– Esto me gusta-murmuró, tomando un frasco de perfume-. Me gusta que todo esté tranquilo. Ningún niño esperando ver a Santa Claus, ninguna nariz que limpiar, nada de lágrimas…
Tom se apoyó en el mostrador, mirándola con sus penetrantes ojos verdes. Una mirada que le produjo escalofríos. La había mirado mucha veces, pero nunca con tal intensidad. Algo había cambiado, pero no estaba segura de qué.
– Yo soñaba con quedarme encerrado aquí cuan do era niño. Una vez incluso me escondí detrás de un montón de cajas. Pero mi padre me encontró.
Claudia sonrió, pero era una sonrisa forzada. ¿Sospecharía que se había quedado en el despacho a propósito? ¿Era aquel comentario sobre su infancia una mentira para hacerla sentir culpable? No le gustaba engañarlo y no porque fuera su jefe sino porque valoraba su confianza.
Pensativa, dejó el frasco de perfume donde estaba y tomó otro. Si sospechaba que lo había hecho a propósito no lo demostraba. Recordó entonces el archivo que tenía guardado en el bolso.
¿Cómo podía haberlo hecho? Ella no era así. Quizá la presión de conseguir un puesto permanente en el New York Times la estaba haciendo cambiar.
Siguieron caminando por el pasillo y Tom volvió a tomar su mano, como si fuera lo más natural del mundo.
– Y qué… qué habrías hecho si tu padre no te hubiera pillado?
– Habría pasado horas saltando de cama en cama. Con los zapatos puestos. Después habría ido a la segunda planta para jugar con todos los juguetes. Y después a la cafetería para tomar kilos de helado.
– Eso es todo?
– Entonces la idea de pasar la noche con una chica no me habría hecho ninguna gracia-rió Tom-. Pero ahora eso añade nuevas y excitantes posibilidades…
– Qué curioso. No es así como te imaginaba de niño. Yo te imagino como un ejecutivo desde los tres años, con un trajecito de chaqueta y una corbata-dijo Claudia.
– Tan serio te parezco?-rió él.
Claudia se detuvo en medio del pasillo para observarlo atentamente.
– Podría reformarte, supongo…-murmuró, tomando una camisa hawaiana-. Con esto quizá… te quedaría muy bien.
Tom miró la camisa haciendo una mueca.
– Yo no me he puesto algo así en toda mi vida.
– Por qué no te arriesgas? ¿No querías una cita memorable? Ninguna chica te olvidaría con esta camisa. Además, nadie te verá más que yo. Y no se lo contaré a nadie-suspiró Claudia dramáticamente-Aunque claro, si eres tan estirado…
Tom se quitó la chaqueta.
– También puedo ser espontáneo-rió, desabrochando su camisa.
Claudia esperaba una seria camiseta blanca debajo, pero tuvo que enfrentarse con un torso desnudo de abdominales marcados que la dejó sin palabras.
Abrió la boca para hacer algún comentario agudo, pero solo le salió un suspiro. Qué torso.
– No!-exclamó cuando iba a abrocharla.
– ¿No te gusta? Puedo ponerme otra…
– No… se supone que debes dejarla sin abrochar.
Sonriendo, Tom se dio la vuelta lentamente.
– Qué te parezco?
Claudia se puso colorada, Le parecía un hombre al que le encantaría seducir. Y ella no había seducido a un hombre en toda su vida.
– Mejor-murmuró-. Pero tienes que quitarte los pantalones.
Se volvió entonces para buscar unos pantalones cortos, sorprendida de que aceptara el juego. Tom Dalton no parecía el tipo de hombre que deja de lado la seriedad… y su ropa en una sola noche. Quizá aquella sería, al final, una cita memorable.
– Ponte estos-dijo, ofreciéndole unos pantalones cortos de color azul-. Pero antes quítate los zapatos y los calcetines.
Tom tomó los pantalones y se acercó al probador.
– ¿Te da vergüenza ponértelos delante de mí? Ya sé qué clase de calzoncillos llevas. Cortos, con dibujitos.
– No pienso cambiarme de calzoncillos-rió él-La actitud no tiene nada que ver con la ropa interior.
