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Ellie se aclaró la garganta de nuevo, como si ese fuera el único modo de reunir el valor para hablar. -Papá, estoy segura que ha sido un grave malentendido. ¿Por qué no llevo a Victoria a su habitación?

– ¡Silencio!

Ninguna de las dos chicas hizo un sonido.

Después de una pausa interminable, el vicario agarró el brazo de Victoria y violentamente la hizo poner de pie. -Tú-, dijo acompañando con un feroz tirón, -no vas a ninguna parte esta noche. – La arrastró a su cuarto y la empujó sobre la cama. Ellie los siguió a pesar de su miedo, guareciéndose en la esquina del cuarto.

El Sr. Lyndon golpeó en el hombro de Victoria con el dedo y gruñó: -No te muevas.- Él dio unos pasos hacia la puerta, y fue el instante necesario que aprovechó Victoria para correr locamente hacia la ventana abierta. Pero el vicario fue más rápido, y su fuerza se vio impulsada por la rabia. Él le empujó nuevamente a la cama, dándole otra bofetada en la cara. -Eleanor- ladró. -Tráeme una sábana.

Ellie parpadeó. -¿Como?

– ¡Una sábana!- Rugió.

– Sí, papá-dijo, se apresuró a ir hasta el armario. En pocos segundos ella salió, llevando un lienzo blanco limpio. Se lo entregó a su padre, que entonces comenzó a metódicamente romperla en tiras largas. Luego ató a los tobillos de Victoria, luego le ató las manos delante de ella. -Ya está-dijo, observando su obra. -Ella no se va a ninguna parte esta noche.

Victoria lo miró desafiante. -Te odio-, dijo en voz baja. -Yo te odiaré siempre por hacer esto.

Su padre negó con la cabeza. -Me lo agradecerás algún día.

– No. No lo haré. -Victoria tragó, tratando de calmar el temblor de su voz. -Yo solía pensar que usted seguía en importancia a Dios, que era todo lo bueno, puro y bondadoso que una persona puede ser. Pero ahora… Ahora veo que no es más que un pequeño hombre con mente pequeña.

El Sr. Lyndon tembló con rabia, y alzó la mano para golpearla de nuevo. Pero en el último instante se detuvo y dejó caer su mano al costado.

Ellie que había estado escondida en la esquina, mordiéndose el labio inferior, entró tímidamente y le dijo: -Ella se puede resfriar, papá. Déjeme que la cubra. -Sacó las mantas de debajo del cuerpo tembloroso de Victoria, e inclinándose al oído, susurró- Lo siento mucho.

Victoria le ofreció a su hermana una mirada de agradecimiento, y luego se volvió hacia la pared. Ella no quería darle a su padre la satisfacción de verla llorar.

Ellie se sentó en el borde de la cama y miró a su padre con lo que ella esperaba que fuera una expresión amable. -Voy a sentarme con ella, si no le importa. No creo que deba estar sola en este momento.

Los ojos del señor Lyndon se entornaron con recelo. -¿Oh, eso te gustaría, no es cierto? – él dijo.-No voy a dejar que la desates y para que se escape con ese hijo de puta que miente.- Tiró del brazo de Ellie y forzó a pararse. -Como si se le ocurriera casarse con ella alguna vez-, agregó, disparando una mirada mordaz a su hija mayor.

Luego sacó a Ellie de la habitación y procedió a atarla, también.

* * *

– ¡Maldita sea,- Protestó, Robert. -¿Dónde diablos está?

Victoria llevaba más de una hora de retraso. Robert se la imaginaba violada, golpeada, asesinada, todas ellas eventos poco probables en un trayecto tan corto, pero su corazón todavía estaba helado de miedo.

Por fin se decidió tirar al viento cualquier precaución, y dejó su carruaje y pertenencias sin vigilancia mientras corría por el camino hacia la casa de ella. Las ventanas estaban oscuras, y se deslizó al lado de la pared exterior hasta su ventana. Estaba abierta, agitando suavemente sus cortinas en la brisa.

