Ella respondió besándolo con renovado fervor, trazando sus gruesos labios con la lengua como él le había enseñado a hacer.
Robert se estremeció, sintiendo una dura y caliente necesidad atravesarlo. Quería sumergirse en ella, mientras sus piernas se enroscaban alrededor de su cintura, y nunca dejarla ir. Sus dedos encontraron los botones de su vestido, y empezó a desabrocharlos.
– ¿Robert?- Victoria se retiró asustada por esa nueva intimidad.
– Shhh, querida-dijo, la pasión volvía su voz más áspera. -Yo sólo quiero tocarte. He estado soñando con esto durante semanas. -Le tomó el pecho a través de la fina tela de su vestido de verano y se lo apretó.
Victoria gimió de placer y se relajó, permitiéndole completar su tarea.
Los dedos de Robert estaban temblando de expectación, pero de alguna manera se las arregló para desabrochar suficientes botones como para que se abriera el corpiño. Las manos de Victoria volaron de inmediato a cubrir su desnudez, pero él las apartó suavemente.
– No-susurró-. Son perfectos. Eres perfecta.
Y luego, como para ilustrar ese punto, movió su mano hacia adelante y rozó la punta de su pecho. Girando y girando, su mano se movió en pequeños círculos, conteniendo el aliento cuando el pezón se endureció como un capullo maduro.
– ¿Tienes frío?-Susurró.
Ella asintió, y luego negó con la cabeza y asintió de nuevo, diciendo: -No lo sé.
– Voy a hacerte entrar en calor.- Su mano envolvió el pecho femenino, marcándola con el calor de su piel. -Quiero besarte-, dijo con voz ronca. -¿Me dejas que te bese?
Victoria trató de humedecer su garganta, que se le había secado bastante. Él la había besado cien veces antes. Mil, posiblemente. ¿Por qué de repente le pedía permiso?
Cuando su lengua perezosa dibujó un círculo alrededor de su pezón, ella se dio cuenta el porque. -¡Oh, Dios mío!- gritó, sin apenas poder creer lo que estaba haciendo. -¡Ah, Robert!
– Te necesito, Torie.- Hundió la cara entre sus pechos. -No puedes imaginarte cómo te necesito.
– Yo-Yo creo que debes parar-, dijo. -No puedo hacer esto… Mi reputación… -No tenía idea de como poner sus pensamientos en palabras. La advertencia de su padre sonó sin cesar en los oídos. Él te va a utilizar y luego a desechar.
Vio la cabeza de Robert en el pecho. -¡Robert, no!
Robert respiró agitadamente tratando de cerrar el corpiño. Trató de abotonarlo, pero sus manos temblaban.
– Yo lo haré-, dijo Victoria y se volvió rápidamente para que él no viera lo colorada que estaba. Sus dedos también temblaban, pero resultó ser más ágil, y, finalmente, logró recuperar algo de su compostura.
Pero él vio sus mejillas sonrosadas, y casi se sintió morir al pensar que estaba avergonzada de su comportamiento. -Torie-, dijo en voz baja. Cuando ella no se volvió usó dos dedos para empujar suavemente la barbilla hasta que ella lo miró.
Tenía los ojos brillantes por las lágrimas.
– Oh, Torie-, dijo él, queriendo tenerla desesperadamente en sus brazos, pero se conformó con tocarle su mejilla. -Por favor, no te reproches.
– No debería haberte dejado.
Él sonrió suavemente. -No, probablemente no debería haberlo hecho. Y yo probablemente no debería haberlo intentado. Pero estoy enamorado. Aunque no es excusa, pero no pude evitarlo.
– Ya lo sé-susurró-. Pero yo no debería haberlo disfrutado tanto.
Robert soltó una carcajada tan alta que Victoria estaba segura que Ellie se les vendría encima para investigar. -Oh, Torie-, dijo, con respiración jadeante. -No te culpes por disfrutar de mi contacto. Por favor.
Victoria intentó dispararle una mirada de amonestación, pero la mirada masculina era demasiado caliente. Dejó que su buen humor subiera de nuevo a la superficie. -Con tal de no pedir disculpas por disfrutar de la mía.
