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Robert se echó a reír contra la parte inferior de su barbilla. -Voy a disfrutar el estar casado contigo, Torie.

– Supongo que es una buena razón para proponer matrimonio-jadeó ella, tratando de ignorar los espasmos de placer que él producía dentro de ella.

– Mmmm, sí.- Él se trasladó de nuevo a la boca y la besó profundamente, tentándola hasta que ella tembló debajo de él. Luego, bruscamente, él se apartó de ella y incorporándose. -Será mejor que me detenga ahora -, dijo con una sonrisa maliciosa-, otro momento más y no podría ser capaz de para.

Victoria quería gritar que no le importaba, pero se contentó con lanzarle una almohada

– No quiero comprometerte más -, continuó Robert, después de esquivar fácilmente su ataque. -Y yo quería recordarte-se inclinó y dejó caer un último beso en la boca-… esto. Sólo en caso de que tengas dudas aún.

– Las estoy teniendo ahora mismo-, replicó ella, segura de que se veía tan frustrada como se sentía.

Robert se echó a reír mientras cruzaba la habitación. -Estoy seguro que estarás contenta de saber que mi pequeño recordatorio me ha dejado más incómodo e insatisfecho que tú.

– Estoy perfectamente bien-, dijo ella, alzando airosamente su barbilla.

– Sí, por supuesto que lo estás -, bromeó al llegar hasta la maleta que había dejado descuidadamente sobre la mesa. Victoria estaba a punto de dejar una réplica mordaz cuando el rostro de él se ensombreció y dejó escapar un grito -¡Maldita sea!

– ¿Algo está mal?-, preguntó ella.

Su cabeza se elevó bruscamente girando hacia ella. -¿Has tocado esta bolsa?

– No, por supuesto, no, no podría- Ella se ruborizó al recordar que había estado mirando sus cosas personales. -Bueno, en realidad… Tuve la intensión de husmear en tus pertenencias, lo reconozco, pero encontré la bañera antes. Así que, no, no lo hice,

– No me importa si quieres tirar abajo este piso-, dijo distraídamente. -Lo que es mío es tuyo. Pero yo tenía papeles importantes en este bolso, y ahora no están.

Una burbuja de alegría inesperada brotó en el pecho de Victoria. -¿Qué clase de papeles? -Preguntó con cuidado.

Robert soltó otra maldición en voz baja antes de responder, -La licencia especial.

Victoria tenía la sensación de que no era el momento oportuno para estallar en estridentes carcajadas, pero lo hizo de todos modos.

Robert plantó sus manos en las caderas y se volvió hacia ella. -Esto no es divertido.

– Lo siento-dijo, aunque no sonaba particularmente como una disculpa. -Es que tú… ¡Dios mío!- Victoria se desplomó con otra ronda de risillas.

– Debe de estar en mi otro bolso -, dijo Robert. -Maldita sea.

Victoria se secó los ojos. -¿Dónde está tu otro bolso?

– Londres.

– Ya veo.

– Vamos a tener que salir de dentro de la hora.

La boca de ella se abrió sorprendida. -¿A Londres? ¿Ahora mismo?

– Yo no veo ninguna otra opción.

– Pero ¿cómo vamos a llegar?

– MacDougal guardó mi coche en un establo a sólo un cuarto de milla de distancia antes de salir para Londres. El hacendado local siempre ha sido de lo más complaciente. Estoy seguro de que puede prestarnos un novio para conducirlo.

– ¡Me dejaste creer que estábamos varados aquí!-, Gritó ella.

– Nunca me preguntaste,- dijo, encogiéndose de hombros. -Ahora bien, te sugiero que te vistas. Por más agradable que sea tu vestimenta actual, hay una ligera brisa fría en el aire.

Ella sostuvo la sábana con fuerza contra su cuerpo. -Mi vestido está en la habitación de al lado.

– ¿Te vas a poner tímida ahora?

Ella torció la boca en un gesto ofendido. -Lo siento no puedo ser tan cosmopolita como lo eres tú, Robert. No tengo mucha experiencia en este tipo de cosas.

