ella no podía seguir dañándolo de esa manera. Era un buen hombre. Un poco dominante, a veces, pensó con una sonrisa vacilante, pero un buen hombre.

Victoria volvió a entrar en la casa y en silencio se dirigió a su habitación.

Ella permaneció inmóvil delante de su cama durante un minuto entero. ¿Podría realmente hacer esto? Cerró los ojos y asintió. Luego, tomando una honda bocanada de aire. Movió sus manos para desabrochar su vestido.

Se puso el camisón azul, deslizando las manos por su sedosa longitud. Se sentía transformada.

Y finalmente admitió para sí misma lo que había sabido todo el tiempo, deseaba a Robert. Ella lo deseaba, y quería saber que él la deseaba. La cuestión del amor era todavía demasiado aterradora para que ella la confrontara, pero su deseo era fuerte e imposible de negar. Con una firmeza de propósito que no había sentido en mucho tiempo, Victoria se acercó a la puerta de su recámara para girar el picaporte.

Estaba cerrado con llave.

Su boca se abrió. Trató de girarlo de nuevo, sólo para estar segura. Definitivamente, estaba cerrada.

Ella casi se cayó al suelo en señal de frustración. Ella había hecho una de las decisiones más trascendentales en su vida, y él había cerrado la maldita puerta.

Victoria tenía casi decidido a dar la vuelta y regresar a su habitación, donde podría ahogarse en su propia rabia. Nunca sabría él lo que se había perdido, el maldito hombre. Pero entonces se dio cuenta de que ella nunca lo sabría, tampoco. Y ella quería sentirse amada de nuevo.

Ella levantó la mano y tocó a la puerta.

La cabeza de Robert se enderezó con sorpresa. Pensó que había oído moverse el picaporte de la puerta, pero él había supuesto que se trataba del chirrido de la vieja edificación. Ni en sus sueños más salvajes se hubiera imaginado que Victoria vendría a él por su propia voluntad.

Pero entonces oyó algo diferente. Un golpe. ¿Qué podía querer?

Cruzó la habitación con pasos rápidos, largos y abrió la puerta. -¿Qué-Se contuvo la respiración. No sabía lo que había estado esperando, pero ciertamente no era lo que tenía delante. Victoria se había puesto el camisón seductor que le había dado, y esta vez ella no se estaba cubriendo con una colcha. La seda azul se aferraba a todas las curvas, la línea del cuello se descendía hasta revelar su escote delicado, y una de sus piernas era visible a través de una abertura larga en el costado.

El cuerpo de Robert instantáneamente se tensó. De alguna manera se las arregló para pronunciar su nombre. No fue fácil, su boca se había secado completamente.

Estaba de pie delante de él, orgullosa, pero no podía evitar que le temblaran las manos. -He tomado una decisión-, dijo en voz baja.

Él inclinó la cabeza, no se atrevía a hablar.

– Te deseo-, dijo. -Si aún quieres…- Robert se quedó inmóvil, tan incapaz de creer lo que estaba oyendo que no se podía mover.

El alma de ella se cayó al suelo. -Lo siento-dijo, malinterpretando la inacción de él. -Que mala educación de mi parte. Por favor, me olvídalo, yo…

El resto de la frase se perdió mientras Robert la aplastaba contra él, sus errantes manos deambulaban violentamente, hacia arriba y abajo, por la longitud del cuerpo femenino. Robert quería devorarla, quería envolverse alrededor de ella y nunca dejarla ir. Su reacción fue tan fuerte que él tuvo miedo de asustarla con su pasión. Con un fuerte suspiro entrecortado él se alejó unos cuantos centímetros de ella.

Ella lo miró con sus enormes y inquisitivos ojos azules.

Logró esbozar una sonrisa temblorosa. -Aún quiero-, dijo.

Por un segundo, ella no reaccionó. Luego se echó a reír. El sonido era casi musical, e hizo más por su alma que toda la Iglesia de Inglaterra junta. Él tomó su cara entre las manos con dulzura reverente. -Te quiero, Torie-, dijo. -Siempre te amaré.

Ella no dijo nada durante un buen rato. Finalmente se puso de puntillas y rozó con un ligero beso sus labios.

– No se puede hablar de siempre, todavía-, susurró. -Por favor, No lo…

Comprendió, y él la salvó de tener que terminar la frase al apropiarse una vez más de su boca con un beso ferozmente posesivo. No importaba que ella aún no estuviera preparada para siempre. Pronto lo estaría. Él le demostraría que su amor era para siempre. Lo haría con las manos, los labios y las palabras.

Sus manos se deslizaron a lo largo del cuerpo femenino, la seda de su vestido se arrugaba bajo sus dedos. Podía sentir cada curva a través del fino material. -Voy a mostrarte qué es el amor-, susurró. Se inclinó y apretó sus labios contra la suave piel de su pecho. -Voy a amarte aquí. – Movió los labios al cuello. -Y aquí. – Sus manos le apretaron las nalgas. -Y aquí.

Ella reaccionó gimiendo, un sonido ronco y sensual que provino desde las profundidades de su garganta.

Robert de repente dudaba de su capacidad para mantenerse en pie. La alzó en sus brazos y la llevó a la cama. Depositándola en el lecho, dijo, -Te voy a amar en todas partes.

Victoria contuvo el aliento. Sus ojos ardían dentro de ella, y ella se sintió terriblemente expuesta, como si él pudiera ver muy dentro de su alma. Luego él se tendió a su lado, y ella se perdió en el calor de su cuerpo y la pasión del momento. Él era duro y fuerte, caliente y abrumador. Sus sentidos estaban flotando. -Quiero tocarte-ella susurró, casi sin poder creer en su propia audacia.

Él le agarró la mano y la guió hasta el pecho. Su piel quemada, y ella podía sentir su corazón latiendo bajo sus dedos.

– Siénteme-, murmuró él. -Siente lo que me haces.

Vencida por la curiosidad, Victoria se sentó, metiendo sus piernas debajo de ella. Ella vio la pregunta en los ojos de Robert, sonrió y murmuró un suave -Shhh.