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Estaba, por supuesto, la noche, pero Victoria no quería decírselo al calor de la pasión. Ella quería que fuera evidente que su amor por él se basaba en más que deseo. Y así, cuando ella se estaba preparando para el baile, ella todavía no le había dicho nada. Estaba sentada en su tocador, y estaba meditando mientras la doncella arreglaba sus cabellos. Llamaron a la puerta, y Robert entró sin esperar respuesta. -Buenas noches, cariño-dijo, inclinándose para soltar un beso en la parte superior de la cabeza.

– ¡No en el pelo!- Victoria y su doncella gritaron al unísono.

Robert se detuvo aproximadamente a una pulgada por encima de su cabeza.-Sabía que había una razón por la que acepté asistir a una sola función. Me encanta desordenarte el pelo.

Victoria sonrió, a punto de gritar su amor por él allí mismo, pero no quería hacerlo delante de la criada.

– Te ves muy hermosa esta noche-, dijo, despatarrado en una silla cercana. -Te sienta muy bien ese vestido. Debes usar ese color con más frecuencia -. Parpadeó distraído. -¿Cómo se llama?

– Malva.

– Sí, por supuesto. Malva. No puedo entender por qué las mujeres tienen que adoptar nombres tontos y tantos colores. Rosa habría servido perfectamente bien.

– Uno podría suponer que necesitamos algo con que ocupar nuestro tiempo, mientras que los hombres salen a recorrer el mundo.

Él sonrió. -Pensé que podrías necesitar algo nuevo para acompañar este vestido nuevo. Yo no estaba seguro de lo que se correspondería con el malva -, sacó una caja de joyería de la espalda y la abrió-, pero me han dicho que los diamantes van con todo.

Victoria jadeó.

Su doncella jadeó aún más fuerte.

Robert se sonrojó, viéndose un poco avergonzado.

– ¡Ah, Robert!- Victoria dijo, casi con miedo de tocar el collar que brillaba con los pendientes haciendo juego.-Nunca he visto nada más bello.

– Yo si.-murmuró, tocando la mejilla de ella.

La sirvienta, que era francesa y muy discreta, en silencio salió de la habitación.

– Ellos son demasiado preciosos-, dijo Victoria, pero se atrevió a tocarlos con un aire de asombro en sus ojos.

Robert cogió el collar y se lo puso alrededor de su cuello. -¿Puedo?- Cuando ella asintió el se colocó detrás de ella. -¿En qué otra cosa, por favor dime, debo gastar mi dinero?

– No lo sé-, balbuceó Victoria, resultándole muy agradable el contacto de las piedras en su esternón, a pesar de sus protestas.

– Estoy seguro de que debe haber algo más digno.

Robert extendió los pendientes para que se vista. -Tú eres mi esposa, Victoria. Me gustaría comprar le presenta. Espere muchos más en el futuro.

– Pero no tengo nada para ti.

Se inclinó sobre su mano y la besó galantemente. -Tu presencia en mi vida es suficiente-, murmuró. -Aunque…

– ¿Aunque?- Le pide ella. Quería darle lo que necesitara.

– Un niño podría ser bueno-dijo él con una sonrisa tímida. -Si pudieras darme uno…

Victoria se sonrojó. -Al ritmo que hemos ido, no veo ningún problema con eso.

– Bien. Ahora bien, si podemos volver a tratar de hacer una chica que se parezca a ti.

– No tengo control sobre eso-, dijo ella, riendo. Entonces su rostro se volvió sobrio. Las palabras estaban en la punta de su lengua. Cada músculo de su cuerpo estaba a punto de echarse en sus brazos y decir “Te quiero” una y otra vez. Pero no quería que él pensara que ella confundía amor con gratitud, por lo que decidió esperar hasta más tarde esa noche.

Ella encendería una vela perfumada en su cuarto, esperaría hasta que el estado de ánimo fuera perfecto…

– ¿Por qué de repente te ves tan soñadora?- Robert preguntó, tocando la barbilla.

