– Sólo la mitad justamente -replicó Lady Brightbill. -Victoria se está comportando muy bien, y Ashbourne nunca ha sido de coquetear con mujeres casadas. Además, está tras una americana. Ahora deja de quejarte y sonríe.
– Yo estoy sonriendo-, dijo con los dientes apretados.
– Si eso es una sonrisa, me estremezco si te viera reír.
Robert le ofreció una sonrisa dulcemente enfermiza.
– Deja de preocuparte-dijo Lady Brightbill, acariciando el brazo. -Aquí viene mi querido Basil. Tendré que presentarle a Victoria para que bailen.
– Voy a bailar con ella.
– No, no lo harás. Ya has bailado con ella tres veces. Las lenguas viperinas se pondrán en movimiento.
Antes de Robert pudiera responder, Basil se presentó a su lados. -Hola mamá, primo.
Robert asintió con la cabeza, sin apartar los ojos de Victoria.
– ¿Disfrutas de tu compromiso social con tu primera encantadora esposa?-, preguntó Basil.
Robert miró a su primo, olvidando convenientemente que Basil había sido uno de sus parientes favoritos. -Cállate, Brightbill. Sabes perfectamente que estoy teniendo un tiempo infernal.
– Ah, sí, la maldición de la hermosa mujer. ¿No es curioso cómo una doncella está protegida de libertinos por su inocencia, pero una mujer casada que ha jurado ante Dios para ser fiel a una única persona, es considerada un blanco legítimo?
– ¿Dónde quieres llegar, Brightbill?
Robert miró las manos, luego la garganta de su primo, evaluando qué tan bien los primeros se ajustarían alrededor del segundo.
– A ningún lado-dijo Basil, con un encogimiento suave. -Simplemente que tu plan de retirarte de la sociedad por un tiempo es probablemente un sabio. ¿Has notado la forma en que los hombres la miran?
– Basil-exclamó Lady Brightbill. -Deja de molestar a tu primo.- Se volvió hacia Robert. -Está sólo bromeando contigo.
Robert parecía a punto de explotar. Fue un testimonio del coraje de Lady Brightbill no quitarle la mano del brazo.
Basil se limitó a sonreír, obviamente regocijado de cómo había mordido el cebo Robert. -Si me disculpas, debo presentar mis respetos a mi prima favorita.
– Pensé que yo era tu primo favorito-, dijo Robert con sarcasmo.
– Como si se pudiera comparar-, dijo Basil, con un lento movimiento casi arrepentido de su cabeza.
– Basil-dijo Victoria calurosamente cuando llegó a su lado. -Qué bueno verte de nuevo esta noche.
Robert renunció a toda pretensión de cualquier comportamiento sano y normal y se acercó a su lado en dos pasos.
– Robert-dijo ella, y él no pensó que su voz era dos veces tan caliente como lo había sido con Basi. Él sonrió estúpidamente.
– Yo estaba disfrutando de la compañía de tu esposa-, dijo Basil.
– Procura no disfrutarlo tanto-, gritó Robert.
La boca de Victoria se abrió. -¿Por qué, Robert?, ¿estás celoso?
– En absoluto-le mintió.
– ¿No confías en mí?
– Por supuesto que sí-, espetó. -Yo no le tengo confianza a él.
– ¿A mí? -, Dijo Basil con un rostro sorprendentemente inocente.
– No confío en ninguno de ellos-, gruñó Robert.
Harriet, que había estado de pie en silencio al lado de Victoria, le dio un codazo y le dijo: -Mira, yo te dije que te ama.
– ¡Ya basta!-, Dijo Robert. -Ella lo sabe. Confía en mí.
– Todos la amamos-, dijo Basil, sonriendo.
Robert lanzó un gemido. -Estoy plagado de parientes.
Victoria le tocó el brazo y sonrió. -Y estoy plagada de fatiga. ¿Te importa si salgo disparada a la sala de retiro por un momento?
Sus ojos se nublaron de preocupación de inmediato. -¿Te sientes mal? Si es así, voy a llamar para…
– No estoy enferma-, dijo Victoria en voz baja. -Sólo necesito para ir al baño. Estaba tratando de ser educada.
– Oh-respondió Robert. -Yo te acompañaré.
