Los ojos claros de Yerbury apenas destellaron cuando me dijo: -Su casa-. Entonces ocurrió lo impensable. Yerbury estornudó. -Oh-exclamó, mirando como si quisiera que el suelo lo tragase. -Mi lady, estoy tan terriblemente apesadumbrado.
– No seas tonto, Yerbury-, dijo Victoria. -Es sólo un estornudo.
Él volvió a estornudar justo antes de decir, -Un buen mayordomo nunca estornuda.- Luego dejó escapar cuatro estornudos más en rápida sucesión.
Victoria nunca había visto a un hombre con mirar más angustiado. Con una rápida mirada a Robert, dio un paso adelante y tomó el brazo del mayordomo. -Vamos, Yerbury -, dijo afectuosamente, antes de que tuviera la oportunidad de desmayarse al ser agarrado de esa manera por la nueva condesa. -¿Por qué no me enseña la cocina? Sé de un excelente remedio. Y lo tendremos curado en poco tiempo.
Y luego Yerbury, traicionado por su rostro que mostraba más emociones que en los últimos cuarenta años, fue llevado a la parte trasera de la casa, dándole las gracias profusamente al mismo tiempo.
Robert se limitó a sonreír ya que fue abandonado en el vestíbulo. Había tardado menos de dos minutos para que Victoria engatusara a Yerbury.
Él predijo que tendría al resto de la familia comiendo de su mano al caer la noche.
Pasaron unos días, y Victoria se acomodó lentamente a su nueva posición. Ella no se creía capaz de dar órdenes a los sirvientes como lo hacía la mayoría de la nobleza, ya que había pasado demasiado tiempo del otro lado de las filas para no darse cuenta de que eran personas, también, con esperanzas y sueños muy similares a la suya. Y aunque los sirvientes nunca dijeron nada acerca de los antecedentes de Victoria, parecía que había una afinidad especial entre ellos.
Victoria y Robert estaban desayunando un día, cuando una criada especialmente dedicada insistió en recalentar el chocolate de su señora ya que no estaba suficientemente caliente. Como la muchacha se escurrió fuera de la olla, Robert comentó: -Yo creo que darían su vida por ti, Torie.
– No seas tonto-, dijo con burla y una sonrisa.
Robert añadió: -No estoy del todo seguro si harían lo mismo por mí.
Victoria estaba a punto de repetir su comentario anterior, cuando entró en la habitación Yerbury. -Mi lord, mi lady-dijo él, -Lady Brightbill y la Señorita Brightbill han venido. ¿Les digo que no están en casa?
– Gracias, Yerbury -, dijo Robert, volviendo a su periódico.
– ¡No!-, Exclamó Victoria. Yerbury de inmediato se detuvo en seco.
– ¿Quién se supone que es el que manda aquí?- Robert murmuró, mirando como su mayordomo que descaradamente hacía caso omiso de sus deseos en deferencia de los de su esposa.
– Robert, son familia -, dijo Victoria. -Tenemos que recibirlas. Los sentimientos de tu tía, serían terriblemente lastimados.
– Mi tía tiene una piel increíblemente gruesa, y me gustaría pasar un tiempo a solas con mi esposa.
– No estoy sugiriendo que invitemos a todo Londres para el té. Simplemente que gastes unos minutos para saludar a tu tía. -Victoria miró nuevamente al mayordomo. -Yerbury, por favor hazlas pasar, Tal vez les gustaría compartir nuestra mesa.
Robert frunció el ceño, pero Victoria podía ver que él no estaba muy molesto. En pocos segundos Lady Brightbill y Harriet irrumpían en la habitación. Robert de inmediato se puso en pie.
– ¡Mi querido, querido sobrino!- Lady Brightbill gorjeo. -Has sido un niño travieso.
– Madre,- Harriet protestó, echando una mirada tímida a Robert, -no creo que se pueda llamarlo niño.
– Tonterías, yo puedo llamarlo como quiera.-Se volvió hacia Robert y fijó una expresión severa en su rostro. -¿Tienes idea de lo molesto que tu padre está contigo?
