Tom lo fulminó con la mirada.
– Dame la cuenta. Y me llevo la botella de champán… y la pasta. De hecho, dame también una ensalada. Como no va a venir; cenaré en el despacho.
– Sí, señor Dalton.
Tom solía cenar allí una vez por semana. El resto de los días lo hacía en el despacho. No le gustaba cenar en casa, una mansión enorme y vacía con una aún más vacía nevera.
Suspirando, se pasó una mano por el pelo. Pensaba que Claudia se sentía tan atraída como él, pero… ¿por qué lo había plantado? ¿Por qué no había querido dar aquel paso? Cada vez que estaban juntos no podían dejar de mirarse. Y cuando se besaban, ella respondía con innegable pasión.
La plaza estaba muy tranquila y el guarda de seguridad estaría haciendo la ronda en los almacenes.
– Así que esto es mi vida-suspiró-. Una chica que me da plantón, una cena fría y pasar la noche haciendo números.
Tom llamó al timbre y la puerta se abrió automáticamente. Entonces saludó a la cámara para que el guarda de seguridad le abriese la segunda puerta y mientras iba hacia el ascensor, dejó escapar otro suspiro.
Antes le gustaba ir allí por la noche, lo hacía sentir responsable por el éxito de los almacenes. Sin embargo, cada día le resultaba más difícil conjurar esa sensación. Necesitaba algo más.
Los almacenes Dalton eran un éxito y algún día pasarían a manos de su hijo… Su hijo.
Hasta aquel momento la idea de una familia había sido algo distante, ajeno. Incluso cuando estaba prometido la idea de tener hijos le resultaba extraña. Y, sin embargo, en aquel momento… estaba prepara do para sentar la cabeza y formar una familia.
Quizá era culpa de Claudia. No quería casarse con ella, por supuesto. Pero hacía mucho tiempo que no pensaba en una mujer y había olvidado la idea del matrimonio. ¿Por qué pensaba en ello entonces? Ni siquiera estaban saliendo. Apenas habían compartido un par de besos… y ella le había dado plantón.
– Es la mujer más irritante, más fascinante y más hermosa que he visto en toda mi vida-murmuró, mientras entraba en el ascensor-. ¿Qué más necesito saber?
Cuando salía del ascensor se detuvo. El instinto le decía que algo andaba mal. La puerta de su despacho estaba entreabierta, como la puerta del despacho de su abuelo. Eso era muy raro porque Theodore nunca se quedaba después de las nueve.
Tom pensó en llamar a seguridad, pero decidió echar un vistazo antes. Se asomó al despacho y vio una figura inclinada sobre su escritorio, leyendo un archivo.
Claudia.
De modo que era allí donde estaba, esperando que se fuera todo el mundo para poder investigar. ¿Qué estaba buscando? Pensó sorprenderla, pero si lo hacía todo habría terminado. Se vería obligado a despedirla y Claudia se marcharía de Schuyler Falls. Y él volvería a su aburrida vida de cifras y estudios de mercado.
Tom dio un paso atrás. Si jugaba bien sus cartas podría averiguar qué tenía entre manos y qué sentía por él.Aparentó salir del ascensor silbando y se paró un momento delante del escritorio de la señorita Lawis para darle tiempo a buscar una excusa. Cuando entró en el despacho con la botella de champán en la mano, Claudia estaba tumbada en el sofá, aparentan do estar dormida.
Llevaba un jersey de cachemir, una faldita de cuero negro y unas botas que revelaban unas largas y bien torneadas piernas. Tenía el pelo sobre la cara y Tom tuvo que hacer un esfuerzo para no acariciarla.
Pero si no podía tocarla quizá podría darle un susto, pensó, sonriendo.
– ¡Claudia!-gritó con todas sus fuerzas.
El grito tuvo el efecto que esperaba. Claudia se sentó en el sofá de un salto, pálida. Entonces recordó que debía estar dormida y se frotó los ojos, fingiendo un bostezo.
– Tom-murmuró.
– Qué haces aquí? Teníamos que habernos encontrado en Silvio’s.
Ella sacudió la cabeza.
