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– ¡Por Dios! ¿No me digas que tenemos a todo el equipo de fútbol?

– Sólo a unos cuantos padres.

Nick empezó a abrirse paso a codazos. Cuando reconoció a la mujer que estaba sentada detrás de la mesa, tomando café con Michelle Tanner, recurrió a los empujones.

– ¿Qué diablos haces tú aquí? -rugió, y se hizo un repentino silencio en la habitación.

Antes de que Christine pudiera contestar, su hermano arremetió contra el grupo, derramando el café de Emily Fulton y empujando a Paul Calloway. Todo el mundo se lo quedó mirando mientras la señalaba con el dedo y le decía a Michelle Tanner:

– Señora Tanner, ¿sabe que esta mujer es periodista?

Michelle Tanner era menuda, esbelta hasta rayar la fragilidad y, por lo que Christine ya había averiguado, fácil de intimidar. Palideció, miró a Christine y jugó nerviosamente con la taza de café, sorprendiéndose de que el tintineo se amplificara en el silencio. Por fin, miró a Nick a la cara.

– Sí, sheriff Morrelli. Soy consciente de que Christine es periodista -entrelazó las manos, se percató del leve temblor y las apoyó en el regazo, bajo la mesa, a salvo de las miradas. Con los ojos puestos en el cafe, prosiguió-. Creemos que sería beneficioso publicar algo sobre Matthew en… en la edición de esta tarde -el temblor se había propagado a su voz.

Christine vio que Nick se ablandaba; las lágrimas de una mujer siempre lo desarmaban. Ella también las había usado algunas veces, aunque no había rastro de manipulación en el llanto de Michelle Tanner.

– Señora Tanner, lo siento, pero creo que no es buena idea.

– En realidad, es una idea muy buena.

Christine se giró en la silla para poder ver a la mujer que había aparecido detrás de Nick. Podría haber sido modelo: tenía una piel perfecta, pómulos altos, labios llenos y pelo corto oscuro y sedoso. El traje que llevaba no lograba camuflar su figura atlética y esbelta, dotada de suficientes curvas para atraer la atención de todos los hombres presentes. Sin embargo, su manera de hablar y su pose reflejaban que no era consciente del efecto que producía su feminidad. Se movía con aplomo y autoridad. Aquella mujer no se dejaba intimidar fácilmente por nada ni por nadie, y menos por una habitación llena de personas que no sabían quién era. A Christine ya le caía bien.

– ¿Cómo dices? -Nick parecía molesto con la mujer.

– Creo que sería buena idea involucrar a los medios de comunicación lo antes posible.

Nick paseó la mirada por la habitación. Parecía incómodo y nervioso.

– ¿Puedo hablar contigo un minuto? A solas -agarró a la mujer del brazo, pero ella se desasió al instante. Aun así, se dio la vuelta para alejarse con Nick.

– Disculpa un momento -Christine dio una palmadita a Michelle en la mano y tomó su bloc de notas. Aunque sabía que su hermano estaba furioso, quería conocer a la mujer que acababa de bajarle los humos. Debía de ser la experta del FBI, la agente especial Maggie O'Dell. Se preguntó qué información estaría dispuesta a aportar… Información que Nick retendría con tenazas con tal de proteger su preciada reputación.

Nick y la agente O'Dell se habían retirado a un rincón del salón, junto al mirador que daba al jardín delantero. Varios agentes de policía los observaban con curiosidad; los hombres de Nick estaban mejor enseñados y fingían estar absortos en su trabajo.

– Ya te dije que no le haría gracia verte aquí -dijo una voz a su espalda. Christine volvió la cabeza y vio a Hal.

– Bueno, parece que alguien lo está haciendo cambiar de idea.

– Sí, desde luego ha encontrado la horma de su zapato. Voy a salir a fumarme un cigarro. ¿Te vienes?

– No, gracias. Estoy intentando dejarlo.

– Como quieras -repuso Hal, y se alejó.

En el rincón, Nick hablaba con los dientes apretados, conteniendo su ira. La agente O'Dell se mostraba imperturbable, y dialogaba con voz serena y normal.

