Claudia se sintió tentada de ir a su despacho, pero cuando repasó sus motivos tuvo que reconocer que no sería para cuestionar el beso sino para repetirlo una y otra vez hasta que estuviera sin aliento. Murmurando una maldición, terminó su gin tonic y levantó la cabeza para pedirle otro a la camarera.
Aunque ella solo había tomado uno, sus compañeros de trabajo no mostraban tanto autocontrol. Los pajes de Santa Claus parecían tener cierta tendencia a perder la cabeza cuando se los saca del Polo Norte. Llevaban ya dos copas y empezaban con la tercera.
– Dime, Winkie-empezó a decir Claudia-. ¿Has oído algo sobre el Santa Claus de los almacenes Dalton?
– Yo no confío en él-contestó la mujer, que fumaba como una chimenea-. Tiene unos ojos muy raros.
– Yo creo que lleva lentillas-dijo Dinkie, tomando un sorbo de martini-. Mi hija también lleva lentillas.
– Duras o blandas?-preguntó Blinkie.
El más joven de todos, Blinkie, era un universitario con piercings, tatuajes y el pelo tan negro que parecía un vampiro.
Claudia dejó escapar un suspiro. Intentaba una y otra vez hablar sobre Thomas Dalton, pero era como intentar controlar a un montón de críos esnifando pegamento.
– Y los regalos secretos?
– Olvídate de los regalos-dijo Winkie-. A mí nadie me da dinero, así que no me importa.
– Hablando de regalos, llevo días buscando uno para mi…-empezó a decir Dinkie.
– ¡Un momento!-gritó Claudia, golpeando la mesa con el puño-. ¿Podemos centrarnos en el tema?
– Oye, cálmate-dijo Blinkie.
– Es que no sentís curiosidad? Es una historia muy interesante…, y Santa Claus debe de saberlo todo. El es quien recibe las cartas, de modo que debe de conocer al benefactor anónimo.
– Supongo que sí-asintió Winkie-. Pero a mí no me importa. No regala mi dinero, así que…
– Alguien debe de saber algo. Si pudiera hablar con Santa Claus fuera de los almacenes…
– Nadie lo ha visto nunca fuera de los almacenes-intervino Blinkie-. Es como… el espíritu de la muerte.
– De qué estás hablando?-preguntó Claudia.
– Nadie lo ha visto sin el traje de Santa Claus. Aparece cada mañana en la casita y desaparece por la noche. Yo creo que vive allí.
Aquellos pajes no habían sido contratados por sus poderes de deducción, desde luego. ¿Cómo podían llevar dos semanas trabajando con Santa Claus y no saber nada sobre él? Tenía que haber un hombre de verdad bajo el traje rojo, un hombre al que podría persuadir para que le contase sus secretos, un hombre con una vida fuera de su trabajo.
– Y quién lo sabe entonces?
– Dalton-contestó Winkie-. ¿Por qué no le preguntas a él? Parece que os lleváis muy bien.
Claudia dejó escapar un suspiro. Estaba como al principio.
¿Qué era aquello, una conspiración de silencio? Los pajes no podían ser tan obtusos. Quizá todos formaban parte del secreto. Pero cuando los miró de nuevo se dio cuenta de que era imposible. Si Blinkie, Winkie y Dinkie supieran algo se lo habría sacado.
– Deberías salir con él-dijo Dinkie entonces.
– Con Santa Claus?
– Con el señor Dalton, mujer. Parece una buena persona y no ha tenido mucha suerte con las mujeres. Aquel lío con su prometida y…;
– ¿Estaba prometido?
– Con una chica muy guapa. Faltaban tres semanas para la boda y ella la canceló. Estaba harta de que el señor Dalton estuviera todo el día trabajando. Desde entonces, el pobre solo ha tenido un par de aventuras patéticas.
Para ser tan obtusos, sabían mucho sobre la social de Tom Dalton. Pero aunque Claudia sentía curiosidad por saber algo más sobre el hombre que la había besado, decidió concentrarse en lo que verdaderamente le importaba.
Cuando la camarera se acercó a la mesa Claudia pidió la cuenta y se levantó, dejando a los otros tres pajes discutiendo sobre si merecía la pena poner desodorante en los botines.
