– No seríamos humanos si no las tuviéramos.-, Dijo para tranquilizarla.
– Pero puedo ver que hay varias razones por qué el matrimonio puede ser una buena idea.- Hablaba lentamente, trabajando sus palabras en la cabeza mientras hablaba. Ella ojeó a Robert, medio esperando que él tirara de ella en otro aplastante abrazo. Pero él se quedó quieto, entendiendo claramente la necesidad de ella de expresar sus pensamientos.
– En primer lugar,- dijo Victoria -, como tú has señalado, está el tema de un niño. Fue muy irresponsable de mi parte no considerarlo, pero yo no lo hice y no hay nada que hacer respecto de ello ahora. Supongo que simplemente podía esperar unas semanas y ver…
– Yo no recomendaría este curso particular de acción-, dijo Robert con rapidez.
Ella contuvo una sonrisa. -No, no me imagino que vayas a dejarme volver a Londres, y no me imagino que si me quedo aquí…
– No puedo quitar mis manos de ti-, dijo con un encogimiento de hombros sin arrepentimientos.-Yo lo admito libremente.
– Y no voy a tratar de mentir y decir que no…-se ruborizó-…disfrutaría de tus atenciones. Tu sabes que siempre disfrute, aun hace siete años.
Sonrió con complicidad.
– ¿Hay otras razonas para considerar si deberíamos casarnos o no?
– Deberíamos.
Ella parpadeó. -¿Qué?
– Deberíamos casarnos. No, deberíamos no casarnos.
Victoria le resultaba difícil no reírse.
Cuando él estaba ansioso por algo, Robert era más adorable que un cachorro.
– Realmente me preocupa que tú no me dejes tomar mis propias decisiones. -, Advirtió.
– Trataré de cumplir con tus deseos-, dijo él, su solemne expresión. -Si me convierto en un asno dominante, te doy permiso para golpearme en la cabeza con el bolso.
Los ojos de ella se estrecharon. -¿Puedes escribir eso?
– Por supuesto. -Cruzó la habitación hasta su escritorio, abrió un cajón y sacó una pluma, un trozo de papel, y una botella de tinta. Victoria lo miró con la boca abierta mientras escribía una frase, a continuación, firmado abajo con un ademán. Él regresó, le entregó el papel, y dijo: -Ahí lo tienes.
Victoria miró al papel y lo leyó en voz alta: -Si me convierto en un asno dominante, doy a mi amada esposa, María Victoria Lyndon Kemble-Ella levantó la vista. -¿Kemble?
– Serías Kemble hoy mismo si por mí fuera. -Señaló el garabato en la parte superior de la nota. -Yo feché la nota, sin embargo, para la próxima semana. Serás una Kemble para entonces.
Victoria se abstuvo de hacer comentarios sobre su increíble confianza y continuó la lectura.-Vamos a ver… María Victoria Lyndon, ejem, Kemble… dejo que me golpee en la cabeza con cualquier objeto que quiera. -Ella levantó la mirada interrogante. -¿Cualquier objeto?
Robert se encogió de hombros. -Si me convierto en un asno muy dominante, es posible que desees golpearme con algo más contundente que tu bolso.
Sus hombros temblaban cuando volvió a la nota. -Firmado, Kemble Robert Arthur Phillip, conde de Macclesfield.
– Yo no soy un estudioso de la ley, pero creo que es legal.
La cara de Victoria se rompió en una sonrisa acuosa. Con una mano impaciente barrió las lágrimas. -Por eso me voy a casar contigo-, dijo, sosteniendo la hoja de papel en el aire.
– ¿Porque yo he dicho que es posible que me golpees a tu discreción?
– No-dijo ella, resoplando con fuerza, -porque yo no sé qué sería de mí si no te tuviera para tomarme el pelo. Me he vuelto demasiado seria, Robert. No siempre fue así.
– Ya lo sé-dijo suavemente.
– Durante siete años no se le permitió a reír. Me olvidé de cómo hacerlo.
– Te voy a hacer recordarlo.