Él sonrió y dejó caer un afectuoso beso en la frente. -Lo siento, lo siento. Me resulta demasiado provocativo hacerte bromas. Te traeré el vestido de inmediato. Y -, añadió al tiempo que abría la puerta,- te daré un poco de privacidad para que te lo pongas.

* * *

Treinta minutos después, estaban en camino a Londres.

A Robert le costaba no estallar cantando a viva voz. Cuando fue a buscar el coche, había comenzado su propia versión desafinada del Aleluya de Handel. Probablemente hubiera seguido cantando si los caballos no hubieran relinchado en agonía. Robert desistió de cantar, pensando que era mejor no ofrecer similar tortura a los oídos de su prometida. ¡Su novia! Le gustaba como sonaba la palabra. Diablos, él adoraba simplemente pensarlo.

Sin embargo, su felicidad era tan grande que no podía guardarla completamente en su interior, y, por tanto, de vez en cuando él se olvidaba y, sin darse cuenta, se encontraba silbando.

– Yo no sabía que te gustara silbar-, dijo Victoria después de la quinta vez que él se contuvo.

– Ciertamente no puedo cantar-, respondió. -Así que silbo.

– No creo que te haya oído silbar desde…-Hizo una pausa y reflexionó. -No puedo recordar la última vez.

Él sonrió. -No he sido tan feliz en muchos años.

Una pausa y luego ella dijo: -Oh.- Parecía ridículamente contenta, y Robert se sintió ridículamente satisfecho de que ella se viera de esa manera. Silbó desentonado unos minutos más, y luego levantó la vista y dijo: -¿Te das cuenta lo maravilloso que es sentirse espontáneo de nuevo?

– ¿Perdón? ¿Qué dices?

– Cuando te conocí, solíamos correr a través del bosque a medianoche. Éramos salvajes y sin preocupaciones.

– Era hermoso-, dijo Victoria en voz baja.

– Pero ahora… Bueno, ya sabes cómo es de ordenada mi vida. Yo soy, como te gusta decir, el hombre más organizado en Gran Bretaña. Yo siempre tengo un plan, y siempre lo sigo. Se siente muy agradable hacer algo espontáneo otra vez.

– Me secuestraste-, señaló Victoria a cabo. -Eso fue espontáneo.

– En absoluto-respondió, espantándola con su comentario. -Lo proyecté de forma muy cuidadosa, te lo aseguro.

– No con suficiente cuidado respecto a los alimentarnos-, respondió ella sólo un toque de ironía.

– Ah, sí, la comida -, reflexionó. -Un pequeño descuido.

– No me pareció pequeño en ese momento-murmuró.

– No pereciste de hambre, ¿verdad?

Ella le dio un manotazo en el hombro juguetonamente. -Y se te olvidó la licencia especial. Cuando uno considera el hecho de que todo el propósito del secuestro era que me casara conmigo, evidentemente, de hecho, constituye una gran brecha en tu plan.

– No me olvidé de planear obtener la licencia especial. Me olvidé de traerla. Sin duda la intención es lo que cuenta.

Victoria se asomó por la ventana. El atardecer flotaba en el aire, ya que durante varias horas. No llegaría a Londres esa noche, pero que tendrían más de la mitad del camino. -En realidad-dijo-, estoy bastante contenta que olvidarás la licencia.

– Quieres aplazar lo inevitable el mayor tiempo posible, según tengo entendido.-, Dijo. Era evidente que estaba tomando el pelo, pero Victoria sintió que su respuesta era importante para él.

– En absoluto-respondió ella-.Una vez que tomo una decisión, me gusta llevarla a cabo de inmediato. Es que es agradable ver que haces algo mal de vez en cuando.

– ¿Discúlpame?

Ella se encogió de hombros. -Eres casi perfecto, ya sabes.

– ¿Por qué no lo hace sonar como un cumplido? Y lo más importante, si soy tan condenadamente perfecto ¿por qué he tardado tanto tiempo en convencerte de que te cases conmigo?

– Es porque eres perfecto,- dijo con una sonrisa socarrona. -Puede volverte molesto. ¿Por qué debería hacer nada si tú vas a hacerlo mejor?

Él sonrió diabólicamente y tiró de ella contra él. -Puedo pensar en muchas cosas en las que mejorar.