Una sensación enferma se formó en el estómago mientras se inclinaba hacia adelante. Allí, en la cama, estaba Victoria, de espaldas a él, pero no cabían dudas que era su glorioso pelo negro. Cómodamente agrupados bajo sus mantas, ella parecía estar dormida.

Robert cayó al suelo, aterrizando en un montón de silencio.

Dormida. Se había ido a la cama dejándolo esperando en la noche. Ni siquiera había enviado una nota.

Se sentía descompuesto del estómago al darse cuenta que su padre había tenido razón todo el tiempo. Victoria había decidido que él no valía la pena sin su dinero y titulo.

Pensó en la forma en que le había pedido hacer las paces con su padre, para que le restituyera su fortuna. Él pensó que ella se lo había pedido preocupada por su bienestar, pero ahora se daba cuenta de que nunca le había interesado otro bienestar que el suyo propio.

Él había dado su corazón, su alma. Y no fue suficiente.

* * *

Dieciocho horas después, Victoria estaba corriendo por el bosque. Su padre la había mantenido prisionera durante la noche, la mañana y hasta bien entrada la tarde. La había desatado con un sermón sobre como debía comportarse y rendir homenaje a su padre, pero transcurridos sólo veinte minutos ella trepó por la ventana y salió corriendo.

Robert debía estar frenético. O furioso. Ella no lo sabía, y estaba más que un poco aprensiva a descubrirlo.

Divisó Castleford Manor, y Victoria se obligó a reducir la velocidad. Ella nunca había estado en casa de Robert, que siempre había venido a llamar a su casa. Se dio cuenta ahora, después de la vehemente oposición del marqués a su compromiso, que Robert había tenido miedo de su padre trataría a Victoria con rudeza.

Con mano temblorosa llamó a la puerta.

Un criado de librea respondió, y Victoria le dio su nombre, diciéndole que ella deseaba que el conde de Macclesfield.

– No está aquí, señorita-fue la respuesta.

Victoria parpadeó. -¿Cómo?

– Se fue a Londres a principios de esta mañana.

– ¡Pero eso no es posible!

El criado le dirigió una mirada condescendiente. -El marqués me dijo que quería verla si usted aparecía.

¿El padre de Robert, que quería hablar con ella? Esto era aún más increíble que el hecho de que Robert se hubiera ido a Londres. Aturdida Victoria se dejó conducir a través de un gran hall hasta una pequeña sala de estar. Miró a su alrededor. Los muebles eran mucho más opulentos que cualquiera que ella y su familia hubieran tenido nunca, y sin embargo ella sabía instintivamente que esa no debía ser la mejor parte de la casa.

Unos minutos más tarde el marqués de Castleford apareció.

Era un hombre alto y se parecía mucho a Robert, a excepción de las pequeñas líneas blancas alrededor de la boca que aparecían con su ceño fruncido. Y sus ojos eran diferentes, más planos, de alguna manera.

– Usted debe ser la señorita Lyndon-, dijo.

– Sí-respondió ella, sosteniendo la mirada. Su mundo podía estar cayéndose a pedazos, pero ella no iba a dejar que este hombre lo viera. -Estoy aquí para ver a Robert.

– Mi hijo se ha ido a Londres.- El marqués se detuvo. -Para buscar una esposa.

Victoria se estremeció. Ella no pudo evitarlo. -¿Le dijo a usted esto?

El marqués no habló, prefiriendo tomar un momento para evaluar la situación. Su hijo había admitido que él había planeado fugarse con esta chica, pero que ella había demostrado ser falsa. La presencia de Victoria en Castleford, combinado con su actitud casi desesperada, parecía indicar lo contrario. Es evidente que Robert no había estado en posesión de todos los hechos cuando había preparado frenéticamente sus maletas y prometió nunca más volver al distrito. Pero el marqués sería un tonto si dejara a su hijo desperdiciar su vida con una don nadie.

Y así le dijo:-Sí. Ya es hora se case, ¿no le parece?

– No puedo creer que me esté diciendo eso.

– Mi querida señorita Lyndon. Usted no eran más que una desviación. Seguramente ya lo sabes.