Robert se sentó de nuevo una vez que las dos mujeres habían ocupado sus asientos. -Tía Brightbill, mi padre ha estado enojado conmigo por siete años.
– ¡No le has invitado a tu boda!
– Yo no invité a nadie a mi boda.
– Ese es exactamente el problema.
Harriet se volvió a Victoria y le dijo tapándose con su mano: -Mi madre ama a una buena causa.
– ¿Y que causa es esta?
– Justa indignación-, dijo Harriet. -No hay nada que ame más.
Victoria miró a su nuevo marido, que estaba soportando los regaños de su tía con notable paciencia. Se dio la vuelta de nuevo hacia Harriet. -¿Cuánto tiempo piensas que va a ser capaz de soportar?
Harriet frunció el ceño mientras ponderaba la respuesta. -Yo supongo que pronto llegará a su límite.
Al finalizar esas proféticas palabras, la mano de Robert golpeó sobre la mesa, haciendo vibrar todos los platos. -¡Basta!-Tronó él.
En la puerta de la cocina, la criada se sobresaltó. -¿No quiere más chocolate?-Susurró.
– ¡No!- Intervino Victoria, poniéndose de pie. -Él no te estaba hablando, Joanna. Nos gustaría un poco de chocolate, ¿Harriet?
Harriet asintió con entusiasmo. -Estoy segura de que mi madre también quiere. ¿No es verdad, madre?
Lady Brightbill se dio vuelta en su asiento. -¿Qué estás cuchicheando, Harriet?
– Chocolate-, respondió con paciencia su hija. -¿Te gustaría un poco?
– Por supuesto-dijo Lady Brightbill con un resoplido. -Ninguna mujer sensata se negaría a una taza de chocolate.
– Mi madre siempre se ha enorgullecido de ser muy sensata-, dijo Harriet a Victoria.
– Por supuesto-, dijo Victoria en voz alta. -Tu madre es totalmente razonable y espontánea.
Lady Brightbill sonrió. -Yo te perdono, Robert-dijo con un resoplido-, por no incluirnos ni a Harriet ni a mí en tu boda, pero sólo porque finalmente has expuesto el sentido común que Dios te dio y has elegido a la bella señorita Lyndon como tu esposa.
– La encantadora señorita Lyndon-, Robert dijo con firmeza: -ahora es Lady Macclesfield.
– Por supuesto-replicó Lady Brightbill. -Ahora bien, como te decía, es imprescindible presentarla en sociedad tan pronto como se pueda.
Victoria sintió que en su estómago crecían las náuseas. Una cosa era ganar los corazones de los sirvientes de Robert. Pero los pares de Robert, eso era harina de otro costal.
– La temporada está llegando a su fin-, dijo Robert. -No veo ninguna razón por lo qué no podemos esperar hasta el año que viene.
– ¡El año que viene!- Gritó Lady Brightbill y sabía cómo chillan mejor que la mayoría. -¿Estás loco?
– Voy a introducir Victoria a mis amigos más estrechos en una cena y los demás… no veo ninguna razón para someterla a semejante odisea cuando todo lo que realmente quiero es un poco de privacidad.
Victoria se encontró deseando con fervor que Robert ganara ese punto.
– Tonterías-dijo Lady Brightbill con desdén. -El mundo entero sabe que estás en Londres ahora. Ocultarla daría la impresión que te avergüenzas de tu nueva esposa, que tal vez tuviste que casarse con ella.
Robert erizó de ira. -Usted sabe que no es el caso.
– Sí, por supuesto que lo sé, y Harriet lo sabe, pero somos sólo dos de muchos.
– Tal vez-, dijo Robert suavemente -, Pero siempre he tenido en alta estima su habilidad de diseminar la información.
– Lo que quiere decir que ella habla mucho-, dijo Harriet a Victoria.
– Sé lo que quiere decir-, replicó Victoria, e inmediatamente se sintió avergonzada por haber llamado a la tía chismosa.
Harriet observó la expresión avergonzada de Victoria y le dijo: -Oh, no te preocupes por eso. Incluso madre sabe que es una de las mayores chismosas.
Victoria contuvo una sonrisa y se volvió hacia el combate que se desarrollaba al otro lado de la mesa.