Él tomó su mano y la atrajo hacia sí en un instante. Sonrió seductoramente, viéndose como el seductor que Victoria, una vez, le había acusado de ser. -Eso, mi querida, nunca ha sido un peligro.
Ella se rió en voz baja, sintiendo la tensión de su cuerpo apaciguarse. Ella se movió, colocando su espalda contra el pecho masculino. Él se distrajo jugando con su pelo, sintiéndose como en el cielo.
– Nos casaremos pronto.- Susurró, sus palabras vinieron con una urgencia que no esperaba.-Nos casaremos pronto, y entonces yo te mostraré todo. Te voy a demostrar cuánto te amo.
Victoria se estremeció de anticipación. Él estaba hablando sobre su piel, y ella podía sentir su aliento cerca de su oído.
– Nos casaremos-, él repitió. -Tan pronto como nos sea posible. Pero hasta entonces no quiero que te sientas avergonzada de lo que hemos hecho. Nos amamos, y no hay nada más hermoso que dos personas que expresan su amor. -Él le dio la vuelta hasta que sus ojos se encontraron. -Yo no lo sabía que antes de conocerte. -tragó audiblemente. -Yo he estado con mujeres, pero no lo sabía.
Profundamente conmovida, Victoria le tocó la mejilla.
– Nadie nos va a detener para amarnos antes de que estemos casados-, continuó.
Victoria no estaba seguro de si “amar” se refería a lo espiritual o a lo físico, y todo lo que se le ocurrió decir fue: -Nadie, excepto mi padre.
Robert cerró los ojos. -¿Qué ha dicho?
– Me advirtió que no te viera más.
Robert maldijo en voz baja y abrió los ojos. -¿Por qué?-Preguntó, con voz que salía un poco más dura de lo esperado.
Victoria consideró varias respuestas, pero finalmente optó por la honestidad. -Él dijo que no te casarás conmigo.
– ¿Y cómo sabe eso?-Replicó Robert.
Victoria se apartó. -¡Robert!
– Lo siento. Yo no tenía intención de levantar la voz. Es sólo que tu padre… ¿Cómo podría ser posible que conociera mis pensamientos?
Ella puso su mano sobre la suya. -Él no lo sabe. Pero él piensa que lo sabe, y me temo que es lo único que importa en este momento. Eres un conde. Yo soy la hija de un vicario. Hay que reconocer que es una unión muy inusual.
– Inusual-, dijo con fiereza. -Pero no es imposible.
– Para él lo es-, respondió ella. -Nunca va a creer que tus intenciones son honorables.
– ¿Qué pasa si yo hablo con él, pedirle tu mano?
– Eso podría apaciguarlo. He dicho que deseas casarte conmigo, pero creo que él cree que me lo estoy inventando.
Robert se puso de pie, atrayéndola con él, y galantemente le besó la mano. -Entonces, tendré que pedirle formalmente tu mano mañana.
– ¿Hoy no?-, preguntó Victoria con una mirada burlona.
– Debo informar a mi padre de mis planes-respondió Robert. -Yo le debo esa la cortesía.
Robert todavía no le había hablado a su padre acerca de Victoria. No era que el marqués pudiera prohibirle estar juntos. A sus veinticuatro años Robert estaba en edad de tomar sus propias decisiones. Pero él sabía que su padre podía hacer su vida difícil con su desaprobación. Y teniendo en cuenta la frecuencia con que el marqués instaba a Robert para comprometerse con la hija de este conde, u el otro duque, suponía que la hija de un vicario no resultaría lo que su padre tenía en mente para él.
Y así que fue, con determinación firme y cierto temor, que Robert llamó a la puerta del despacho de su padre.
– Entre-. Hugh Kemble, el marqués de Castleford, estaba sentado detrás de su escritorio. -¡Ah, Robert. ¿Qué necesitas?
– ¿Tiene usted un momento, señor? Necesito hablar con usted.
Castleford miró con ojos impacientes. -Estoy bastante ocupado, Robert. ¿No puede esperar?