Hacía mucho frío cuando salió del bar. La plaza estaba iluminada con luces de Navidad y algunas personas se paraban para admirar el enorme abeto que había en el centro.
Los almacenes Dalton seguían abiertos y Claudia miró hacia las ventanas del quinto piso, preguntándose qué estaría haciendo Tom en aquel momento. Y, sobre todo, en el beso. No lo imaginaba pensando en ella. Tenía aspecto de persona muy práctica.
Claudia sonrió. Pero debía admitir que aquel beso también lo había sorprendido a él. Lo vio en su expresión. Quería aparentar que no significaba nada, pero no era verdad. Sabía que la encontraba atractiva. Y silos rumores eran ciertos, llevaba algún tiempo sin estar con una mujer.
En ese momento levantó la mirada y vio a Thomas Dalton junto al árbol de Navidad, hablando con dos mujeres. Una rubia muy elegante y la otra, más bajita y pelirroja.
Claudia se concentró en la rubia. ¿Quién era? ¿Una conocida, una socia? ¿O sería su novia? Desde luego hacían buena pareja. Al lado de aquel abrigo de diseño, su traje de lunares verdes era más que ridículo.
Antes de despedirse, Tom le dio un sobre a la rubia y Claudia se escondió tras una farola.
– Hola-lo saludó cuando pasaba a su lado.
– ¡Claudia!
– Señor Dalton… ¿o debo llamarte Tom? Como estamos fuera de los almacenes, no sé cuál es el protocolo.
El miró por encima del hombro, nervioso.
– Quizá sería mejor olvidar el asunto del nombre.
– Pensé que ya lo habíamos hecho-sonrió ella.
– Si te refieres al…
– Beso?-terminó Claudia la frase. Qué divertido era tomarle el pelo-. No, me refería a lo de llamarte Tom. Lo dijiste antes de besarme, ¿te acuerdas?
Estaban en el centro de la plaza, el árbol de Navidad bañándolos con su luz dorada.
– Qué estás haciendo aquí?-preguntó él.
– He ido con los pajes a tomar una copa. ¿Qué haces tú aquí?
– Iba a cenar algo. ¿Quieres cenar conmigo?
Claudia se sintió tentada de aceptar. No había comido nada desde la barrita de chocolate del almuerzo.
– Me estás pidiendo una cita?
Tom vaciló un momento.
– Tienes razón. La nuestra es una relación pura mente profesional y debería seguir siéndolo. Lo de antes fue… un lapsus.
¿Por qué no había aceptado la invitación?, se preguntó ella. ¿Por qué sentía tal deseo de irritarlo? Podría haber cenado agradablemente en su compañía y quizá averiguar algo más sobre el misterioso Santa Claus… y sobre la misteriosa atracción que sentía por Tom.
– Además, no puedo-dijo, abriéndose el abrigo para mostrar el traje de lunares No voy vestida de forma apropiada.
– Ya, bueno. ¿Puedo llevarte a casa? Tengo el coche aquí al lado.
Claudia se mordió los labios. No quería que supiera que estaba alojada en un hostal, porque podría hacer preguntas que no quería contestar. Por ejemplo, por qué no vivía en un apartamento y desde cuándo estaba en Schuyler Falis. Sin embargo, hubiera querido decir que sí. ¿Por qué quería arriesgarse solo para estar unos minutos más con él?
– No, gracias. No hace falta.
– Como tú quieras.
– Buenas noches, señor Dalton-dijo Claudia entonces.
Le habría gustado volverse para ver si seguía allí, mirándola, pero resistió la tentación.
Aunque aquello parecía un final, sabía que era un principio.
– Seguiremos viéndonos-murmuró-. No pienso ir a ninguna parte hasta que consiga lo que quiero.
Pero lo que quería empezaba a ser difícil de de terminar Porque había momentos en los que deseaba a Tom Dalton mucho más de lo que deseaba un buen reportaje.
Capítulo 3
DÓNDE está la señorita Lewis? Siempre me ayuda a vestirme… Estelle, te necesito!
Tom estaba en el despacho de su abuelo, observándolo rodar por el sofá como si fuera una ballena varada mientras intentaba ponerse el traje de Santa Claus. Aunque tenía setenta y cinco años, Theodore Dalton seguía teniendo el cuerpo atlético de un hombre de treinta.