Ella asintió con la cabeza. -Creo que te necesito, Robert. Creo que sí.
El se sentó en el extremo de la cama y la tomó en un tierno abrazo. -Sé que te necesito, cariño, Torie. Lo se.
Después de varios momentos de disfrutar de la calidez de sus brazos, Victoria se alejó lo suficientemente como para preguntar, -¿Hablabas en serio acerca de casarnos hoy?
– Absolutamente.
– Pero eso es imposible. Tenemos en publicar los edictos.
Él sonrió con malicia. -Me procuré una licencia especial.
– ¿En serio?- Ella se quedó mirándolo asombrada. -¿Cuándo?
– Hace más de una semana.
– Un poco demasiado seguro de ti mismo, ¿no te parece?
– Todo salió bien al final, ¿no?
Victoria tratado de adoptar una expresión sospechosa, pero no podía hacer nada al respecto de la risa en los ojos. -Creo, mi lord, que algunos te consideren un asno dominante por este tipo de comportamiento.
– ¿Un asno dominante, o un asno muy arrogante? Me gustaría saber, ya que el bienestar de mi cráneo depende de ello.
Victoria se fundió en un charco de risitas. -¿Sabes, Robert, pero creo que realmente me va a gustar estar casada contigo.
– ¿Significa eso que me perdonas por secuestrarte?
– Todavía no.
– ¿En serio?
– Sí, voy a tener que retener mi perdón hasta poder exprimir la situación para poderle sacar todo el jugo que pueda.
Esta vez le tocó el turno a Robert de estallar de risa. Mientras estaba recobrando el aliento, Victoria le dio un golpecito en el hombro y le dijo: -No podemos casarnos hoy en cualquier caso.
– ¿Y por qué es eso?
– Es bien pasado el mediodía. Un matrimonio adecuado debe hacerse de mañana.
– Una regla tonta.
– Mi padre siempre la respetado-, dijo. -Lo sé, porque yo siempre me vi obligada a aporrear las teclas del órgano en cada boda a la que ofició.
– No sabía que tuviéramos un órgano en nuestra vicaría del pueblo.
– No había. Esto fue en Leeds. Y creo que estás cambiando de tema.
– No-dijo, acariciando su cuello. -Simplemente una digresión temporal. En cuanto a las bodas por la mañana, creo que la hora temprana se requiere únicamente para los matrimonios convencionales. Con una licencia especial se puede hacer cuando nos plazca.
– Supongo que debería estar agradecido que estoy viviendo junto a un hombre que es sumamente organizado.
Robert dejó escapar un suspiro de felicidad. -Tomaré mis felicitaciones, en cualquier forma que quieras dármelas.
– ¿Realmente quieres casarte esta noche?
– No puedo pensar en nada más atractivo. No tenemos que jugar a las cartas, y ya he leído la mayoría de los libros en la biblioteca.
Ella le dio un almohadazo. -Hablo en serio.
Le tomó menos de un segundo empujarla sobre su espalda, su peso aplastando sus pechos desnudos, con los ojos brillantes en los suyos. -Yo también-, dijo.
Ella contuvo la respiración, y luego sonrió. -Te creo.
– Además, si no te casas esta noche, voy a tener que seducirte de nuevo.
– ¿Es así?
– Desde luego. Pero tú eres una buena mujer de la iglesia, hija de un vicario nada menos, así que sé que quieres mantener los contactos prematrimoniales al mínimo. -Su expresión se tornó repentinamente serio. -Siempre juré que, si haríamos el amor como marido y mujer.
Ella sonrió y le tocó la mejilla. -Bueno, hemos arruinado ese voto.
– Una vez, supongo, no es un pecado tan grande-, dijo, volviendo su atención a su lóbulo de la oreja.-Pero me gustaría ponerte el anillo en el dedo antes de que me sienta invadido por la lujuria de nuevo.
– ¿Acaso no te sientes invadido justo en este momento?-Le preguntó con una expresión incrédula. No era muy difícil sentir la huella de su deseo en la cadera.