– Perdonad que os interrumpa -al acercarse, la mirada furibunda que Nick le lanzó fue como un bofetón. Christine eludió mirarlo-. Usted debe de ser la agente especial O'Dell. Soy Christine Hamilton -le ofreció la mano, y O'Dell se la estrechó sin vacilación.

– Señora Hamilton…

– Estoy segura de que, en su arrebato de furia, Nicky ha olvidado decirle que soy su hermana.

O'Dell miró a Nick, y Christine creyó ver un ápice de sonrisa en su rostro, por lo demás, impasible.

– Sí, me preguntaba si habría algo personal.

– Está furioso conmigo, así que le cuesta ver que estoy aquí para ayudar.

– Lo sé.

– Entonces, ¿no le importaría contestar a unas preguntas?

– Lo siento, señora Hamilton…

– Christine.

– Claro, Christine. Opine lo que opine, no estoy al mando de la investigación. Sólo he venido a hacer un perfil del asesino.

A Christine no le hacía falta mirar a Nick para saber que estaba sonriendo. Aquello la enfureció.

– ¿Qué quiere decir con eso? ¿Se va a mantener a la prensa al margen, como en el caso Alverez? Nicky, eso sólo empeorará las cosas.

– En realidad, Christine, creo que el sheriff Morrelli ha cambiado de idea -dijo O'Dell, observando a Nick, cuya sonrisa se transformó en una mueca.

Nick se retiró el pelo de la frente; O'Dell cruzó los brazos sobre el pecho y esperó. Christine los miró alternativamente. Había tensión en aquel rincón, y se sorprendió dando un paso atrás.

– Daremos una conferencia de prensa en el vestíbulo del juzgado -dijo Nick por fin-. Mañana por la mañana a las ocho y media.

– ¿Puedo publicarlo en el artículo de esta tarde?

– Claro -contestó su hermano a regañadientes.

– ¿Algo más que pueda incluir en el artículo?

– No.

– Sheriff Morrelli, ¿no dijo que tenía copias de la fotografía del niño? -una vez más, O'Dell hablaba en tono práctico, sin dobles sentidos-. Alguien podría recordar algo si Christine incluyera una en su artículo.

Nick hundió las manos en los bolsillos, y Christine se preguntó si lo haría para no estrangularlas a las dos.

– Pásate por la oficina a recoger una. Le diré a Lucy que te la tenga preparada en el mostrador principal. En el mostrador principal, Christine. No quiero verte merodeando por mi despacho.

– Relájate, Nicky, no soy el enemigo -empezó a alejarse, pero se detuvo junto a la puerta principal-. Sigues pensando en venir a cenar a casa esta noche, ¿no?

– No sé si estaré muy ocupado.

– Agente O'Dell, ¿le gustaría acompañarnos? Será una comida sencilla. Espaguetis. Regados con chianti.

– Gracias, me encantaría.

Christine estuvo a punto de prorrumpir en carcajadas al ver la expresión de sorpresa de Nick.

– Entonces, os veré a eso de las siete. Nicky sabe dónde es.

La oficina del sheriff rebosaba tensión y actividad. Nick lo percibió tan pronto como O'Dell y él franquearon el umbral. Allí estaba él, preocupado por la psicosis que iba a adueñarse de la comunidad y la oleada de frenesí arrancaba de su propia oficina.

Los teléfonos no paraban de sonar. Las máquinas pitaban, los teclados repicaban, los faxes zumbaban. Sus hombres hablaban a voces de un extremo a otro de la habitación. Los cuerpos pululaban sin chocar los unos con los otros.

Lucy pareció sentir alivio al verlo. Sonrió y lo saludó desde la otra punta de la sala. También lanzó una rápida mirada de desprecio a O'Dell, pero ésta no pareció darse cuenta.

– Nick, hemos registrado centímetro a centímetro toda la ciudad -Lloyd Benjamín tenía la voz rasposa por el agotamiento. Se quitó las gafas y se restregó los ojos. Era el miembro más antiguo del equipo de Nick y, junto con Hal, en el que más confiaba-. Los hombres de Richfield siguen recorriendo el río por la zona donde encontramos al pequeño Alverez. He enviado a los hombres de Staton a la parte norte de la ciudad, van a rastrear la cantera de grava y el lago Northon.