– Pensé…, que habíamos quedado aquí. Estaba esperándote y… supongo que me he quedado dormida. ¿Qué hora es?
– Las diez y cuarto-contestó él, asombrado por su facilidad para mentir.
– Lo siento mucho. Supongo que ya es demasiado tarde.
Tom levantó la bolsa con la comida y la botella de champán.
– He traído de todo. Si quieres, podemos cenar aquí… ya que no podemos ir a ningún sitio.
– No podemos ir a ningún sitio?
– Estamos encerrados.
– Cómo?
Si Claudia podía mentir, él también. Y pensaba llevarse un Oscar por su interpretación.
– El guarda de seguridad se ha marchado y las puertas se cierran automáticamente. Estamos encerrados aquí hasta mañana.
– No puedes abrir las puertas?-preguntó ella, levantándose.
– No sé cómo hacerlo-mintió Tom.
– Pero tú trabajas en la oficina hasta muy tarde y…
– ¿Cómo lo sabes?
– Pues… porque me lo han dicho. Dicen que no sales nunca y que te pasas el día trabajando. Por eso te dejó tu prometida, ¿no?
– Quién te ha contado eso?
– Da igual. Tenemos que salir de aquí. ¿No puedes llamar a nadie? ¡Esto no es una cárcel, es una tienda!
– La alarma se conecta en cuanto se cierran las puertas y cuando entré le dije al guarda de seguridad que podía marcharse. Tenemos comida y todo lo que podemos desear… Imagínate lo bien que podemos pasarlo.
– ¿Pasarlo bien?
– He traído espaguetis y ensalada de Silvio’s. Bajaremos a la cafetería para buscar unos platos y unas copas para el champán. Después, podemos ir a la sección de lencería para que elijas algo más cómo do… y si no te gusta el sofá, podemos dormir en alguna de las camas de la sección de muebles.
– No pienso dormir contigo! Y no quiero champán-protestó Claudia, dejándose caer de nuevo en el sofá.
Estaba guapísima cuando se enfadaba, pensó él. Incluso más, con los ojos brillantes y las mejillas coloradas. Por un momento, sintió la tentación de tomarla en sus brazos y transformar esa rabia en algo más placentero, pero…
– Crees que todo esto es culpa mía?
– No lo es?
– Me dijiste que nos encontraríamos en Silvio’s. No entiendo porqué has venido a mi despacho.
Ella apartó la mirada.
– Pensé que habíamos quedado aquí.
– Bueno, como al final estamos aquí lo mejor será aprovechar la situación. Debería ser una noche memorable.
– Esto no es una cita-replicó Claudia-. Y no me gustan los espaguetis-añadió, levantándose-. Tiene que haber alguna forma de salir de aquí, una ventana o una salida de incendios…, voy a bajar al callejón. ¿Vienes conmigo?
– Haz lo que quieras, pero no me pidas ayuda cuando suene la alarma-dijo Tom entonces, tomando la llave del cajón-. Yo voy a ponerme a trabajar. Tengo que revisar varios archivos.
– Archivos?-repitió ella, nerviosa-. Bueno, la verdad es que podría cenar algo. Tengo hambre.
Tom intentó disimular una sonrisa.
– Tenemos toda la tienda para nosotros, señorita Moore-dijo, tomando su mano-. Sus deseos son órdenes para mí, así que puede elegir lo que quiera.
– No me vendrían mal unos diamantes-rió ella-. Y unas esmeraldas. O unos rubíes. ¿Vendéis rubíes?
Él soltó una carcajada. Aquella noche prometía. Tendría que trabajárselo, pero tarde o temprano Claudia Moore aceptaría lo inevitable: estaban hechos el uno para el otro.
Y fuera cual fuera la razón por la que había buscado trabajo en los almacenes Dalton, solo habría una razón para que se quedase… porque lo deseaba tanto como la deseaba él.
Capítulo 5
FUERON de la mano por la sección de joyería, envueltos en el ominoso silencio. Claudia había examinado los diamantes y declaró que no había nada allí que le interesase. Pero cuando llega ron al departamento de perfumería se dio cuenta de que no era cierto. Lo único que deseaba era lo que no podía tener: Tom Dalton.