Victoria sonrió en secreto. -Oh, no hay razón. Sólo una pequeña sorpresa que tengo para esta noche.

– ¿En serio?- Sus ojos se iluminaron con anticipación. -¿Durante el baile o después?

– Después.

Su mirada se volvió interrogativa y sensual. -Apenas puedo esperar.

* * *

Una hora después estaban preparados para entrar en la mansión Lindworthy. Lady Brightbill y Harriet estaban de pie justo detrás de los recién casados, habían decidido que sería más fácil para los cuatro viajar en un mismo transporte.

Robert miró a su nueva esposa con preocupación en sus ojos. -¿Todavía estás nerviosa?

Ella lo miró con sorpresa. -¿Cómo sabías que estaba nerviosa?

– Ayer, cuando la tía Brightbill declaró su intención de presentarte inmediatamente, pensé que podría atragantarte con el desayuno.

Ella sonrió débilmente. -¿Era yo tan transparente?

– Sólo para mí, querida.- Él la llevó la mano a los labios y dejó un beso en los nudillos. -Pero no has contestado mi pregunta. ¿Todavía estás nerviosa?

Victoria dio una pequeña sacudida con la cabeza. -Yo no estaría viva si no estuviera un poco nerviosa, pero no, no tengo miedo.

Robert estaba tan lleno de orgullo por ella en ese momento que se preguntó si su familia notaría que su pecho estaba orgullosamente hinchado. -¿Por qué el cambio?

Ella le miró a los ojos. -Tu.

Él sonrió, era todo lo que podía hacer aunque hubiera preferido estrecharla fuertemente en un aplastante abrazo. Dios, cómo amaba a esa mujer. Se sentía como si la hubiera amado desde antes de nacer. -¿Qué quieres decir?-, Preguntó, a sabiendas de que su corazón estaba en sus ojos y no le importa siquiera.

Ella tragó saliva, y luego en voz baja dijo: -Con sólo saber que estás conmigo, que te tengo a mi lado. Nunca dejarías que nada malo me suceda.

Su mano apretó un poco más la de ella. -Yo te protegería con mi vida, Torie. Seguramente ya lo sabes.

– Y lo sé-respondió ella en voz baja. -Pero esta conversación es trivial. Estoy segura de que estamos destinados a vivir una vida feliz, sin complicaciones.

Él la miró con intensidad un solo propósito. -Sin embargo, quiero…

– ¡El conde y la condesa de Macclesfield!

Robert y Victoria saltaron cuando el mayordomo de los Lindworthys hizo retumbar sus nombres, pero el daño ya estaba hecho. La primera vista de la nueva pareja que tuvo la alta sociedad fue de ellos prácticamente devorándose mudamente col los ojos. El silencio cayó sobre la multitud y, a continuación alguna vieja chismosa se rió, -¡Bueno, eso es un matrimonio por amor, si alguna vez he visto uno!

Robert esbozó una sonrisa mientras sostenía el brazo a su esposa. -Supongo que hay peores reputaciones pudiéramos obtener.

Su respuesta fue una sonrisa apenas sofocada.

Y entonces comenzó la noche.

* * *

Tres horas más tarde Robert no se sentía tan alegre. ¿Por qué? Porque él había tenido que pasar las últimas tres horas observando a la crema innata de la sociedad mirando a su esposa. Y parecía que la estaba mirando con demasiado afecto. Sobre todo los hombres.

Si un condenado Corinto más se acercaba y le besaba la mano… Robert gruñó para sí mismo, tratando de ahogar el impulso de tirar de la corbata. Era el infierno más absoluto dar un paso atrás y con una sonrisa serena ver como el duque de Ashbourne, un reconocido canalla murmurar saludos a Victoria.

Sintió la mano de su tía presionándole el brazo. -Trate de contenerte,-susurró.

– ¿Acaso no ves la forma en la que la está mirando? -Dijo apretando los dientes. -Tengo la mitad de mi mente…