– No, no seas tonto. Es sólo por el pasillo. Estaré de vuelta antes de que notes que me he ido.
– Siempre me doy cuenta que te has ido.
Victoria se acercó a tocar su mejilla. -Siempre dices las cosas más dulces.
– ¡Deja de tocarlo!-Jadeó Lady Brightbill. -¡La gente dirá que están enamorados!
– ¿Qué diablos tiene eso de malo?-Preguntó Robert, girando hacia ella.
– En principio, nada. Pero el amor no está para nada de moda.
Basil se rió entre dientes. -Me temo que estás atrapado en una farsa muy mala, Primo.
– Sin escape a la vista-, bromeó Harriet.
Victoria aprovechó este intercambio se nos escape. -Si todos ustedes me disculpan,- murmuró. Y se escabulló a lo largo del perímetro de la sala de baile hasta llegar a las puertas dobles que conducían fuera de la sala. Lady Brightbill le había señalado el baño más temprano esa misma noche, y Victoria lo encontró de nuevo con facilidad.
La sala de retiro para damas estaba en realidad dividida en dos partes. Victoria se deslizó a través de la antecámara llena de espejos y entró cerrando la puerta detrás de ella. Oyó a alguien que entraba también a la antesala pero ella estaba concentrada en sus propios asuntos, así que se apresuró, suponiendo que otra dama tendría que hacer sus necesidades también. Victoria rápidamente alisó faldas y abrió la puerta, con una sonrisa amable pegada en su cara.
Su sonrisa duró menos de un segundo.
– Buenas noches, lady Macclesfield.
– ¡Lord Eversleigh!-, Dijo sin aliento. El hombre que la había atacado en la fiesta de la casa del Hollingwoods. Victoria de pronto se encontró luchando contra el impulso de vomitar. Luego redirigió sus esfuerzos, decidiendo que si iba a vaciar el estómago, podría hacerlo apuntando directamente a sus pies.
– ¿Te acuerdas de mi nombre-, murmuró. -Me siento honrado.
– ¿Qué estás haciendo aquí? Esta habitación es para las señoras.
Él se encogió de hombros. -Cualquier mujer que intente entrar sólo encontrará una puerta cerrada. Por suerte para ellos la mansión Lindworthys posee otro cuarto como este al otro lado de la casa.
Victoria corrió pasando junto a él llegando a la puerta y trató de abrirla. No se movió.
– Te invito a buscar la llave-, dijo con insolencia. -Está en mi persona.
– ¡Está loco!
– No -dijo, arrojándola contra la pared. -Sólo furioso. Nadie se burla de mí.
– Mi esposo te va a matar-, dijo en voz baja. -Él sabe dónde estoy. Si se da cuenta que usted está a aquí…
– Asumirá que le estás poniendo los cuernos-, terminó Eversleigh por ella, acariciándole el hombro desnudo con una repugnante imitación de falsa ternura.
Victoria sabía que Robert no creería que lo peor de ella, especialmente teniendo en cuenta el comportamiento pasado EversLeigh. -Él te matará -, repitió.
La mano de Eversleigh se deslizó hasta el hueco de su cintura. -Cómo te las arreglaste para atraparlo, me pregunto. Qué pequeña institutriz retorcida resultaste ser.
– Quíteme sus asquerosas manos de encima-siseó ella.
Él la ignoró, cubriendo la curva de su cadera. -Tus encantos son evidentes-, reflexionó-, pero tú no eres precisamente material adecuado para el matrimonio con el heredero de un marquesado.
Victoria trató de ignorar las nauseas rodando en su estómago. -Voy a decírtelo una vez más, quita tus asquerosas manos de mi persona-, advirtió.
– ¿O que va a hacer? -, Dijo con una sonrisa divertida, claramente no creía que ella no era ninguna amenaza para él.
Victoria envió hacia atrás su pie, dobló su pierna y luego, con toda la mayor fuerza posible, incrustó su rodilla en la ingle de un aullantemente sorprendido Eversleigh, que inmediatamente se derrumbó sobre el suelo. Él masculló algo. Victoria pensó que podría estar llamándole puta, pero él estaba con tanto dolor que sus palabras no eran claras. Se apartó de él con una sonrisa de satisfacción. -He aprendido una o dos cosas desde nuestro último encuentro-, dijo.