Mientras estaba en el probador, Claudia no pudo dejar de imaginarlo desnudo. Y cuando salió, la reacción física que provocó en ella fue sorprendente. Nunca se había sentido tan excitada por un hombre. Quizá todas aquellas bromas, aquellos besos robados eran el preludio de algo mucho más íntimo… algo que podrían compartir aquella misma noche.
– Qué te parece?
– Muy bien-murmuró-. Estás muy guapo.
Más que guapo. Además de tener el torso y la espalda más sexy que había visto nunca, tenía unas piernas largas y musculosas cubiertas de suave vello oscuro que eran como para… salivar. Incluso tenía los pies bonitos.
Tom se miró al espejo.
– No está mal. Parezco un crío, pero supongo que eso se lleva.
– Falta algo-dijo Claudia.
– No pienso ponerme uno de esos ridículos sombreros de paja.
– No, no es eso. Lo sabré cuando lo encuentre.
Tom le pasó un brazo por los hombros y ella le pasó un brazo por la cintura, tocando con los dedos aquellos abdominales…
– Yo creo que esto es mucho más divertido que Silvio’s.
Claudia apretó los dientes, intentando recordar por qué había ido a Schuyler Falis. Estaba allí para escribir un reportaje, no para tener una aventura con Tom Dalton.
Pasaron por delante del departamento de cosmética y se le ocurrió algo que podría devolverlos a una situación normal, más relajada.
– Sé lo que necesitas.
– Un corte de pelo?
Claudia tomó un bote de tinte, el favorito de las quinceañeras de Schuyler Falis.
– No, un poquito de color en las sienes.
El negó con la cabeza.
– De eso nada. No pienso dejar que me pintes el pelo de rosa.
– No es permanente se quita con agua-protestó ella, justo cuando leía la palabra «semipermanente» en el bote-. Vamos, ¿no has dicho que podías ser espontáneo?
– Muy bien. De acuerdo.
– Te va a encantar, ya verás-rió Claudia, llevándolo hacia la peluquería-. Te hará sentir como un hombre nuevo.
– Un engendro-murmuró él-. Quiero que sepas que solo hago esto para divertirme.
– Ya lo sé. Pero tengo que un poco mojarte el pelo.
Lo que era una broma adquirió un significado diferente en cuanto tocó su pelo. Tom tenía los ojos cerrados y Claudia lo observó durante unos segundos. Quizá lo había juzgado mal. Cuando lo conoció pensó que era un estirado, uno de esos hombres para los que el negocio era lo único importante.
Pero la sorprendía cada día con caricias, con besos, con bromas. Mientras le mojaba el pelo, consideraba al hombre al que creía conocer. Con aquella ropa se había convertido en alguien diferente, en algo más que un estorbo para conseguir el artículo de su vida. Era cálido, divertido, generoso, irónico y vulnerable.
Era un hombre del que podría enamorarse… si se daba la oportunidad. Claudia abrió el bote de tinte y vaciló un momento. Quizá eso era ir demasiado lejos. Al fin y al cabo, Tom tenía una imagen que mantener.
Pero dejó las vacilaciones a un lado y echó un poco de tinte en las sienes. Desde luego, sería una cita memorable. Tom Dalton no la olvidaría…, al menos hasta que su pelo hubiera recuperado el color normal.
En cuanto a ella, se preguntó si sería capaz de olvidarlo. O si querría hacerlo.
– Quiero otra copa de champán-rió Claudia.
Tom miró sus ojos brillantes. Había tomado casi media botella de champán y los efectos empezaban a notarse. Achispada o sobria, seguía siendo la mujer más atractiva que había conocido nunca. Pero aquella noche quería que estuviese lo más lúcida posible.
Habían ido a la sección gourmet de los almacenes después de teñirle el pelo, y organizaron un festín que podría durarles una semana.
Claudia eligió bombones belgas, ostras, caviar, paté y tres diferentes clases de queso francés. Mientras cargaba la cesta, Tom se dio cuenta de que si hubiera pedido pan recién hecho habría hecho lo imposible por conseguirlo. Era difícil negarle nada.
Mientras la observaba tomar una ostra, ella lo señaló con el dedo.